Nadie podrá dudar que el general Charles de Gaulle fue la figura cimera
de la política francesa del siglo XX. Nadie podrá dudar que siempre se
ubicó en la derecha política. Creó la Francia Libre, para además de
enfrentar a las fuerzas hitlerianas que ocuparon su país, fuera una
alternativa a los guerrilleros comunistas y socialistas que en la
campiña y en las ciudades francesas enfrentaban desde la clandestinidad a
la bestia nazi. Después de la derrota del fascismo y la liberación de
Francia enfrentó y derrotó a los candidatos de la izquierda hasta que en
1969 fue vencido en un referéndum, presentó su dimisión y se retiró de
la política. Fue el enterrador de la putrefacta IV y fundador de la V
República (cualquier similitud con otros países es pura coincidencia).
Pero, ante todo, el general De Gaulle fue un gran patriota, que amaba a
su país.
El pensamiento político de Gaulle en materia internacional se sustentaba en tres aspectos:
1. La consideración de que la amistad franco alemana debía ser el eje
sobre el cual había que construir la Europa del futuro. Esto, a pesar de
la añeja rivalidad entre los dos países y de que Francia venía saliendo
de dos guerras mundiales en las que fue atacada e invadida por el país
germano.
2. La necesidad de evitar que Gran Bretaña fuera la potencia preeminente
de Europa. Esto, a pesar que esa había sido, en la recién finalizada
guerra, sustento fundamental para su patria ocupada, lugar donde fundó
la “Francia Libre” y en la cual se refugió después de la entrada de las
tropas nazis en su país.
3. La obligación de terminar con la hegemonía de Estados Unidos en los asuntos europeos
De Gaulle fue más allá. En su propuesta de crear la “Europa de las
Patrias” expuso su firme oposición a aceptar el monopolio estadounidense
para el uso de armas nucleares en el seno de la OTAN y también su firme
obstrucción a que Gran Bretaña integrara la Comunidad Económica
Europea. Incluso, era tan receloso de la hegemonía estadounidense que,
posteriormente se propuso convertir en oro, las reservas francesas en
dólares.
Pensaba –con razón- que la seguridad de Europa debía ser responsabilidad
de los europeos, no de una potencia extra continental y por ello se
propuso fortalecer las fuerzas militares francesas y reducir los
vínculos de su país con la OTAN, por ello, Francia jamás integró el
componente militar de la alianza. De Gaulle no quiso subordinar las
Fuerzas Armadas de su país al mando estadounidense. Esto, a pesar que
Estados Unidos jugó un papel fundamental en la liberación de Francia de
la Alemania de Hitler.
Ningún presidente francés de la V república, de derecha o de izquierda
se atrevió a quebrar esa norma que se insertaba en lo que se llamó
Doctrina De Gaulle y que se llegó a inscribir en orgullo e identidad del
pueblo francés.
Pasaron 43 años, hasta el momento que un presidente galo se arrodilló
ante Estados Unidos. En un discurso pronunciado en la Escuela Militar de
París el 11 de marzo de 2009, Nicolás Sarkozy, informó su decisión. En
un atisbo de su mala conciencia se preguntó "¿Quién puede saber lo que
habría hecho hoy De Gaulle?”.
A continuación trató de justificarlo con explicaciones, -más para
tranquilizar su conciencia que para explicárselo al humillado pueblo
francés-, cuando incluso diputados de su propio partido rechazaron sus
argumentos. Aseveró que, “Francia conservará su independencia” pero
terminó implorando credibilidad al afirmar que "Las Fuerzas Armadas son y
seguirán siendo nacionales. No podrán integrarse en ningún Ejército
supranacional del que perdamos la responsabilidad. Además, nadie quiere
eso".
Extendió su alegato, "Conservaremos nuestra fuerza nuclear de forma
independiente y conservaremos nuestra libertad de opinión a la hora de
enviar tropas" y concluyó a la defensiva diciendo que afirmaba
“solemnemente que los que aseguran que nuestra independencia se verá
mermada, engañan a los franceses”.
El 2 de abril de 2009 se celebró una reunión de la OTAN en las ciudades
fronterizas de Kehl (Alemania) y Estrasburgo (Francia), separadas por el
Rhin. Allí, Sarkozy oficializó la petición francesa de reingresar en el
mando integrado de la Alianza. Fue 60 años después de la creación de la
OTAN y 43 desde que De Gaulle envió una carta al presidente
estadounidense Lyndon Johnson comunicándole que Francia se apartaba del
"núcleo duro" de la OTAN, conminándole a que retirara las bases
norteamericanas de territorio francés.
A partir de ese momento cual estrella de una película bélica, Sarkozy
desató anuncios que alimentaban su necesitado ego mediático: Francia
envió un nuevo batallón con 800 soldados al este de Afganistán, el país
asumió la comandancia de la región centro durante un año a partir del
verano de 2009, lo que significó un mayor aporte de efectivos a esa
“causa” y se ufanó de que "llegará el momento de tomar las decisiones
necesarias para que Francia tome todo el lugar que le corresponde en las
estructuras de la OTAN” . Hasta cuando llegara este momento, subrayó su
determinación de "trabajar de la mano de todos los socios europeos para
dar un nuevo impulso a la Europa de la defensa". Lo que no dijo es que
esa Europa de la defensa de la que hablaba estaría en manos de Estados
Unidos, idea contraria a la que el visionario General De Gaulle soñara
para su país.
Remató exponiendo su orgullo por la subordinación de Francia a Estados
Unidos, al agradecerle a George Bush "el apoyo vigoroso que acaba de dar
a esta iniciativa". Y en un anunció que hizo remover a De Gaulle en su
tumba anunció orondo que la iniciativa de EEUU de colocar un escudo
antimisiles en Europa "contribuye a la seguridad de los aliados". Pobre
General de Gaulle.
Así las cosas, llegó 2011 y con ello el momento de invadir a Libia. La
película de sometimiento de Francia a la OTAN debía seguir un derrotero
diferente para tratar de salvar su honor. Sarkozy se propuso jugar el
papel más importante, incluso se adelantó a Estados Unidos en los
bombardeos a las ciudades libias. Se reunió con sus cófrades, los mismos
que generaban dudas a De Gaulle, Gran Bretaña y Estados Unidos y
acordaron que "la OTAN debería desempeñar un papel clave en la
estructura de mando en el futuro".
Al respecto, el gobierno francés propuso crear una "dirección política"
de la intervención en Libia, sin excluir que las operaciones se apoyen
en los medios militares de la OTAN. El ministro de Asuntos Exteriores,
Alain Juppé, explicó que la iniciativa, “que se concretaría con
reuniones de los Estados participantes y la Liga Árabe, partió del
presidente Nicolás Sarkozy. Juppé sostuvo “que la intervención sería
‘breve’, un deseo en el que coincide Francia con Estados Unidos, dijo.
El ministro insistió en que en el caso de Libia ´no habrá intervención
en tierra’ porque la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU
que abrió la vía a la creación de una zona de exclusión aérea sobre ese
país no lo autoriza”.
Aunque Francia quisiera competir con Estados Unidos en cantidad de
invasiones simultáneas, el canciller aclaraba que no habría intervención
en tierra porque –imaginamos- sus tropas se encontraban ocupadas en la
incursión en Costa de Marfil y el genocidio contra ese pueblo, esta vez
con el aval y la conducción del Secretario General de Naciones Unidas,
Ban ki Moon.
Como toda puesta en escena, esta obra tendría su capítulo final: el
ridículo de Francia y su presidente. Ahora, en voz de su ministro de
defensa, Gérard Longuet, se escuchó una amarga queja en la Asamblea
Nacional de Francia porque el país y el Reino Unido estaban soportando
“lo esencial de este esfuerzo, aunque Estados Unidos siga aportando un
apoyo de ámbito aéreo indispensable, pero ya no es hoy un apoyo de
ataque en tierra, sin el cual no es posible aflojar el cerco que pesa
sobre ciudades asediadas como Misrata o Zenten”,
El Canciller de Sarkozy, -en su desesperación- y sin dar más detalles,
apeló a que el Secretario General de la OTAN Anders Fogh Rasmussen
“cumpla su palabra con hechos” pues Francia “es el mayor contribuyente a
la misión y ha animado a los otros aliados a seguir sumando recursos”.
Con su metro y 67 centímetros Napoleón llevó a Francia a la grandeza y
al respeto de las potencias. Con su metro 65, Sarkozy la ha llevado a la
ridiculez y a la dimensión de su propia estatura. Pobre Francia.
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