Serge Halimi
Director de 'Le Monde diplomatique'.
En 1980, para resumir su visión de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, Ronald Reagan usó esta expresión: “Nosotros ganamos; ellos pierden”. Doce años más tarde, su sucesor inmediato en la Casa Blanca, George Bush, se congratulaba por el camino recorrido: “Un mundo antes dividido entre dos campos armados reconoce que sólo hay una única superpotencia: Estados Unidos de América”. Fue el fin oficial de la Guerra Fría.
Este periodo, a su vez, ya es pasado. La hora de su muerte sonó el día en que Rusia se cansó de “perder” y estimó que su programado descenso nunca tocaría fondo, dado que cada uno de sus vecinos se veía sucesivamente atraído –o sobornado– por una alianza económica y militar dirigida contra ella. Por otra parte, el pasado marzo, en Bruselas, Barack Obama recordó: “Los aviones de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte] patrullan los cielos sobre el Báltico, hemos reforzado nuestra presencia en Polonia y estamos dispuestos a hacer más” (1). Frente al Parlamento ruso, Vladímir Putin asimiló tal disposición a la “infame política de la contención” que, según él, las potencias occidentales oponen a su país desde… el siglo XVIII (2).
Sin embargo, la nueva Guerra Fría será diferente a la anterior. Ya que, como ha señalado el Presidente de Estados Unidos, “a diferencia de la Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones, no inspira ninguna ideología global”. La confrontación que se instala también ha dejado de oponer una superpotencia estadounidense que basa en su fe religiosa la seguridad imperial en un “destino manifiesto” a un “Imperio del Mal” que Ronald Reagan maldecía además por su ateísmo. En cambio, Vladímir Putin corteja –no sin éxito– a los cruzados del fundamentalismo cristiano. Y cuando se anexiona Crimea, recuerda de inmediato que es el lugar “donde fue bautizado San Vladímir (…), un bautismo ortodoxo que determinó los fundamentos básicos de la cultura, los valores y la civilización de los pueblos rusos, ucranianos y bielorrusos”.
Tanto como decir que Moscú no admitirá que Ucrania se convierta en la base de operaciones de sus adversarios. Candente por una propaganda nacionalista, que incluso excede el lavado de cerebro occidental, el pueblo ruso se opondría a ello. Ahora bien, en Estados Unidos y en Europa, los partidarios del gran rearme superan la apuesta: proclamaciones marciales, avalancha de sanciones heteróclitas que sólo fortalecen la determinación del campo contrario. “Quizás la nueva Guerra Fría será aún más peligrosa que la anterior –ya advirtió uno de los mejores expertos estadounidenses sobre Rusia, Stephen F. Cohen–, porque, contrariamente a su predecesora, no encuentra ninguna oposición –ni en la Administración, ni en el Congreso, ni en los medios de comunicación, las universidades, los think tanks (3)–”. La receta comprobada de todos los engranajes…
(1) Discurso de Barack Obama en Bruselas, 26 de marzo de 2014.
(2) Discurso de Vladímir Putin en el Parlamento ruso, 18 de marzo de 2014.
(3) Pronunciada en la conferencia anual Rusia-Estados Unidos, Washington, 16 de junio de 2014. Retomada en The Nation, Nueva York, 12 de agosto de 2014.
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En 1980, para resumir su visión de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, Ronald Reagan usó esta expresión: “Nosotros ganamos; ellos pierden”. Doce años más tarde, su sucesor inmediato en la Casa Blanca, George Bush, se congratulaba por el camino recorrido: “Un mundo antes dividido entre dos campos armados reconoce que sólo hay una única superpotencia: Estados Unidos de América”. Fue el fin oficial de la Guerra Fría.
Este periodo, a su vez, ya es pasado. La hora de su muerte sonó el día en que Rusia se cansó de “perder” y estimó que su programado descenso nunca tocaría fondo, dado que cada uno de sus vecinos se veía sucesivamente atraído –o sobornado– por una alianza económica y militar dirigida contra ella. Por otra parte, el pasado marzo, en Bruselas, Barack Obama recordó: “Los aviones de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte] patrullan los cielos sobre el Báltico, hemos reforzado nuestra presencia en Polonia y estamos dispuestos a hacer más” (1). Frente al Parlamento ruso, Vladímir Putin asimiló tal disposición a la “infame política de la contención” que, según él, las potencias occidentales oponen a su país desde… el siglo XVIII (2).
Sin embargo, la nueva Guerra Fría será diferente a la anterior. Ya que, como ha señalado el Presidente de Estados Unidos, “a diferencia de la Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones, no inspira ninguna ideología global”. La confrontación que se instala también ha dejado de oponer una superpotencia estadounidense que basa en su fe religiosa la seguridad imperial en un “destino manifiesto” a un “Imperio del Mal” que Ronald Reagan maldecía además por su ateísmo. En cambio, Vladímir Putin corteja –no sin éxito– a los cruzados del fundamentalismo cristiano. Y cuando se anexiona Crimea, recuerda de inmediato que es el lugar “donde fue bautizado San Vladímir (…), un bautismo ortodoxo que determinó los fundamentos básicos de la cultura, los valores y la civilización de los pueblos rusos, ucranianos y bielorrusos”.
Tanto como decir que Moscú no admitirá que Ucrania se convierta en la base de operaciones de sus adversarios. Candente por una propaganda nacionalista, que incluso excede el lavado de cerebro occidental, el pueblo ruso se opondría a ello. Ahora bien, en Estados Unidos y en Europa, los partidarios del gran rearme superan la apuesta: proclamaciones marciales, avalancha de sanciones heteróclitas que sólo fortalecen la determinación del campo contrario. “Quizás la nueva Guerra Fría será aún más peligrosa que la anterior –ya advirtió uno de los mejores expertos estadounidenses sobre Rusia, Stephen F. Cohen–, porque, contrariamente a su predecesora, no encuentra ninguna oposición –ni en la Administración, ni en el Congreso, ni en los medios de comunicación, las universidades, los think tanks (3)–”. La receta comprobada de todos los engranajes…
(1) Discurso de Barack Obama en Bruselas, 26 de marzo de 2014.
(2) Discurso de Vladímir Putin en el Parlamento ruso, 18 de marzo de 2014.
(3) Pronunciada en la conferencia anual Rusia-Estados Unidos, Washington, 16 de junio de 2014. Retomada en The Nation, Nueva York, 12 de agosto de 2014.
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