Andrés Eloy Blanco, de cuyo trágico fallecimiento se cumplieron
recientemente 59 años, escribió aquellos jocosos versos dedicados a “las
cosas que no son de ley, y siempre resultan un fiasco”, entre las
cuales mencionó “mujer orinando en frasco y negro inscrito en Copei”.
Parafraseando al gran poeta adeco, hoy habría que agregar entre las
cosas inentendibles –pero nada jocosas– esto de que Petróleos de
Venezuela haya firmado un convenio con la corporación Halliburton.
¿En qué Universo paralelo son compatibles la Halliburton y la Revolución Bolivariana? Es una pregunta que de solo tener que hacérsela (¡estamos obligados a hacérnosla, caramba!) da un poco de grima.
¿No es acaso la Halliburton la misma empresa que llevó a cabo buena parte del trabajo requetesucio en las muy sucias invasiones de Estados Unidos a Afganistán e Irak? ¿No es esa la corporación que dirigían seres deplorables como el ex vicepresidente gringo Dick Cheney y la ex secretaria de Estado, Condoleezza Rice, emblemas del peor de todos los capitalismos, ése que se enriquece impúdicamente sobre cadáveres de niños y países en ruinas?
Si hacemos un poco de ejercicio de memoria, llegaremos a recordar que las grandes discrepancias del comandante Hugo Chávez con Estados Unidos comenzaron precisamente cuando se produjo la brutal invasión a Afganistán, en supuesta represalia por los hechos del 11 de septiembre. Desde entonces, en el discurso del jefe de Estado venezolano siempre estuvo presente el reclamo más firme contra esas intervenciones militares criminales, en la que EEUU inauguró la etapa de los “contratistas”, palabra suave utilizada para referirse a mercenarios empleados por empresas con grandes agallas y cero escrúpulos. Entre los jugosos negocios que derivan de esas “guerras” están el control del petróleo y el gas en las regiones arrasadas y la reconstrucción de las naciones destruidas sin misericordia. En ambas actividades está la Halliburton metida hasta el cuello. Y esa joya de empresa es ahora socia de Pdvsa en una operación que asciende a 2 mil millones de dólares. Huele a azufre, y no precisamente porque los crudos de la Faja sean del tipo extrapesado.
La petrolera venezolana dejó colar la información discretamente en una nota de prensa en la que Halliburton aparece como beneficiaria de un contrato, junto con otras dos empresas de servicios petroleros con sede en Texas, Schlumberger y Weatherford. Seguro que si escarbamos un poquito, estas otras dos tampoco serán hermanitas de la caridad, pero la fama de Halliburton es interplanetaria y opaca a cualquiera.
Es deber de quien se considere revolucionario preguntarse el porqué de una decisión tan incoherente, en especial cuando estamos en un momento de extrema tensión con Estados Unidos, en lo que parece ser el preámbulo de una etapa de sanciones y otras arbitrariedades destinadas a torcerle el brazo a la mayoría nacional y derrocar al gobierno del presidente obrero Nicolás Maduro. Concediendo el justo beneficio de la duda a quienes aceptaron semejante indeseable socio, tal vez habría que decir que cerrarle las puertas habría agravado el conflicto con los sectores más conservadores del Imperio. No es una razón convincente y, sobre todo, no parece muy chavista, pero habría que estar en el puesto de quien la tomó para conocer todas las variables que tuvieron influencia en ella. Visto desde fuera de ese círculo de decisión (pero desde dentro del país y del proceso revolucionario), es incomprensible, no solo moralmente –lo que ya sería bastante– sino también desde la perspectiva de la seguridad del Estado. Tener dentro de la industria petrolera nacional a empresas como Halliburton equivale a darle hospedaje a lo peor del enemigo, es asumir una postura claramente suicida, ofreciéndole oportunidades a quien se ha especializado en destruir países para luego meterse en el negocio de reconstruirlos.
No se entiende, no es de ley, parece un fiasco, huele demasiado a azufre.
¿En qué Universo paralelo son compatibles la Halliburton y la Revolución Bolivariana? Es una pregunta que de solo tener que hacérsela (¡estamos obligados a hacérnosla, caramba!) da un poco de grima.
¿No es acaso la Halliburton la misma empresa que llevó a cabo buena parte del trabajo requetesucio en las muy sucias invasiones de Estados Unidos a Afganistán e Irak? ¿No es esa la corporación que dirigían seres deplorables como el ex vicepresidente gringo Dick Cheney y la ex secretaria de Estado, Condoleezza Rice, emblemas del peor de todos los capitalismos, ése que se enriquece impúdicamente sobre cadáveres de niños y países en ruinas?
Si hacemos un poco de ejercicio de memoria, llegaremos a recordar que las grandes discrepancias del comandante Hugo Chávez con Estados Unidos comenzaron precisamente cuando se produjo la brutal invasión a Afganistán, en supuesta represalia por los hechos del 11 de septiembre. Desde entonces, en el discurso del jefe de Estado venezolano siempre estuvo presente el reclamo más firme contra esas intervenciones militares criminales, en la que EEUU inauguró la etapa de los “contratistas”, palabra suave utilizada para referirse a mercenarios empleados por empresas con grandes agallas y cero escrúpulos. Entre los jugosos negocios que derivan de esas “guerras” están el control del petróleo y el gas en las regiones arrasadas y la reconstrucción de las naciones destruidas sin misericordia. En ambas actividades está la Halliburton metida hasta el cuello. Y esa joya de empresa es ahora socia de Pdvsa en una operación que asciende a 2 mil millones de dólares. Huele a azufre, y no precisamente porque los crudos de la Faja sean del tipo extrapesado.
La petrolera venezolana dejó colar la información discretamente en una nota de prensa en la que Halliburton aparece como beneficiaria de un contrato, junto con otras dos empresas de servicios petroleros con sede en Texas, Schlumberger y Weatherford. Seguro que si escarbamos un poquito, estas otras dos tampoco serán hermanitas de la caridad, pero la fama de Halliburton es interplanetaria y opaca a cualquiera.
Es deber de quien se considere revolucionario preguntarse el porqué de una decisión tan incoherente, en especial cuando estamos en un momento de extrema tensión con Estados Unidos, en lo que parece ser el preámbulo de una etapa de sanciones y otras arbitrariedades destinadas a torcerle el brazo a la mayoría nacional y derrocar al gobierno del presidente obrero Nicolás Maduro. Concediendo el justo beneficio de la duda a quienes aceptaron semejante indeseable socio, tal vez habría que decir que cerrarle las puertas habría agravado el conflicto con los sectores más conservadores del Imperio. No es una razón convincente y, sobre todo, no parece muy chavista, pero habría que estar en el puesto de quien la tomó para conocer todas las variables que tuvieron influencia en ella. Visto desde fuera de ese círculo de decisión (pero desde dentro del país y del proceso revolucionario), es incomprensible, no solo moralmente –lo que ya sería bastante– sino también desde la perspectiva de la seguridad del Estado. Tener dentro de la industria petrolera nacional a empresas como Halliburton equivale a darle hospedaje a lo peor del enemigo, es asumir una postura claramente suicida, ofreciéndole oportunidades a quien se ha especializado en destruir países para luego meterse en el negocio de reconstruirlos.
No se entiende, no es de ley, parece un fiasco, huele demasiado a azufre.
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