¿Puede Facebook influir en el resultado de unas elecciones?
El periodista John Naughton, del diario inglés The Guardian, se plantea esa pregunta: ¿hasta qué punto podría una red social como Facebook influir en el resultado de unas elecciones?
Y
la respuesta, claro, parece de entrada sumamente preocupante si
hablamos de una empresa eminentemente norteamericana, con una
penetración en algunos mercados que alcanza al 70 u 80% de los usuarios
de Internet, y que ya ha dejado clara su vocación y su escasa prevención
con respecto a la manipulación de estados de ánimo de esos usuarios: sí.
De hecho, esta hipótesis ya fue puesta a prueba en un artículo de Nature, y resultó ser positiva: la
red social fue capaz de promover una tasa mayor de participación
política en un conjunto objetivo de sesenta y un millones de
norteamericanos.
Que la respuesta a esta
hipótesis fuese positiva no debería de sorprendernos: durante siglos,
nos hemos acostumbrado a que los medios de comunicación masiva alcancen
una notable influencia sobre la agenda política: quien gestiona un medio
de comunicación es capaz no solo de ganar dinero con su actividad
suponiendo que sepa gestionarla en ese sentido, sino que es además
susceptible de orientar la información comunicada a través de ese medio
mediante eso que se ha dado en llamar “la línea editorial”, los sesgos
que aplica a la composición y la orientación de las noticias.
La
existencia de una línea editorial en un medio se supone una de las
razones por las que un usuario lo elige, y está perfectamente amparada
por la ley y hasta por la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: recientemente, Google Inc. obtuvo un importante triunfo judicial cuando consiguió que
un juez reconociese que tenía pleno derecho a manipular sus resultados
de búsqueda, del mismo modo que si fueran una publicación editorializada.
Pero
más allá de la posibilidad de redes sociales o motores de búsqueda de
manipular las ideas políticas de sus usuarios haciendo determinadas
noticias más o menos visibles, privilegiando cierta líneas de
pensamiento frente a otra, etc., está la cuestión de los motivos:
hablamos de empresas puramente comerciales, dedicadas básicamente a
exponer a sus usuarios a aquellos contenidos a los que un tercero, el
anunciante, desea que sean expuestos.
Uno llega a Facebook y dice algo así como “quiero que un porcentaje así de personas con esta o aquellas características demográficas vean este anuncio. Los anunciantes llegan a Google y dicen “quiero que todo aquel que busque esto y tenga estas características sea expuesto a este mensaje publicitario”. Es decir, no hablamos de algo que podría ocurrir, sino de una cosa que se encuentra embebida en lo más profundo de su razón de ser, en la definición de su compañía.
Uno llega a Facebook y dice algo así como “quiero que un porcentaje así de personas con esta o aquellas características demográficas vean este anuncio. Los anunciantes llegan a Google y dicen “quiero que todo aquel que busque esto y tenga estas características sea expuesto a este mensaje publicitario”. Es decir, no hablamos de algo que podría ocurrir, sino de una cosa que se encuentra embebida en lo más profundo de su razón de ser, en la definición de su compañía.
Manipulación mediática en Internet.
¿Podría una red social o un buscador, mediante una mayor
exposición o una mayor ocultación de un contenido determinado, dar
lugar a la generación de un sesgo político determinado? ¿No es algo que
todos los medios llevan intentando hacer durante décadas de historia?
¿No hablamos de que determinados personajes políticos y partidos fueron
propulsados por determinadas apuestas mediáticas? Si una cadena de
televisión o un grupo de medios puede dar lugar a un desplazamiento
determinado del sentido del voto, ¿qué no podría hacer una plataforma
que muchos consideran teóricamente neutral, en modo “me da los
resultados de mi búsqueda” o “me enseña lo que han hecho mis amigos”, y
con un alcance muchísimo más generalizado que cualquier medio? ¿Qué es
lo que algunos partidos políticos intentan hacer mediante un determinado
uso de las redes sociales estos días, más que generar un ambiente
hostil ante la crítica, o intentar transmitir un estado de ánimo
generalizado en un sentido o en otro?
Sí, las plataformas sociales
pueden influenciar nuestro pensamiento político, sobre todo porque cada
vez definen una parte más significativa de nuestro espacio, de nuestro
entorno, del ambiente que nos influencia. Un pequeño sesgo en la forma
de presentarnos la información, voluntario o involuntario, y podemos
estar hablando de “ajustar” el mapa electoral en un sentido o en otro.
Por un lado, nuestro entorno, nuestros amigos y lo que publican con
contenido político de manera natural en estas redes es algo que
indudablemente, puede influenciarnos. Por otro, la exposición de este
contenido puede ser voluntariamente sesgada por la propia plataforma. Si
se hace con el debido cuidado y la connivencia de la plataforma, no
tendría siquiera por qué notarse.
Si no lo habías pensado, vete
haciéndolo. Vete pasando revista a esos momentos, esas conversaciones,
esos artículos que de una u otra manera tuvieron un peso en el sentido
de tu voto. No se trata de volvernos todos paranóicos con la posibilidad
de que nuestros votos estén teledirigidos como su fuésemos un montón de
hamsters metidos en una jaula. Pero sí de tener meridianamente claro
que esa posibilidad existe, es viable, técnicamente factible.
Sobre
todo, por lo que pueda pasar. No olvidar la supuesta Primavera Árabe creada , entre otros, para matar a Ghadafi robar el oro de Libia y explotar su petróleo para pagar una supuesta recontrucción.
Los grandes magnates de la prensa amarilla.
William Randolph Hearst, el gran magnate norteamericano de los medios de comunicación, que en el s XIX controlaba los diarios «Examiner» y «Morning Journal», precipitó en 1898 la declaración de guerra a España por parte del gobierno estadounidense. Cuba llevaba ya años en su lucha independentista contra España y Hearst ya se había implicado fuertemente en el conflicto. Fue entonces –sin ninguna relación con la guerra- cuando en el acorazado «USS Maine (1895-1898)» de la marina norteamericana, una fortuita explosión le hizo grandes desperfectos y se hundió en la bahía de La Habana. Hearst envió al lugar a su dibujante Frederick Remington, quien una vez allí constató que no había nada extraño de lo que dar noticia y que el hundimiento no se podía atribuir a la guerra y le envió un telegrama: «Todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver». Hearst contestó en otro telegrama: «Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra.»
Hearst quería que el pueblo, y el presidente norteamericano, se pusieran a favor de la insurgencia cubana contra la metrópoli, España. Estados Unidos declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898, a raíz de la explosión del «USS Maine». Al día siguiente del incidente, a pesar de que más de cien años después no están claras las causas de la explosión, y de que otros periódicos norteamericanos pedían a sus lectores que antes de sacar conclusiones esperaran a las pruebas, el «Journal» publicaba el siguiente titular: «El USS Maine partido en dos en La Habana por un infernal artefacto del enemigo.» Este periódico no dudó un instante en mostrar a España como culpable: «En opinión de los oficiales de la Armada, la destrucción ha sido provocada por una mina española». Cada mañana los americanos amanecían con un nuevo titular, en el que se dejaba claro, sin dudas, la barbarie española en el caribe. David Nasaw, en la biografía de William Randolph Hearst, publicada por Tusquets Editores, recoge esa misma idea del poder que tenía el magnate de la prensa, para quien la competencia daba noticias mientras que sus diarios las creaban. Por eso preguntaba orgulloso cuando España perdía Cuba y Puerto Rico «¿qué les parece la guerra del Journal?», convencido de que era el New York Journal quien había desencadenado las hostilidades bélicas entre Estados Unidos y España.
El
telegrama de Hearst a Remington no
solamente es paradigma del periodismo amarillo sino un símbolo del
poder de los medios de comunicación, que pueden crear las guerras,
o por lo menos recrearlas, presentarlas y difundirlas a la hora y
gusto de los
lectores/espectadores, en horario de
máxima audiencia y a su medida.
Con tal de aumentar la tirada todo está permitido.
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