¿Está el empleo en su ocaso? La sociedad está cambiando a un ritmo
trepidante y nadie sabe a ciencia cierta adónde nos llevan la revolución
tecnológica o la globalización. En este contexto, ¿qué está pasando con
el trabajo?, ¿a qué nos dedicaremos?, ¿para quién trabajaremos?, ¿cómo
nos prepararemos para iniciar nuestra andadura laboral o para
continuarla?
Preguntas y Respuestas para el libro titulado “El ocaso del empleo. Cómo sobrevivir en el futuro del trabajo“, editado por Libros de Cabecera, que acaba de salir con prólogo de Gary Swart y epílogo de Pau Garcia-Milà, y que aporta una visión muy interesante y bien documentada sobre el mundo del trabajo y su proyección de cara al futuro.
A continuación, las tres preguntas y respuestas breves y que aparecen citadas en el libro:
P. ¿Qué cambios piensas que experimentarán las organizaciones para las que trabajaremos durante la próxima década?
R. Creo que el principal cambio va a ser el de hacerse mucho más “humanistas”, el de ser capaces de gestionar la relación laboral con un criterio basado en la persona y sus especificidades, no en función de una plantilla o un contrato entendido de una manera rígida. Lo que un trabajador quiere, cada día más, es tener un trabajo que le motive, que le llene en lo personal, que se lo crea, y poder dedicarse a él de una manera óptima, sin corsés que le eviten ser productivo. En determinados momentos, el desarrollo de ese trabajo implicará llevarlo a cabo desde un lugar común donde se maximice la comunicación y la interacción, en otros será preferible (u óptimo) desarrollarlo desde casa, en otras ocasiones conllevará viajes, etc. y la persona debe poder gestionar ese entorno de una manera madura, teniendo una contraparte que entienda el porqué de cada situación y sea capaz de adaptarse, de evaluar el trabajo en condiciones, y de favorecer el desarrollo de una relación laboral satisfactoria para ambas partes, reduciendo en componente de alienación
P. ¿Qué capacidades humanas / competencias crees que “cotizarán al alza” durante la próxima década?
R. Fundamentalmente la empatía y la inteligencia emocional. En una sociedad en la que una gran parte del trabajo va a ser desarrollado por máquinas, surgirá una clase trabajadora que trabajar “porque quiere”, “porque le motiva”, “porque le llena”, porque “cree en ello”. La actual disyuntiva entre los que “viven para trabajar” y los que “trabajan para vivir” tenderá a volverse cada vez más radical: en un mercado de oferta, los que conseguirán trabajo serán los que de verdad estén motivados para ello, no los que aspiren a “cumplir y ya está”. Por tanto, lo fundamental será, para una empresa, ser capaz de atraer ese talento que exigirá determinadas condiciones para expresarse y que se gestiona con empatía e inteligencia emocional, y para el trabajador, contar con esos mismos factores para encontrar un trabajo que le motive y le permita expresarse.
P. ¿Qué consejo le darías a alguien que se está planteando / replanteando su futuro profesional?
R. Que lo replantee en torno a temas que de verdad le motiven. El perfil motivacional es intrínseco al ser humano, todos somos mucho más brillantes cuando estamos motivados, pero un esquema de relaciones laborales basado todavía en la Revolución Industrial impide que se exprese ese perfil, y nos condena a situaciones de alienación, a jornadas de 9 a 5 (en el mejor de los casos) y a existencias grises y por lo general mucho más improductivas. Lo mejor que le puede pasar a una persona es disfrutar de un trabajo que le resulte motivador, y cada paso en su cualificación debe estar destinado a incrementar los grados de libertad de los que disfrutará a la hora de escogerlo.
A continuación, las tres preguntas y respuestas breves y que aparecen citadas en el libro:
P. ¿Qué cambios piensas que experimentarán las organizaciones para las que trabajaremos durante la próxima década?
R. Creo que el principal cambio va a ser el de hacerse mucho más “humanistas”, el de ser capaces de gestionar la relación laboral con un criterio basado en la persona y sus especificidades, no en función de una plantilla o un contrato entendido de una manera rígida. Lo que un trabajador quiere, cada día más, es tener un trabajo que le motive, que le llene en lo personal, que se lo crea, y poder dedicarse a él de una manera óptima, sin corsés que le eviten ser productivo. En determinados momentos, el desarrollo de ese trabajo implicará llevarlo a cabo desde un lugar común donde se maximice la comunicación y la interacción, en otros será preferible (u óptimo) desarrollarlo desde casa, en otras ocasiones conllevará viajes, etc. y la persona debe poder gestionar ese entorno de una manera madura, teniendo una contraparte que entienda el porqué de cada situación y sea capaz de adaptarse, de evaluar el trabajo en condiciones, y de favorecer el desarrollo de una relación laboral satisfactoria para ambas partes, reduciendo en componente de alienación
P. ¿Qué capacidades humanas / competencias crees que “cotizarán al alza” durante la próxima década?
R. Fundamentalmente la empatía y la inteligencia emocional. En una sociedad en la que una gran parte del trabajo va a ser desarrollado por máquinas, surgirá una clase trabajadora que trabajar “porque quiere”, “porque le motiva”, “porque le llena”, porque “cree en ello”. La actual disyuntiva entre los que “viven para trabajar” y los que “trabajan para vivir” tenderá a volverse cada vez más radical: en un mercado de oferta, los que conseguirán trabajo serán los que de verdad estén motivados para ello, no los que aspiren a “cumplir y ya está”. Por tanto, lo fundamental será, para una empresa, ser capaz de atraer ese talento que exigirá determinadas condiciones para expresarse y que se gestiona con empatía e inteligencia emocional, y para el trabajador, contar con esos mismos factores para encontrar un trabajo que le motive y le permita expresarse.
P. ¿Qué consejo le darías a alguien que se está planteando / replanteando su futuro profesional?
R. Que lo replantee en torno a temas que de verdad le motiven. El perfil motivacional es intrínseco al ser humano, todos somos mucho más brillantes cuando estamos motivados, pero un esquema de relaciones laborales basado todavía en la Revolución Industrial impide que se exprese ese perfil, y nos condena a situaciones de alienación, a jornadas de 9 a 5 (en el mejor de los casos) y a existencias grises y por lo general mucho más improductivas. Lo mejor que le puede pasar a una persona es disfrutar de un trabajo que le resulte motivador, y cada paso en su cualificación debe estar destinado a incrementar los grados de libertad de los que disfrutará a la hora de escogerlo.
La primeras máquinas de calcular que entraron en las oficinas eran
mecánicas. Movías usas palancas para situar una cantidad en dígitos,
seleccionabas una operación con una palanca y girabas un numero de veces
una manivela para hacer la operación. No lo recuerdo bién porque yo era
un niño muy pequeño entonces. Las primeras de estas máquinas que
entraron el las cámara de compensación bancaria, según me conto un
director de una cámara de compensación, provocaron rechazo en los
contables, que necesitaban hacer valer sus habilidades de cálculo mental
y que preferían usar papel y lápiz. Tuvieron que ser obligados a
usarlas. No se equivocaron. Con el tiempo esa actividad contable quedó
totalmente relegada a máquinas cada vez más eficientes.
Hay tareas o actividades que se prestan a la automatización porque son puro método, puro algorítmo y pura rutina.
No creo que sea cuestión de vocaciones. Lo que ocurre es que hay cosas que no se prestan a ser interesantes. Son pura rutina.
Conformarse con poner ladrillos, conducir, un taxi, servir mesas,
despachar artículos, hacer valoraciones de análisis químicos, pintar una
casa, barrer la calle, no solo son cosas aburridas. Son cosas
rutinarias y por lo tanto son susceptibles de ser automatizadas.
Nos encaminamos a un mundo cada vez menos aburrido.
los trabajos en riesgo son aquellos cuyos resultados puedan de alguna
manera digitalizarse, como es el caso de las artes -músicos,
escritores, cineastas- cuya creatividad en el entorno digital ha
resultado en todo lo contrario a lo que propones. Hoy hay menos
incentivos y más riesgos que nunca para dedicarse profesionalmente a
estas actividades. Son precisamente las profesiones creativas por
antonomasia las que no encuentran ningún lugar en una economía digital
donde el producto de ese trabajo no tiene ya ningún valor y donde se ha
inculcado a la gente que ese trabajo no es propiedad de nadie ni se debe
pagar por él.
Las impresoras 3d, en este mismo sentido, no amenazan ni el empleo ni
las economías de escala ni los procesos de producción fabriles y
altamente mecanizados de una fábrica en China, pero sí amenazan
directamente a los inventores, diseñadores e ingenieros industriales
europeos cuyos trabajos (muy creativos pero fácilmente digitalizables)
no valdrán nada una vez diseminados en la internet.
No solo los compositores, escritores o diseñadores producen obras
digitalizables, casi cualquier actividad humana puede ser digitalizada
con los instrumentos adecuados. No esperaríamos por ejemplo, que un
neurocirujano vea amenazado su trabajo por un entorno digital, pero si
combinamos robótica y escáneres de precisión, sensores, kinects y una
base de datos y un software que considere todas las ocurrencias médicas
conocidas, no hay razón por la cual la robótica no ingrese a los
quirófanos como ha ingresado a las fábricas para hacer microchips con
precisión sobrehumana.
No se me malentienda. Me parecería excelente que cualquiera en Lima o
en Nairobi pueda acceder a una cirujía especializada de un médico en
Suiza a una fracción del precio y sin moverse de su ciudad. Lo que me
parece mal es que de esa fracción del precio el médico suizo que
desarrolló la técnica, creó e innovó en medicina no va a recibir ni un
centavo porque su labor ha sido digitalizada y ya no valdrá nada.
Es todo lo contrario de lo que asumes: las labores más mecánicas y
baratas (un almacenero en Amazon, tender las camas en los hoteles) son
las más perdurables por el sencillo razonamiento de que sería mucho más
rentable reemplazar con innovaciones tecnológicas al neurocirujano que a
la mucama de hotel.
¿El futuro del empleo? Ciertamente no el salido de Disney World que
nos vende ahora Enrique sin otro sustento que su wishful thinking, donde
la gente trabaja silbando por el gusto de hacerlo como los enanos de
Blanca Nieves; pero tampoco el de una sociedad donde todas las
actividades humanas, empezando por las más creativas, pierden su valor a
medida que son digitalizadas, y solo perduran las más vulgares y
baratas que puedan competir con las máquinas -aunque solo sea porque
alimentar al trabajador diariamente cueste menos en electricidad que
hacer funcionar la máquina. Ninguno de estos dos escenarios es viable a
largo plazo.
Mi sensación es que la sociedad va a tender a revalorizar la
información a medida que más sectores se vean afectados por la
digitalización. Una cosa es decir que se jodan los músicos profesionales
-que al fin y al cabo son muy pocos- y otra cosa es decir que se jodan
los diseñadores, los ingenieros, los médicos, los abogados, los chefs,
los arquitectos, los profesores, etc. Revalorizar la información
significa atribuirle un titular y darle la posibilidad de ofrecerla
libremente en un mercado digital saneado, es decir, todo lo contrario de
lo sucedido hasta ahora. Llegado el momento, el médico del futuro debe
contar con una forma de hacer valer su información en un mercado digital
si queremos que siga innovando o que las futuras generaciones quieran
ser médicos profesionales.
- A día de hoy sigue habiendo muchos empleos de esos que no motivan a
nadie y que las máquinas siguen siendo incapaces de realizar (¿a
alguien le motiva fregar escaleras?).
- A día de hoy sigue habiendo mucha gente que necesita trabajar para vivir.
- Las crisis económicas siguen existiendo. Alguien que está
totalmente motivado en su trabajo, y que lo hace muy bien, puede irse al
paro y quedarse ahí simplemente por la crisis, cuya aparición y
mantenimiento (o incluso agravamiento) no controla.
No digo que estos sean problemas insolubles, pero sí que digo que son problemas que permanecen sin resolver.
Los creativos, del tipo que sean no estarán amenazados por el progreso tecnológico jamás.
La OCDE se acaba de cubrir de gloria reconociendo lo evidente y variando su discurso después de más de cuatro años de recortes y apreturas en aras de “hacer los deberes”. El último informe anual de este organismo internacional concluye que las rebajas salariales (que en España se han ejecutado por medio de las sucesivas reformas laborales) no solo no han sido efectivas para ganar competitividad, sino que son contraproducentes porque agravan la pobreza y tienen un efecto depresivo sobre la demanda (es decir, el consumo, que en España significa más del 60% del PIB).
El Gobierno, la OCDE, el FMI, Bruselas ( UE ), BCE … todos argumentaban que ante la imposibilidad de devaluar la moneda, la salida de la crisis y la recuperación del empleo pasaban por ganar competitividad. Una suerte de “devaluación interna” basada en la bajada masiva de salarios, con el fin de poder tener costes empresariales más bajos y así ser más competitivos de cara al exterior. Es decir, que sería el sector exterior, las exportaciones, las que tirarían del carro de este nuevo e hipotético modelo productivo español. La mano de obra barata de Europa.
El problema en mi opinión es que, como he apuntado antes, el peso del consumo en el PIB es enorme, mucho mayor que el del sector exterior, y con una bajada masiva de salarios lo que se consigue es deprimir el crecimiento y reducir aún más la actividad económica. Así, en un círculo vicioso realmente nefasto, la caída de la actividad desemboca en una mayor necesidad de ajustes salariales por parte de las empresas, que a su vez vuelven a deprimir la demanda. Es por esto que nos hemos pasado varios años en recesión.
En los primeros años de la crisis, la poca eficacia aparente de las medidas de estímulo (los planes E, y otras) y la dificultad para financiar los fuertes déficit públicos dieron por finiquitado el keynesianismo como política económica dominante y respetada. Adiós al gasto y al endeudamiento públicos masivos, adiós a las políticas de demanda. Dábamos paso así a la doctrina alemana, consistente en ser muy competitivos para poder vender al exterior. A ellos les había funcionado muy bien una década antes, cierto, pero al querer recetárselo a todo el mundo por igual cometieron un grave error conceptual: 1) Por definición no todos los países pueden tener un saldo exterior positivo y tener las exportaciones como su motor y 2) El principal cliente de Alemania es la UE. Deprimir la demanda en Europa solo podía perjudicar a Alemania.
En descargo de nuestros socios he de decir que la idea alemana (y del FMI, etc) pasaba por contener o reducir salarios con el fin de destinar toda esa ganancia a lograr precios más ajustados y por lo tanto mayores márgenes de competitividad. Pero ¡oh sorpresa! el informe de la OCDE (como el FMI antes) han llegado a la terrible conclusión —para nosotros— de que esas ganancias en realidad han ido destinadas a repartir más beneficios a las empresas. Es decir, que de este contrato implícito para apretarse el cinturón (entre patronal y trabajadores, es decir , solo los trabajadores ) los únicos que parecen haber cumplido han sido los asalariados, y las ganancias de competitividad no han sido tales.
Hay quien ha afirmado que no seamos mal pensados, que esos mayores beneficios/dividendos no tienen por qué estar directamente relacionados con ese nuevo BMW que se ha comprado el jefe o en el aumento de la desigualdad que constatan las estadísticas oficiales. Argumentan que podrían haberse destinado por ejemplo a desapalancarse. Es cierto que las empresas españolas están fuertemente endeudadas, pero no es menos cierto que también lo están las familias, así que el saldo de esta operación podría haber sido aún más negativo. Juzguen ustedes mismos.
Creo que nos enfrentamos a una crisis sin precedentes, cuyo primer origen fue financiero e inmobiliario pero cuyo verdadero sustrato es que el viejo mundo pre-globalización se está agotando. Europa y los españoles compiten ahora en un mundo global, en el que millones de productos y servicios pasan de un lugar a otro a golpe de clic en un ratón. En este mundo, nos guste o no, hay que competir, y creo que el camino no es tanto tratar de ser un país de mano de obra cada vez más barata, sino un país que lo que haga, lo haga mejor que ningún otro.
Lo digo porque siempre habrá países dispuestos a trabajar por menos que nosotros y porque creo que la cuidadanía de este país está capacitada para cosas mejores. Creo que empresas como Zara y otras demuestran que se puede salir ahí fuera a competir por hacer los mejores productos y servicios, que se puede apostar por la innovación y el desarrollo, y porque seamos un país en el que cada cosa que hagamos tenga el máximo valor añadido. Pero claro, para ello hace falta variar radicalmente la actual política económica y apostar de forma suicida por la Educación, la investigación y la inversión productiva. Soy un ingenuo quizás, pero creo que es posible.
Bajar salarios sistemáticamente: ¿Habremos tomado la receta equivocada?
La OCDE se acaba de cubrir de gloria reconociendo lo evidente y variando su discurso después de más de cuatro años de recortes y apreturas en aras de “hacer los deberes”. El último informe anual de este organismo internacional concluye que las rebajas salariales (que en España se han ejecutado por medio de las sucesivas reformas laborales) no solo no han sido efectivas para ganar competitividad, sino que son contraproducentes porque agravan la pobreza y tienen un efecto depresivo sobre la demanda (es decir, el consumo, que en España significa más del 60% del PIB).
El Gobierno, la OCDE, el FMI, Bruselas ( UE ), BCE … todos argumentaban que ante la imposibilidad de devaluar la moneda, la salida de la crisis y la recuperación del empleo pasaban por ganar competitividad. Una suerte de “devaluación interna” basada en la bajada masiva de salarios, con el fin de poder tener costes empresariales más bajos y así ser más competitivos de cara al exterior. Es decir, que sería el sector exterior, las exportaciones, las que tirarían del carro de este nuevo e hipotético modelo productivo español. La mano de obra barata de Europa.
El problema en mi opinión es que, como he apuntado antes, el peso del consumo en el PIB es enorme, mucho mayor que el del sector exterior, y con una bajada masiva de salarios lo que se consigue es deprimir el crecimiento y reducir aún más la actividad económica. Así, en un círculo vicioso realmente nefasto, la caída de la actividad desemboca en una mayor necesidad de ajustes salariales por parte de las empresas, que a su vez vuelven a deprimir la demanda. Es por esto que nos hemos pasado varios años en recesión.
En los primeros años de la crisis, la poca eficacia aparente de las medidas de estímulo (los planes E, y otras) y la dificultad para financiar los fuertes déficit públicos dieron por finiquitado el keynesianismo como política económica dominante y respetada. Adiós al gasto y al endeudamiento públicos masivos, adiós a las políticas de demanda. Dábamos paso así a la doctrina alemana, consistente en ser muy competitivos para poder vender al exterior. A ellos les había funcionado muy bien una década antes, cierto, pero al querer recetárselo a todo el mundo por igual cometieron un grave error conceptual: 1) Por definición no todos los países pueden tener un saldo exterior positivo y tener las exportaciones como su motor y 2) El principal cliente de Alemania es la UE. Deprimir la demanda en Europa solo podía perjudicar a Alemania.
En descargo de nuestros socios he de decir que la idea alemana (y del FMI, etc) pasaba por contener o reducir salarios con el fin de destinar toda esa ganancia a lograr precios más ajustados y por lo tanto mayores márgenes de competitividad. Pero ¡oh sorpresa! el informe de la OCDE (como el FMI antes) han llegado a la terrible conclusión —para nosotros— de que esas ganancias en realidad han ido destinadas a repartir más beneficios a las empresas. Es decir, que de este contrato implícito para apretarse el cinturón (entre patronal y trabajadores, es decir , solo los trabajadores ) los únicos que parecen haber cumplido han sido los asalariados, y las ganancias de competitividad no han sido tales.
Hay quien ha afirmado que no seamos mal pensados, que esos mayores beneficios/dividendos no tienen por qué estar directamente relacionados con ese nuevo BMW que se ha comprado el jefe o en el aumento de la desigualdad que constatan las estadísticas oficiales. Argumentan que podrían haberse destinado por ejemplo a desapalancarse. Es cierto que las empresas españolas están fuertemente endeudadas, pero no es menos cierto que también lo están las familias, así que el saldo de esta operación podría haber sido aún más negativo. Juzguen ustedes mismos.
Creo que nos enfrentamos a una crisis sin precedentes, cuyo primer origen fue financiero e inmobiliario pero cuyo verdadero sustrato es que el viejo mundo pre-globalización se está agotando. Europa y los españoles compiten ahora en un mundo global, en el que millones de productos y servicios pasan de un lugar a otro a golpe de clic en un ratón. En este mundo, nos guste o no, hay que competir, y creo que el camino no es tanto tratar de ser un país de mano de obra cada vez más barata, sino un país que lo que haga, lo haga mejor que ningún otro.
Lo digo porque siempre habrá países dispuestos a trabajar por menos que nosotros y porque creo que la cuidadanía de este país está capacitada para cosas mejores. Creo que empresas como Zara y otras demuestran que se puede salir ahí fuera a competir por hacer los mejores productos y servicios, que se puede apostar por la innovación y el desarrollo, y porque seamos un país en el que cada cosa que hagamos tenga el máximo valor añadido. Pero claro, para ello hace falta variar radicalmente la actual política económica y apostar de forma suicida por la Educación, la investigación y la inversión productiva. Soy un ingenuo quizás, pero creo que es posible.
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