martes, 16 de diciembre de 2014

600 euros para Ana

Quiero mandarle 600 euros a Ana Botín


Luis Fernando Medina Sierra
Doctor en Economía por la Universidad de Stanford e Investigador del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III

Soy socialista. De los de viejo cuño, es decir, de los que quieren "construir el socialismo". Hace años estoy pensando en cómo destruir el capitalismo. No domesticarlo, no reducir las desigualdades con un poquito de gasto público, no subirle los impuestos a los ricos ni nada de esas cosas. Destruirlo. Y ahora tengo un plan para lograrlo. ¿El primer paso? Mandarle 600 euros a Ana Botín. Suena raro pero déjenme explicarles.

En estos días se ha puesto en el centro del debate dentro de la izquierda el tema de la renta básica universal. El tema surgió de la entraña de Podemos, generó alarma en el resto de la sociedad y recientemente dicha formación ha empezado a retroceder insinuando que, en lugar de la renta básica, va a proponer una renta de inserción para personas pobres.

La renta de inserción suena progre. Suena a querer ayudar a los excluidos del sistema. En cambio la renta básica universal suena a, ¡horror de horrores!, populismo, a regalarle dinero a todo el mundo. Y como ahora nadie es populista (yo tampoco, por cierto), resulta que todos ponen el grito en el cielo. La derecha no quiere regalarle dinero a los pobres, la izquierda no quiere regalarle dinero a los ricos. Entiendo la posición de la derecha. Mientras más dinero se le regale a los pobres, menos dinero se le puede regalar a los ricos en rescates bancarios, protección de paraísos fiscales y cosas de esas. Pero en cambio no entiendo la posición de la izquierda. Insisto, si de verdad queremos destruir el capitalismo, el primer paso es mandarle 600 euros a Ana Botín a través de un programa de renta básica universal. Universal. Para todo el mundo.
La derecha no quiere regalarle dinero a los pobres, la izquierda no quiere regalarle dinero a los ricos
¿Qué hay en un nombre? La palabra "renta" es técnicamente correcta en este caso. Pero parece que a algunos les evoca al rentista perezoso. De pronto deberíamos usar otro nombre como el que algunos proponen: dividendo ciudadano. Es decir, si los socialistas logramos adueñarnos de toda la riqueza de la sociedad, logramos declarar que todos los medios de producción, desde el primer banco hasta la última cafetería, son propiedad colectiva, el siguiente paso sería declarar que todos los ciudadanos tenemos derecho a cobrar dividendos sobre toda esa riqueza como lo hacen hoy en día los grandes accionistas. A un accionista de una empresa nadie le pregunta si está trabajando o no, si está buscando empleo o no, antes de pagarle sus dividendos. Se le pagan y ya.

Pero, me dirán, ¿no sería mejor concentrar los recursos escasos en atender a los más pobres y excluidos mediante una renta de inserción? Hay tres razones en contra.

La primera es que con un sistema de renta básica universal Ana Botín y muchísimos más terminaríamos pagando en impuestos más que lo que recibimos con el famoso cheque. Tan es así que en muchos casos el resultado final simplemente sería un cruce de cuentas entre la renta básica y el IRPF para ahorrar gastos de gestión. Personas que estén devengando salarios altos no tendrían por qué enterarse de tales cheques. En últimas, no es que se le esté regalando dinero a los ricos. La renta básica es redistributiva.
Para que la renta básica sea sostenible es importante que no se vea sólo como un programa de asistencia para pobres, sino como un derecho de todos los ciudadanos
La segunda razón por la cual es preferible una renta básica universal a una renta de inserción es que, como dice el viejo aforismo de la política pública, los programas para pobres terminan siendo programas pobres. Aunque la renta básica es redistributiva, también tiene beneficios para las clases medias. Con un sistema de renta básica universal cualquier persona puede retirarse del mercado cuando lo desee y eso es algo que le sirve a todos, no solo a los pobres. Muchas personas, incluso en las clases medias, quisieran poder estudiar un nuevo oficio, trabajar en el sector sin ánimo de lucro, dedicarle más tiempo a un hijo en problemas o simplemente tomarse un descanso para recargar baterías pero, ante el colapso de la negociación laboral colectiva, estos privilegios están solo al alcance de unos pocos. Para que la renta básica sea sostenible a largo plazo es importante que no se vea únicamente como un programa de asistencia para pobres, sino como un derecho que todos los ciudadanos tienen, un derecho que cualquiera, por más laboralmente seguro que se sienta, puede llegar a necesitar.

En algunos sectores de izquierda la renta básica es vista con recelo porque no tiene la pátina obrerista de las luchas de generaciones pasadas. Parece demasiado liberal, de clase media. Pues sí. Es así. Por eso es una buena oportunidad para el socialismo. Por razones que tomaría mucho espacio discutir, los ejes en torno a los que se articulaba la clase obrera a mediados del siglo pasado se rompieron. Pero hasta ahora nadie me ha mostrado una hoja de ruta creíble para reconstruirlos. En el socialismo de hoy abunda la nostalgia, la reivindicación del pasado y cosas de esas que están muy bien (yo también de vez en cuando tarareo La Internacional), pero se necesita un plan para el futuro. El socialismo de verdad, el socialismo que nos ilusionó era eminentemente futurista, miraba hacia adelante. Y resulta que hoy en día, para avanzar hacia un nuevo tipo de sociedad es necesario contar con clases medias cuya experiencia social y cultural no tiene nada que ver con la del proletariado de hace 80 o incluso 40 años.
La tercera razón tiene que ver, paradójicamente, con la hostilidad misma que genera la propuesta. A muchos ciudadanos respetables la idea de la renta básica les ofende su sentido del honor. Ellos nunca aceptarían algo así. Ellos sí son trabajadores serios. Ellos sí son verdaderos pilares de la sociedad. Es gracias a gente como ellos que el mundo se sostiene. Es gracias a gente como ellos que unos cuantos vagos extremistas se pueden dar el lujo de proponer cosas como la renta básica. En los tiempos que corren esa hostilidad puede llegar a ser una energía política saludable. El capitalismo de nuestro tiempo, con su mezcla de globalización, financialización y privatización, vive de invitar a los ciudadanos a abandonar toda identidad colectiva, a retirarse de la esfera pública. Pero esta hostilidad es el comienzo de una identidad colectiva, es una incursión, tímida pero incursión al fin y al cabo, en la esfera pública. Es el momento en que las clases medias se ven a sí mismas no ya como simples piezas de un orden económico impersonal sino como soportes del mismo. Aunque al comienzo esto puede dar lugar a expresiones políticas reaccionarias, las cosas pueden cambiar en tiempos de crisis. De pronto mientras más claro tengan las clases medias que, en efecto, son ellas los pilares del actual sistema, son ellas las que hacen posible que el mundo sea el que es, más airada será su reacción cuando vean quiénes son los verdaderos beneficiarios de lo que ellas están sosteniendo.



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