Hay grandes maestros de la distracción. Mas de los que imaginas y en lugares que pensarias que no estarín y no deberían estar, la política o la industria, por ejemplo. Gente que, cual trileros (o la bolita es un juego, normalmente asociado a la estafa),
consiguen que mires donde ellos quieren y no donde tú pretendías
hacerlo. El mérito no está tanto en conseguir cambiar de dirección tu
mirada, sino en el que tú no te des cuenta de que estás siendo
manipulado. Entre nuestra clase política y parte de los medios
tradicionales parecen abundar y tener un talento especial. El caso de la
inexistente relación causal entre el reciente asesinato de una política
del PP y las redes sociales es un ejemplo de libro.
Según todos los indicios, se trata de un crimen entre personas del
mismo partido, por asuntos no ideológicos y que nada tienen que ver con
internet o con las redes sociales. En Twitter se ha hablado mucho de
ello. También en Facebook. También por WhatsApp o por email. Y también
en persona en casa, en el trabajo y en el bar. Creo que hasta incluso
por teléfono y por teléfono móvil. La gente habla de temas que le llama
la atención independientemente de la tecnología que usen para ello.
Y entre los que hablan de prácticamente cualquier tema, hay gente
que dice cosas sensatas con las que estamos de acuerdo y hay gente que
dice cosas que también parecen sensatas, pero con las que no estamos de
acuerdo. También hay gente que dice cosas insensatas y sin sentido, y
luego están los que insultan, gritan y sacan el pie del tiesto. En
Twitter, en el bar y por telegrama. La tecnología para esto es
irrelevante.
Pero a raíz de algunos de estos comentarios, que son claramente
minoritarios, buena parte de la prensa tradicional y el Gobierno con el
ministro del Interior al frente se han levantado en armas pidiendo que
se regulen las redes. Porque esto no es tolerable ni se puede consentir.
Aquí aparece el trilero.Ya no hablamos de quién es el asesino ni de qué
motivos le movían. Ni hablamos de qué pasaba en León o en el PP para
que se acabe matando a alguien. Hablamos de que alguien en Twitter ha
insultado o ha dicho barbaridades.
Creo que se ha dicho hasta la saciedad que las leyes ordinarias también aplican a internet. Aquella declaración de independencia de internet que
escribió en 1996 John Perry Barlow no ha tenido efectos prácticos. Algo
que sea delito en un bar lo es también en Twitter. Algo que no lo sea
en un bar, tampoco debe serlo en Twitter. Internet no puede ser un
territorio sin ley, pero tampoco puede estar sometido a un estado de
excepción, a un régimen de libertades recortadas.
¿Que hay gente que dice barbaridades, incluso sobre nosotros?
¡Bienvenido al mundo real! Eso pasa en todos los ámbitos, todos los
días. Y la mayor parte de esos casos no son delitos. Ni en internet ni
fuera. Ante ellos, lo que hacemos es intentar aislarnos del sujeto que
los lanza. Si alguien se dedica a insultarnos por la calle, pasamos por
otro lado, intentamos evitarlo. En internet esto es todavía más fácil de
hacer. En Twitter, que es un medio deliciosamente asimétrico, basta con
bloquear a dicho individuo. Por arte de magia no volvemos a oír a ese
sujeto. Seguirá diciendo lo que quiera decir, pero al igual que si lo
dice en un bar al que no vamos, no nos enteramos.
La demonización de Internet desde los medios tradicionales es un
fenómeno que viene de antaño. En parte su causa es un profundo
desconocimiento sobre su funcionamiento real. En parte es miedo a lo
desconocido. También desconfianza hacia personas que se mueven en un
entorno diferente al mío. Y, por último, interés directo en perjudicar a
algo que se ve como el enemigo, como los que nos han quitado los
lectores y los ingresos publicitarios. Hace cosas maravillosas, pero, es
una bruja, es una bruja, ¡quemémosla!
La persecución de Internet desde los poderes públicos es todavía más
seria. Demuestra muy poco talante democrático. Poca tolerancia con las
críticas o las opiniones contrarias o simplemente distintas. La
definición por antonomasia de la libertad de expresión es la frase, erróneamente atribuida a Voltaire,
que dice: “No estoy de acuerdo con lo que opinas, pero defenderé hasta
la muerte tu derecho a expresarlo”. ¡Qué lejos están muchos de ello! De
hecho, están mucho más cerca de los planteamientos de Erdogan en Turquía
cerrando el acceso a Twitter o de regímenes mucho menos democráticos.
Pero no es sólo eso. Esta polémica artificial es la excusa perfecta
para conseguir otro objetivo. De nuevo el trilero. Internet es un
entorno en el que no controlan la opinión. Hay una buena parte de la
prensa tradicional que jalea al gobierno en este asunto. Hay otra parte
de la prensa tradicional que hasta hace poco era algo más independiente y
algo más crítica, pero todo eso ha sido resuelto rápidamente
consiguiendo el cese de tres directores de periódico. Ahora hay que
meter en cintura a la crítica desde internet. Y lo harán
criminalizándola. Igual que pretenden criminalizar la protesta en la
calle con la ley de seguridad ciudadana. Porque da igual donde sea, lo
relevante es que se protesta y se critica. Y eso no puede ser. Que haya
unos bocazas insultando en Twitter es la excusa perfecta.
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