Las Empresas farmacéuticas crean trastornos para vender sus medicamentos.
La oscura unión entre las compañías de Marketing y las Farmacéuticas resulta en la promoción de enfermedades para todo y para todos y la oferta presta de la solución a estos males muchas veces inventados.
La creación de enfermedades para todo tipo de nimiedades (o conductas naturales que solamente divergen del status quo), especialmente de carácter mental, es una multimillonaria industria en la que las farmacéuticas se alían con las compañías de marketing para promover enfermedades que nacen del desarrollo de un fármaco y no de la existencia de la enfermedad en sí. El objetivo de las farmacéuticas es tener a toda la población consumiendo fármacos permanentemente bajo la ilusión de estar enfermos –algo que después de estar tomando medicamentos psicotrópicos es fácil de mantener-.
El esperpento en el ámbito de la salud es tal que hay compañías farmacéuticas cuya estrategia es inventarse enfermedades para luego tratarlas con medicamentos preparados a la carta. El hecho ya ha sido denunciado ampliamente pero ahora dos científicos de la Universidad de Newcastle (Australia), David Henry y Ray Moynihan, acaban de publicar en Public Library of Science Medicine una investigación donde denuncian que actualmente se presentan ya como enfermedades a tratar con fármacos desde la menopausia al exceso de colesterol pasando por las disfunciones sexuales temporales, el llamado síndrome de piernas inquietas, el síndrome del intestino irritado... En suma, exagerando problemas menores para darles la categoría de enfermedades y se traten con fármacos.
La salud enferma. Nuestra obsesión por revivir el mito de Fausto y conseguir la eterna juventud eludiendo además la enfermedad a toda costa ha terminado por convertir nuestra salud en un puro objeto comercial en manos de las grandes corporaciones farmacéuticas que, con la misma lógica con la que hoy nos venden un móvil de tercera generación o un ordenador más potente, nos venden un nuevo medicamento. Es decir, primero crean la necesidad en el consumidor y después le ofrecen satisfacerla. Pues bien, teniendo en cuenta esa estrategia hoy algunas farmacéuticas buscan "conjuntos de síntomas" -bautizados como "síndromes"- para luego etiquetarlos como "enfermedades". Y a continuación se desarrolla el tratamiento "específico" para cada una de esas "nuevas" enfermedades "descubiertas" -tratamiento al que llaman "protocolo"-, normalmente un fármaco o serie de fármacos que en realidad sólo palian o alivian algunos de los síntomas elegidos para cada síndrome. Fármacos que inevitablemente provocan efectos secundarios adversos que no se tenían antes y que normalmente terminan convirtiendo al paciente -¿por qué cree usted que se llama a los enfermos pacientes?- en un consumidor crónico de los mismos. Efectos adversos negativos que se califican de inevitables para tratar la enfermedad principal y que dan lugar a la ingesta de nuevos fármacos que los palien... con el riesgo de provocar nuevos problemas. Problemas que... Se entra así en un círculo vicioso en el que una vez se entra es difícil salir. Y el negocio está asegurado.
Y quede bien claro -en ello coinciden todos los que denuncian este problema- que en el extremo de cada situación siempre habrá alguien cuyos padecimientos quizás sí hagan necesaria la atención especializada y farmacológica. Dicho lo cual no es menos cierto que la necesaria atención de unos pocos no justifica la medicalización a que se está sometiendo hoy a la mayoría de la sociedad.
Hace una década Lynn Payer -periodista científica preocupada por las distintas soluciones que sobre los mismos problemas médicos había en diferentes países desarrollados y que estaban en función de sus distintas visiones culturales y sociales- escribió un libro titulado Disease Mongering. Acuñaba así públicamente por primera vez una expresión que podríamos traducir como Tráfico de enfermedades y que sirve en la actualidad para definir -todavía con cierta ambigüedad- uno de los principales problemas que hoy -y aumentarán en el futuro- deben afrontar las personas de nuestra sociedad.
Payer describía muy bien en ese libro la confluencia de intereses entre las compañías farmacéuticas y los medios de comunicación para exagerar la severidad de las enfermedades y la capacidad de los medicamentos para curarlas. “Dado que la enfermedad es un concepto social –escribió- los proveedores pueden crear su propia demanda, esencialmente ensanchando las definiciones de enfermedades de tal manera que incluyan el mayor número de personas e hilando nuevas enfermedades”. Desde entonces las evidencias de que ya está pasando así no han hecho más que crecer. En la misma medida, paradójicamente, en que se hace cada vez más difícil encontrar soluciones para las dolencias realmente preocupantes. Ser mujer, por ejemplo, es ya hoy -desde el punto de vista de los grandes laboratorios y, por ende, de los médicos, básicamente "formados" por las multinacionales una vez salen de las facultades de Medicina- una especie de “enfermedad continua”. Toda mujer es hoy candidata a alguna de las muchas y nuevas patologías psiquiátricas de la niñez, víctima propiciatoria de la anorexia y la bulimia en la adolescencia o persona sufriente de "problemas menstruales" o de los derivados de la concepción en la etapa adulta. En suma, ha sido convertida en objetivo fácil de toda clase de “padecimientos” en la premenopausia, en la menopausia y en la postmenopausia. Sin contar las posibles "disfunciones sexuales" que muchos están empeñados en generalizar.
Afortunadamente desde que Payer escribió su obra ha habido cada vez más voces que denuncian la medicalización de nuestra sociedad. Es el caso de Kalman Applbaum, profesor de Antropología Médica en la Universidad de Wisconsin y estudioso del tema: “En nuestra persecución de la promesa utópica de una perfecta salud hemos dado libertad a las corporaciones industriales para tomar el control de los verdaderos instrumentos de nuestra libertad: la objetividad en la ciencia, la ética y la honestidad en el cuidado de la salud, y el privilegio para dotar a la Medicina de autonomía para cumplir su juramento de trabajar en beneficio del enfermo”.
Y quede bien claro -en ello coinciden todos los que denuncian este problema- que en el extremo de cada situación siempre habrá alguien cuyos padecimientos quizás sí hagan necesaria la atención especializada y farmacológica. Dicho lo cual no es menos cierto que la necesaria atención de unos pocos no justifica la medicalización a que se está sometiendo hoy a la mayoría de la sociedad.
Hace una década Lynn Payer -periodista científica preocupada por las distintas soluciones que sobre los mismos problemas médicos había en diferentes países desarrollados y que estaban en función de sus distintas visiones culturales y sociales- escribió un libro titulado Disease Mongering. Acuñaba así públicamente por primera vez una expresión que podríamos traducir como Tráfico de enfermedades y que sirve en la actualidad para definir -todavía con cierta ambigüedad- uno de los principales problemas que hoy -y aumentarán en el futuro- deben afrontar las personas de nuestra sociedad.
Payer describía muy bien en ese libro la confluencia de intereses entre las compañías farmacéuticas y los medios de comunicación para exagerar la severidad de las enfermedades y la capacidad de los medicamentos para curarlas. “Dado que la enfermedad es un concepto social –escribió- los proveedores pueden crear su propia demanda, esencialmente ensanchando las definiciones de enfermedades de tal manera que incluyan el mayor número de personas e hilando nuevas enfermedades”. Desde entonces las evidencias de que ya está pasando así no han hecho más que crecer. En la misma medida, paradójicamente, en que se hace cada vez más difícil encontrar soluciones para las dolencias realmente preocupantes. Ser mujer, por ejemplo, es ya hoy -desde el punto de vista de los grandes laboratorios y, por ende, de los médicos, básicamente "formados" por las multinacionales una vez salen de las facultades de Medicina- una especie de “enfermedad continua”. Toda mujer es hoy candidata a alguna de las muchas y nuevas patologías psiquiátricas de la niñez, víctima propiciatoria de la anorexia y la bulimia en la adolescencia o persona sufriente de "problemas menstruales" o de los derivados de la concepción en la etapa adulta. En suma, ha sido convertida en objetivo fácil de toda clase de “padecimientos” en la premenopausia, en la menopausia y en la postmenopausia. Sin contar las posibles "disfunciones sexuales" que muchos están empeñados en generalizar.
Afortunadamente desde que Payer escribió su obra ha habido cada vez más voces que denuncian la medicalización de nuestra sociedad. Es el caso de Kalman Applbaum, profesor de Antropología Médica en la Universidad de Wisconsin y estudioso del tema: “En nuestra persecución de la promesa utópica de una perfecta salud hemos dado libertad a las corporaciones industriales para tomar el control de los verdaderos instrumentos de nuestra libertad: la objetividad en la ciencia, la ética y la honestidad en el cuidado de la salud, y el privilegio para dotar a la Medicina de autonomía para cumplir su juramento de trabajar en beneficio del enfermo”.
Estrategias y Alianzas.
Pues bien, hay que decir que con el congreso internacional celebrado en Newcastle (Australia) los pasados días 11 y 13 de abril el problema comienza a mostrar su verdadera dimensión y proyección mundial. Y es que el Programa encabezaba su presentación con el siguiente titular: “Un provocativo simposium sobre la venta de enfermedades”. No dejando dudas sobre la trascendencia del problema: “La capacidad de la industria para la innovación, esencial para sostener una alta rentabilidad, se ha extendido discutiblemente más allá de la invención de nuevos productos a la creación de nuevas enfermedades, desórdenes y trastornos; y a la expansión de las ya conocidas. Mediante alianzas informales con médicos y grupos de pacientes, y la ayuda de expertos en relaciones públicas, las compañías farmacéuticas fabrican las condiciones de las nuevas enfermedades de la misma manera que fabrican las medicinas. Los ejemplos de desórdenes que se han representado de esa manera son tan diversos como las disfunciones sexuales en el hombre y la mujer, el desorden de ansiedad social o la alopecia”.
El periodista Ray Moynihan y el profesor del Farmacología Clínica David Henry -autores del libro Selling Sickness: How the World's Biggest Pharmaceutical Companies Are Turning Us All into Patients (Vendiendo enfermedades: cómo las compañías farmacéuticas más grandes del mundo están convirtiéndonos a todos en pacientes)- se encargaron de abrir el congreso añadiendo nuevas "enfermedades" a las reflejadas a modo de ejemplo en el programa: “Aspectos de la vida ordinaria como la menopausia -denunciaron- están siendo medicalizados. Problemas benignos están siendo tratados como enfermedades graves como ha ocurrido en la promoción financiada por una compañía farmacéutica del síndrome del colón irritable. Y meros factores de riesgo como el nivel alto de colesterol en sangre o el bajo nivel de densidad de los huesos se presentan ya como enfermedades. Hay una confluencia de intereses tras la presentación de ciertos problemas de salud como severos y tratables con píldoras, como ha pasado recientemente con el desorden de ansiedad social”.
Obviamente no son las compañías farmacéuticas las únicas responsables de lo que está sucediendo. Nada podrían hacer sin otros personajes imprescindibles en este juego de intereses ocultos. “Las compañías farmacéuticas –señalaron Moynihan y Henry- no son los únicos actores de este drama. A través de nuestro trabajo como periodistas de investigación hemos aprendido cómo las alianzas informales de corporaciones farmacéuticas, compañías de relaciones públicas, grupos de médicos y organizaciones de pacientes promueven sus intereses ante el público y los diseñadores de las políticas sanitarias utilizando a menudo a los medios de comunicación de masas para presionar sobre su particular visión de los problemas. Y está ocurriendo en un momento en el que las compañías farmacéuticas tienen problemas para construir y mantener mercados para sus productos más vendidos y cuando las perspectivas de obtener nuevas y genuinamente innovadoras medicinas son débiles”.
En resumen, la herramienta básica de esta estrategia es crear estados de opinión capaces de dirigir la política sanitaria y farmacéutica. “Una estrategia importante de las alianzas –contaron Moynihan y Henry en su conferencia- es suministrar a los medios de comunicación historias diseñadas para crear miedo sobre una condición o enfermedad y atraer la atención sobre el último tratamiento. La compañía se encarga para ello de suministrar paneles asesores de 'expertos independientes' que avalan tales historias, crean o patrocinan grupos de enfermos que proporcionan las ‘víctimas’ y, finalmente, las empresas de relaciones públicas se ocupan de garantizar el giro positivo hacia sus puntos de vista de los medios de comunicación sobre los últimos ‘medicamentos descubiertos’".
El periodista Ray Moynihan y el profesor del Farmacología Clínica David Henry -autores del libro Selling Sickness: How the World's Biggest Pharmaceutical Companies Are Turning Us All into Patients (Vendiendo enfermedades: cómo las compañías farmacéuticas más grandes del mundo están convirtiéndonos a todos en pacientes)- se encargaron de abrir el congreso añadiendo nuevas "enfermedades" a las reflejadas a modo de ejemplo en el programa: “Aspectos de la vida ordinaria como la menopausia -denunciaron- están siendo medicalizados. Problemas benignos están siendo tratados como enfermedades graves como ha ocurrido en la promoción financiada por una compañía farmacéutica del síndrome del colón irritable. Y meros factores de riesgo como el nivel alto de colesterol en sangre o el bajo nivel de densidad de los huesos se presentan ya como enfermedades. Hay una confluencia de intereses tras la presentación de ciertos problemas de salud como severos y tratables con píldoras, como ha pasado recientemente con el desorden de ansiedad social”.
Obviamente no son las compañías farmacéuticas las únicas responsables de lo que está sucediendo. Nada podrían hacer sin otros personajes imprescindibles en este juego de intereses ocultos. “Las compañías farmacéuticas –señalaron Moynihan y Henry- no son los únicos actores de este drama. A través de nuestro trabajo como periodistas de investigación hemos aprendido cómo las alianzas informales de corporaciones farmacéuticas, compañías de relaciones públicas, grupos de médicos y organizaciones de pacientes promueven sus intereses ante el público y los diseñadores de las políticas sanitarias utilizando a menudo a los medios de comunicación de masas para presionar sobre su particular visión de los problemas. Y está ocurriendo en un momento en el que las compañías farmacéuticas tienen problemas para construir y mantener mercados para sus productos más vendidos y cuando las perspectivas de obtener nuevas y genuinamente innovadoras medicinas son débiles”.
En resumen, la herramienta básica de esta estrategia es crear estados de opinión capaces de dirigir la política sanitaria y farmacéutica. “Una estrategia importante de las alianzas –contaron Moynihan y Henry en su conferencia- es suministrar a los medios de comunicación historias diseñadas para crear miedo sobre una condición o enfermedad y atraer la atención sobre el último tratamiento. La compañía se encarga para ello de suministrar paneles asesores de 'expertos independientes' que avalan tales historias, crean o patrocinan grupos de enfermos que proporcionan las ‘víctimas’ y, finalmente, las empresas de relaciones públicas se ocupan de garantizar el giro positivo hacia sus puntos de vista de los medios de comunicación sobre los últimos ‘medicamentos descubiertos’".
Farmacéuticas sacadas de Farenheit 451: Inventores de enfermedades.
Jörg Blech, periodista científico especializado en Medicina y que no está considerado alguien contrario al sistema ha escrito sin embargo una obra titulada Los inventores de enfermedades en la que aborda precisamente cómo se lleva a cabo la creación de nuevas enfermedades. Y en la introducción de su libro escribe: “Lo que me une a los médicos críticos –a aquellos a los que disgusta la actual transformación de sus consultas en locales de venta de medicinas- es que no estoy en absoluto contra la industria farmacéutica ni contra la medicina moderna. Me vacuno contra la gripe y cumplo las pautas de prevención contra el cáncer. El dilema radica en que la Medicina ha ampliado su radio de acción de tal forma que se hace cada vez más difícil identificar la propia salud. Escribí este libro porque quiero seguir siendo una persona sana”.
Pues bien, Blech ofrece numerosos ejemplos en su libro de cómo se fabrican las enfermedades. Explicando por ejemplo cómo hasta ¡la timidez! pasó un día a convertirse en "enfermedad". Porque aunque el lector lo ignore resulta que en 1980 la FDA la introdujo en el manual de enfermedades como trastorno de ansiedad social clasificándola como de muy rara aparición. Y cuenta cómo en 1998 la empresa SmithKline Beecham solicitó autorización para tratarla poniendo en el mercado un fármaco, el Páxil, indicado para tratar "la fobia social". “Cuando el fármaco se encontraba en pleno proceso de admisión –escribe Blech- la empresa farmacéutica empezó a dar a conocer el potencial patológico de la timidez. La misión de establecer el trastorno de ansiedad social como ‘estado patológico serio’,según la revista del sector PR News, le fue encomendada a la agencia de comunicación Cohn & Wolf. Un poco más tarde la empresa encontró un eslogan que aludía a que algunas personas reaccionan alérgicamente a otras personas: ‘Imagine Being Allergic to People’(Imagina que fueras alérgico a las personas)”.
Diseñada la estrategia en las paradas de autobús empezaron entonces a aparecer carteles en los que se veía a un hombre joven deprimido y junto a él una leyenda: "Te pones rojo, sudas, tiemblas, hasta te cuesta respirar. Eso es lo que produce el trastorno de ansiedad social". Con esa simplificación de unos síntomas comunes a millones de personas sanas pretendía conducirlas a identificarse con una condición patológica, hasta ese momento "de muy rara aparición". Es decir, se estaba "ensanchando" el campo de la "enfermedad" y con ello el número de potenciales clientes. Sutilmente, en los anuncios no se hacía referencia a ningún medicamento psicotrópico pero sí a una Asociación contra el trastorno de la ansiedad social compuesta por tres grupos aparentemente de utilidad pública y una asociación de pacientes.
“Sólo que las partes interesadas –escribe Blech- no se habían reunido espontáneamente. La coalición había sido financiada por el laboratorio SmithKline Beecham. Y la empresa de relaciones públicas Cohn & Wolffue la encargada de contestar a los medios por encargo de esa coalición”. Luego, a través de la agencia, emitieron una nota oficial afirmando que el trastorno de ansiedad social "afectaba" al 13’3 % de la población. Es decir que de repente el "trastorno de ansiedad social" se había convertido en la tercera enfermedad psiquiátrica en Estados Unidos -tras la depresión y el alcoholismo- cuando poco antes los psiquiatras hablaban de un 3% de "afectados" como máximo. ¿Cómo era posible? De forma muy simple: un pequeño grupo de psiquiatras había convertido la timidez en una enfermedad social que afectaba a millones de personas eliminando un criterio restrictivo del diagnóstico -“el deseo imperioso de evitar algo”- y creando un nuevo subtipo general.
¿Y cómo se tragaron algo así los medios de comunicación y la sociedad? Pues para que los medios de comunicación "entendieran" la importancia del recién descubierto trastorno usaron la opinión de un psiquiatra autorizado: Jack Gorman. Psiquiatra que según las investigaciones del diario británico The Guardian resultó que trabajaba para SmithKline Beecham y un mínimo de doce empresas farmacéuticas más como asesor a sueldo.
La campaña fue todo un éxito. En los dos años anteriores a la autorización del Paxil sólo medio centenar de informes sobre el "trastorno de ansiedad social" habían llegado a los medios. Pero en mayo de 1999, cuando el medicamento llegó al mercado, llegaron centenares. Y a finales del 2001 el Paxil, el nuevo remedio contra la fobia generalizada y social, se había puesto en ventas a la altura del antidepresivo más conocido y consumido de Estados Unidos: el Prozac.
En resumen, una enfermedad inexistente, inventada, ha hecho ganar una gigantesca fortuna a sus inventores. Sobre ello cuenta Blech en otro capítulo del libro: “Para poder mantener el enorme crecimiento de los años anteriores la industria de la salud tiene que tratar cada vez a más personas que en realidad están sanas. Los grupos farmacéuticos que operan globalmente y las asociaciones de médicos conectadas internacionalmente definen de nuevo nuestra salud: los altibajos naturales de la vida y los comportamientos normales son tergiversados de forma sistemática y convertidos en estados patológicos. Las empresas farmacéuticas patrocinan la invención de cuadros clínicos completos y consiguen así nuevos mercados”.
Pues bien, Blech ofrece numerosos ejemplos en su libro de cómo se fabrican las enfermedades. Explicando por ejemplo cómo hasta ¡la timidez! pasó un día a convertirse en "enfermedad". Porque aunque el lector lo ignore resulta que en 1980 la FDA la introdujo en el manual de enfermedades como trastorno de ansiedad social clasificándola como de muy rara aparición. Y cuenta cómo en 1998 la empresa SmithKline Beecham solicitó autorización para tratarla poniendo en el mercado un fármaco, el Páxil, indicado para tratar "la fobia social". “Cuando el fármaco se encontraba en pleno proceso de admisión –escribe Blech- la empresa farmacéutica empezó a dar a conocer el potencial patológico de la timidez. La misión de establecer el trastorno de ansiedad social como ‘estado patológico serio’,según la revista del sector PR News, le fue encomendada a la agencia de comunicación Cohn & Wolf. Un poco más tarde la empresa encontró un eslogan que aludía a que algunas personas reaccionan alérgicamente a otras personas: ‘Imagine Being Allergic to People’(Imagina que fueras alérgico a las personas)”.
Diseñada la estrategia en las paradas de autobús empezaron entonces a aparecer carteles en los que se veía a un hombre joven deprimido y junto a él una leyenda: "Te pones rojo, sudas, tiemblas, hasta te cuesta respirar. Eso es lo que produce el trastorno de ansiedad social". Con esa simplificación de unos síntomas comunes a millones de personas sanas pretendía conducirlas a identificarse con una condición patológica, hasta ese momento "de muy rara aparición". Es decir, se estaba "ensanchando" el campo de la "enfermedad" y con ello el número de potenciales clientes. Sutilmente, en los anuncios no se hacía referencia a ningún medicamento psicotrópico pero sí a una Asociación contra el trastorno de la ansiedad social compuesta por tres grupos aparentemente de utilidad pública y una asociación de pacientes.
“Sólo que las partes interesadas –escribe Blech- no se habían reunido espontáneamente. La coalición había sido financiada por el laboratorio SmithKline Beecham. Y la empresa de relaciones públicas Cohn & Wolffue la encargada de contestar a los medios por encargo de esa coalición”. Luego, a través de la agencia, emitieron una nota oficial afirmando que el trastorno de ansiedad social "afectaba" al 13’3 % de la población. Es decir que de repente el "trastorno de ansiedad social" se había convertido en la tercera enfermedad psiquiátrica en Estados Unidos -tras la depresión y el alcoholismo- cuando poco antes los psiquiatras hablaban de un 3% de "afectados" como máximo. ¿Cómo era posible? De forma muy simple: un pequeño grupo de psiquiatras había convertido la timidez en una enfermedad social que afectaba a millones de personas eliminando un criterio restrictivo del diagnóstico -“el deseo imperioso de evitar algo”- y creando un nuevo subtipo general.
¿Y cómo se tragaron algo así los medios de comunicación y la sociedad? Pues para que los medios de comunicación "entendieran" la importancia del recién descubierto trastorno usaron la opinión de un psiquiatra autorizado: Jack Gorman. Psiquiatra que según las investigaciones del diario británico The Guardian resultó que trabajaba para SmithKline Beecham y un mínimo de doce empresas farmacéuticas más como asesor a sueldo.
La campaña fue todo un éxito. En los dos años anteriores a la autorización del Paxil sólo medio centenar de informes sobre el "trastorno de ansiedad social" habían llegado a los medios. Pero en mayo de 1999, cuando el medicamento llegó al mercado, llegaron centenares. Y a finales del 2001 el Paxil, el nuevo remedio contra la fobia generalizada y social, se había puesto en ventas a la altura del antidepresivo más conocido y consumido de Estados Unidos: el Prozac.
En resumen, una enfermedad inexistente, inventada, ha hecho ganar una gigantesca fortuna a sus inventores. Sobre ello cuenta Blech en otro capítulo del libro: “Para poder mantener el enorme crecimiento de los años anteriores la industria de la salud tiene que tratar cada vez a más personas que en realidad están sanas. Los grupos farmacéuticos que operan globalmente y las asociaciones de médicos conectadas internacionalmente definen de nuevo nuestra salud: los altibajos naturales de la vida y los comportamientos normales son tergiversados de forma sistemática y convertidos en estados patológicos. Las empresas farmacéuticas patrocinan la invención de cuadros clínicos completos y consiguen así nuevos mercados”.
Ébola : ¿Creado en un Laboratorio?
Siglo y medio se tardaría Europa en recuperar la población perdida en el año 1347 y otros tantos el mundo en descubrir que los culpables de la mayor pandemia que haya sufrido la humanidad, que cobró la vida de una quinta parte de la población mundial y de dos terceras de la población europea, la peste negra causada por el virus Yersinia pestis, el cual se transmitía por la picadura de las pulgas de las ratas negras, las cuales proliferaban en Europa, ya que la iglesia consideraba a su depredador, los gatos, cosa demoníaca y los había llevado casi a la extinción.
Con el ébola el mundo se ve nuevamente enfrentado a una pandemia y con ella a las teorías de la conspiración que aseguran que el ébola no es un fenómeno natural sino un arma biológica desarrollada por el hombre en laboratorios. Lo increíble es que en este caso los conspiracionistas podrían no estar tan lejos de la realidad como sí lo estuvieron con los judíos en el siglo XIV. El ébola, el sida y muchas otras epidemias han sido creados por el hombre en el laboratorio más grande, sofisticado y eficiente: la desigualdad y la indiferencia.
Joseph Stiglitz afirma que cuando se permite que sea el mercado el que nos gobierne en lugar de nosotros gobernar al mercado, este tiende a acumular la riqueza en las manos de unos pocos, quienes, con el gobierno a su favor, dejan a millones sin educación, justicia y medicina. El resultado: desigualdad extrema y pobreza. Lamentablemente, concluye, para pesar de todos, incluso de ese 1% que tiene todo lo que el 99% necesita, dicho modelo es insostenible: incrementa los índices de criminalidad, reduce el crecimiento económico, genera inestabilidad política y es caldo de cultivo de crisis sanitarias.
El ébola es una de esas crisis sanitarias de las que habla J. Stiglitz. Descubierta en 1976 en una pequeña aldea africana donde faltó todo: educación, medicina, oportunidades. Se propagó en brotes esporádicos que pese a su virulencia y letalidad no llamaron la atención ni de gobiernos ni de las potencias farmacéuticas que no hicieron nada para detenerlo. El mercado, en uno de sus acostumbrados actos de crueldad, decidió que salvar la vida de unos cuantos africanos no era ni cool ni rentable. Nuevamente, en marzo de este año, cuando la epidemia ya tomaba visos de catástrofe, no sólo no atendieron los llamados de los países africanos y especialistas que clamaban por ayuda, sino que a la crueldad de los poderosos se sumaron la apatía y el racismo de la sociedad en general, que a pesar de estar informada, se mantuvo impávida ante la muerte de miles de africanos. La ecuación cambió sin embargo cuando el virus tocó Europa y los Estados Unidos. La muerte de uno de sus ciudadanos acaparó los titulares de todos los medios. Ahora sí era importante hacer donaciones a los países africanos, desplazar equipos para cerrarle el paso a la enfermedad, las farmacéuticas entonces sí encontraron conveniente o rentable darle prisa a la tarea de encontrar una vacuna que salvara millones de seres humanos. Claro, humanos que tienen recursos con qué pagar la vacuna.
Las Nuevas Armas del El Pentagono.
Detrás
del reciente rebrote del virus EBOLA en África y su diseminación por el
Mundo estaría nuevamente la mano negra de EE.UU
y su laboratorio de investigación de armas biológicas de Fort
Detrick en Maryland EE.UU, y su Laboratorio denominado P4 ( P4
Laboratory), dirigido por el Departamento de Defensa ( DOD-U.S.
Departament of Defense ) y el Pentágono, lugar donde se habría
modificado y alterado el virus ébola desde hace ya varios años, para su
diseminación fatal, todo con el afán del beneficio económico de
esta industria de armamento biológico y/o farmacéutico, como también
en cumplimiento de la agenda de despoblamiento ( depopulate ) de extensas zonas
planetarias, lo más grave es que el centro de Fort Detrick ya
dispone de las curas para varios de los virus diseminados en el
mundo por ellos mismos, como el del HIV/AIDS , Antrax modificado y el
caso del mismo EBOLA también modificado por ellos, los
antídotos o curas, no lo difundirán o saldrán a luz hasta ver
cumplidos varios de sus objetivos planeados.
Según
la investigadora Káren Méndez de la red RT, investiga a fondo la
relación que tiene el Centro Militar de Investigaciones
Biológicas estadounidense Fort Detrick con el reciente brote de
ébola en África y a quién han beneficiado las pandemias a lo largo de la
historia, en especial a la mafia
Biotecnofarma.
La
alarma que generaron en la población mundial distintas corporaciones
mediáticas, especialmente la CNN, sobre el brote de
Ébola en países de África, y luego su insistencia sobre la vacuna
que se encontró para curar esta enfermedad, dejó al descubierto muchas
cosas y el beneficio económico se le quiere dar a ciertas
corporaciones de biotecnología y bio-farmacéuticas muy relacionadas
al centro militar de investigaciones biológicas de FORT DETRICK.
El
lunes, 4 de agosto de 2014, CNN lanzó la “exclusiva” diciendo que las
autoridades estadounidenses, ofrecían un tratamiento
no probado en humanos para curar el Ébola, una cura mágica según
ellos. Además, informaron que el medicamento ya había sido administrado
al doctor estadounidense Kent Brantly, afectado por esta
enfermedad en África, y que los efectos en el paciente habían sido
“milagrosos”. El medicamento era desarrollado por la compañía
biotecnológica con sede en San Diego, EE.UU., Mapp
Biopharmaceutica, cuyo equipo científico trabaja con el ejército
estadounidense nada más y nada menos en el centro militar de desarrollo
de armas biológicas de Fort Detrick, dependiente del
Departamento de Defensa de EE.UU, y que hace un año inocularon el
virus del Ébola modificado a un grupo de monos. También se informó que
la cura del mismo EBOLA ya la tienen patentada justo para
generar los réditos y ganancias sobre la misma.
FORT DETRICK CENTRO DE DESARROLLO DE ARMAS BIOLÓGICAS.
El
Fort Detrick, ubicado en Maryland (EE.UU.), es un centro de
investigación biológica y de desarrollo de armas
químicas-biológicas que desde hace más de 50 años se dedica a
modificar virus con fines militares, como a detectar enfermedades
mediante una “manipulada ingeniería de la infección”.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, el Fort Detrick emprendió una intensa
investigación sobre guerra biológica que estuvo
supervisada por el microbiólogo Dr. George Merck ( Merk International developer, manufacturer and distributor of pharmaceuticals ), un gran aliado de
Hitler y también presidente de una de las mayores industrias
farmacéuticas de EE.UU., que aun hoy domina el mercado de
fármacos.
Fort
Detrick ha sido el centro de programa de armas biológicas de los
Estados Unidos entre 1943 hasta el presente, heredando a
la vez toda la base de datos de armas biológicas de la Alemania
nazi, creando una oficina para este propósito el Instituto de
Enfermedades Infecciosas del Ejército (USAMRIID).
Y
es que una de las tantas cosas que copió el gobierno estadounidense del
nazismo fue su programa de guerra biológica que se
aplicó durante el Tercer Reich. A través de la Operación Paperclip,
los servicios de inteligencia y militares de EE.UU., llevaron de forma
secreta a EE.UU. a mas de 700 científicos nazis para
extraer de ellos todos sus secretos en armas químicas y
experimentación médica biológica.
Fue
así como en 1946 el Gobierno de Harry Truman reclutó principales
científicos que trabajaron para Hitler. Una de las
principales fichas nazis fue el Dr. Eric Troub, responsable de la
sección de armamento biológico del Tercer Reich. Este experto en
enfermedades víricas llegó a EE.UU. en 1949 y desde entonces
empezó a trabajar en la Marina de Estados Unidos, desde ese lugar
empezó a investigar las 40 cepas más virulentas del mundo y como
modificarlas para la guerra, además de brindar asesoría a
miembros del Departamento de Defensa de EE.UU, la CIA y a los
llamados Bioguerreros del Fort Detrick.
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GERMS: Biological Weapons
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