Por: Clodovaldo Hernández
Por andar creyendo en exit poll transmitidas por tmotion, una vez más Ña
Magda montó la fiesta antes de tiempo y se quedó con los crespos hechos,
las mesas enmanteladas y frías las botellas de caldo francés. Ahora _aunque
esto no es novedad en su caso_ anda por ahí llorando a moco suelto.
A veces, una persona se convierte en estereotipo del momento y Magda lo es
del actual, no sólo por la lloradera _¡qué fastidio!_ sino también porque
cada cuarto de hora arma un berrinche y grita "¡fraude, fraude!", con el
mismo falsete de gallo viejo que le salió a Ramos Allup la madrugadita
aquella.
Ella encarna el momento de esa parte de la clase media pretendidamente alta
que amenaza con, ahora sí, irse del país, pero la verdad no tiene con qué
ni para dónde hacerlo.
Representa como pocos a una clase media pretendidamente inteligente, pero
que se traga cualquier cuento de una dirigencia y unos analistas políticos
que, sin necesidad de trucos de software, más bien de la manera más
pedestre que quepa imaginarse, cometen todos los días a toda hora el
fraudes por excelencia: la mentira.
Es el emblema de una clase que se mira el ombligo, creyendo que ella y sólo
ella es Venezuela, negándose a ver el país cerrícola y rural que,
obviamente, constituye la mayoría.
Es necesario aclarar, casi como una reivindicación propia, que Magda de
ninguna manera encarna a toda la clase media. Personifica, en realidad, a
esa clase media que, como retrató el gran maestro Aníbal Nazoa, "sólo se
medio compromete cuando medio le conviene". Representa a lo que alguna vez
llamamos la "Sociedad Sambil", un sector caracterizado por mezclar
frivolidad y mezquindad a partes iguales. Es el target de esas doñitas
fashion que dividen su tiempo en el consultorio del cirujano estético entre
leer la revista Hola y cotillear con otras pacientes acerca de cómo es que
vamos a expulsar del país a los médicos cubanos, una vez que se caiga "el
loco".
Ña Magda simboliza tan perfectamente a ese segmento del país porque es una
niña (niñavieja, para ser precisos) malcriada, de las que rompen cosas y
arman pataletas cuando no complacen sus caprichos. Qué mejor imagen que
esta para reflejar lo que estamos viviendo.
Pero la razón que hace a Magda más representativa de la coyuntura _aparte
de la llantina que, por cierto, ¡hasta cuándo le irá a durar, carrizo!_ es
que el resultado del referendo le ha causado tales desarreglos mentales que
hasta ha sufrido una muy inesperada y febril lechina antiimperialista.
Quién lo hubiera dicho: ella, flamante secretaria de festejos y banquetes
de la organización rabiosamente no gubernamental Venezolanos Voluntarios
con Bush (VVB), ha llegado al extremo de guindarse de ese clavo ardiendo
que inventó algún analista deprimido: "Carter, como representante de
Estados Unidos, cambió el referendo por petróleo y Bush nos vendió".
Cristopher Mann, el amigo americano de los VVB voló de urgencia a Caracas
cuando supo que a míster Carter lo habían caceroleado en ese municipio de
Caracas que trata de parecerse a Manhattan, la ofensa más grave cometida
contra una personalidad estadounidense desde que escupieron el carro de
Nixon en Catia. Sin salir de su sorpresa, interpelaba: "¿A Carter, en
Altamira y no fue allí donde celebramos Halloween en 2002?".
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