Ha
pasado poco más de una década del siglo XXI y todo el mundo puede
coincidir en que, hasta el momento, la crisis que padece el sistema
político y económico mundial ha constituido la nota predominante de
estos primeros años. En este escenario de crisis, muchos profesionales
han tenido (y muchos tendrán) que reinventarse para seguir contando en
un mundo laboral cada vez más precario y agresivo con los que carecen de
la formación y la experiencia necesarias.
Para
el profesional del siglo XXI, en la mayoría de las ocasiones es más
factible consolidarse como empresa personal, que aspirar a convertirse
en asalariado de un tejido empresarial más necesitado de desprenderse de
nóminas que de incorporar nuevos trabajadores. Este cambio de
mentalidad costará de asumir, pero se presenta cada día con mayor fuerza
como alternativa real para muchos profesionales que no pueden esperar a
que cambie la tendencia.
Por tanto, reinventarse profesionalmente hoy en día es una obligación
para la gran mayoría de los ciudadanos y para hacerlo con éxito es
recomendable hacer un ejercicio de honestidad personal con el objetivo
de saber qué puede ofrecer, cuáles son sus potencialidades, en qué puede
y debe mejorar y cómo puede comercializar sus puntos fuertes.
En definitiva, se trata de reflexionar con espíritu crítico y a la vez
estratégico, analizar el entorno, fijar objetivos realistas y ponerse a
trabajar con constancia e ilusión. Porque el profesional del siglo XXI
empieza a forjarse desde el convencimiento de que su marca personal
tiene un sitio en el mercado laboral en el que se va a mover. Y ese
sitio se lo tiene que ganar.
Una vez realizado el trabajo previo y seleccionados los objetivos, toca
ponerse manos a la obra y seguir las estrategias predefinidas mediante
las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Posicionar la marca
personal es un trabajo en sí mismo, cuyos logros el profesional del
siglo XXI debe ‘vender’ posteriormente como tarjeta de visita para
ofrecer sus servicios a empresas susceptibles de estar interesados en
los mismos.
En este punto, hay que destacar que el profesional del siglo XXI en el
fondo es como un hombre orquesta y no tiene más remedio que también
ocupar el puesto de director comercial de su propia marca personal. Y el
de Director General, de Finanzas. Aunque pueda parecer excesivo,
constituirse como empresa personal conlleva asumir determinadas
obligaciones con naturalidad. Al final, todo se reduce a cumplir con los
objetivos que se ha planteado para que su marca personal goce de un
estado de salud que le permita ofrecer una imagen atractiva y eficaz al
mercado laboral al que se dirige.
Y para comunicar esa imagen, el profesional del siglo XXI debe tener muy
claro a quién se dirige y ponerse en el lugar de ese público objetivo
al que va a ofrecer nuestra marca personal. Ponerse en su lugar le
permite conocerlo, escuchar con más interés lo que dice, saber qué le
puede interesar, saber cómo comunicar con eficacia y ofrecer sus
productos y servicios.
En definitiva, el profesional de siglo XXI tiene mucho trabajo por hacer
porque su marca personal no espera, ya que va dejando rastro segundo a
segundo. Y si puede controlar el rastro que deja, si sabe darle forma a
la huella que, quiera o no, deja a lo largo de su vida profesional,
tendrá mucho camino ganado en el objetivo de posicionar correctamente su
marca personal en un mercado laboral necesitado de profesionales que
afronten los tiempos de crisis con inteligencia, eficacia y, en
resumidas cuentas, con profesionalidad.
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