ÚN | Mireglis Martínez.- Allí está, desde muy temprano.
Siempre antes que tú, ya lo has visto más de una vez. No solamente
cuando te toca comprar, sino todos los días. Lleva sus bolsos y su
butaquita y parece controlarlo todo frente al almacén de los chinos con
su celular. Lo peor es que no está solo, lo acompaña un grupo que parece
una jauría. Temes que se lo lleven todo para venderlo no muy lejos de
ahí. “¡Estos bachaqueros!”, se queja esa señora detrás de ti, “siempre
se las ingenian para dejarnos sin nada”, expresa resignada.
Ciertamente, el bachaqueo no es nuevo y forma parte de la llamada guerra económica; y no han faltado estrategias populares, gubernamentales y empresariales para combatirlo, mientras este fenómeno social de numerosas aristas se transforma y, como destacó Luis Figueroa, jefe civil del Estado Mayor contra la Guerra Económica en Miranda, muta para evadir cada nueva acción y apropiarse del poder de compra de los venezolanos.
Ni Drácula... Los bachaqueros hacen colas desde la madrugada y acaparan los primeros lugares y productos. Por eso no pudimos evitar entusiasmarnos con los recientes decretos regionales (como en el Distrito Capital, Zulia, Trujillo, Falcón o Yaracuy) y ordenanzas municipales que prohíben colas nocturnas con la implementación del “Autobús de Drácula Antibachaqueo”, que se los llevaba para darles una buena charla. Sin embargo, como nos dijo Mariela Ramírez, vecina de Candelaria, la alegría duró poco.
“No, nada que ver, ellos resuelven”, dice Ramírez cuando le preguntamos por las nuevas medidas. “Ahora no hacen la cola en la noche, sino que se reúnen cerca del almacén, escriben listas y apartan puestos para venderlos hasta en mil bolívares. De nada sirve madrugar”, afirma mientras se queja del escándalo que además mantienen en la madrugada.
El equipo de Últimas Noticias la acompañó a hacer cola desde muy temprano y -en efecto- los bachaqueros ya estaban allí.
Ellos saben qué van a vender esa mañana, nos percatamos. Están dateados y presumen de eso. Todos los reconocen y la queja se hace sentir. “Tengo tres días haciendo colas para comprar pañales y leche”, comenta Yajaira Suárez, una morena de unos 25 años con un hermoso chamo en sus brazos. “Esta gente no le deja a uno nada”, nos cuenta.
Si Yajaira quiere descansar puede hacerlo en una de las butaquitas que también alquilan las redes de bachaqueros. Asimismo, ofrecen fritangas y el infaltable té instantáneo.
“Nos va bien”, aseguró entre risas Ricardo, un hombre que también se ofrece para cuidar las bolsas que no dejan entrar en los establecimientos.
En todos lados. Resulta un misterio, pero de alguna manera lo hacen. “Mira -advierte Mariela-, esa señora que está ahí, la de licras negras... -señala con disimulo a una mujer de contextura gruesa, con celular en mano y ademanes de jefa-, la vas a ver aquí, en la farmacia, en el abasto, donde los portugueses; y si vas pa’l Este, también la vas a ver llevándose lo mismo que compra aquí”. Lo cierto, agrega, “es que la doña en cuestión tiene su chofer particular, que la lleva rapidito en moto pa’ todos lados”.
Es que el sistema de compra por cédula les importa poco y la captahuellas -aunque funciona- no está en todos los establecimientos. “Yo creo que ella tiene varias cédulas falsas, porque también compra de domingo a domingo”, cuenta Yajaira mientras mece y protege al bebé del inclemente sol. “Además tiene suerte -ironiza- porque nunca le hacen nada, ni la han bloqueado como a otros”.
Tras cuatro horas de cola, a media mañana, llega el esperado camión. La mujer de la licra llama a tutilimundachi con su teléfono: “¿Dónde estás? Ya llegó el camión, vente”, grita con voz grave, “¡Aquí hay leche, pañales, arroz, azúcar, papel toalé, champú..! ¡Hay bastante!”.
Sus compinches no tardan en llegar, se aglomeran al principio de la cola y no hay reproche ni queja que valga. Imponen su ley. “Yo ahí ni me meto. Eso no lo harían si estuviera la Guardia o la policía, pero no están”, aclara Mariela. “Muchachita, échate pa’ atrás, para que no te malogren al muchacho, puede que estén armados”, le dice a Yajaira que se aparta un poco.
Se forma el desorden, unos empujan y muchos se colean, especialmente los amigos de la mujer de licras. “¡Voy a cerrar el negocio si no se ordenan!”, grita en perfecto castellano el dueño del local, un asiático acostumbrado a lidiar con ellos. Aunque la cola se organiza, ya los bachaqueros se hicieron de su puesto. Con mis amigas de cola estábamos de 20, “ahora estamos como de 100”, calcula Mariela indignada.
La mujer de licra sigue gritando, convocando, amenazando y el destino parece escrito para quienes hicimos la cola desde temprano. “No nos van a vender nada”, suspira Yajaira.
La frustración. Ya a las 11 de la mañana la mujer de licras había hecho su compra y esperaba sentada a que salieran sus amigotes, que le iban entregando lo que compraban.
“¿Ves ese carro ahí?”, señala Yajaira un Nova 74 de cauchos desgastados. “Ese tipo la está esperando. Todo eso que le están dando se lo llevarán a él; pero ella se irá en moto”. Y así fue.
Mientras seguíamos en el puesto 100 de una cola que no se movía, la frustración se apoderó del ambiente. “Estos bachaqueros se llevan todo”, dijo Mariela. “Mañana veremos que lo venden diez veces más caros, ¡qué chimbo!”, respondió Yajaira a la vez que trataba de calmar el llanto de su hijo en brazos. “Y esto no es cosa de Caracas solamente, agregó, yo tengo familia en Maracaibo y Puerto La Cruz, y allá la cosa es hasta peor”.
Los productos se agotan poco a poco. “¡Ya no hay pañales!”, grita el dueño del abasto. Faltan veinte personas y Yajaira se desanima. “¡Ya no hay leche!”, canta diez minutos después y muchacha lo lamenta. “Por lo menos hay papel todavía”, sonrío resignada mientras veía cómo muchos pañales terminaban dentro del viejo carro.
“Es que el chino les pasa el dato”, decían unos. “No vale, ¿qué va a hacer el pobre?, él le vende a los que están en la cola”, lo defendían otros. “Es culpa de los bachaqueros, ellos se las ingenian para pasarle por encima a todo lo que se haga. Para ellos no hay plan que valga”, señaló Mariela, quien además comentó de otros comerciantes y empleados que sí son cómplices de los bachaqueros.
El mercado de la reventa. Superado el mediodía logramos entrar. Compramos arroz y un paquete de cuatro rollos de papel higiénico. Algo es algo.
“Ve a Catia, a la plaza Pérez Bonalde -comentó la joven madre-, allá vas a encontrar todo lo que no pudimos comprar acá”. “O a la Redoma de Petare, pero eso sí, más caro, mucho más caro”, agregó Mariela mientras nos despedíamos.
Al llegar a la plaza Pérez Bonalde, en el oeste caraqueño, no nos sorprendió encontrar el viejo Nova distribuyendo los productos a los vendedores desperdigados por el lugar ante la ausencia de las autoridades. Pañales, champú, lociones, cremas, jabones y fórmulas infantiles; además de jabón de baño, detergente, leche completa, mantequilla, café y hasta papel higiénico pudimos observar. Luego recorrimos la Redoma de Petare y fue igual.
Todos los productos que los consumidores buscan y no encuentran en los establecimientos tradicionales, los bachaqueros los venden allí.
Este monstruo de mil tentáculos ofrece los productos de la cesta básica a precios que superan hasta 10 veces el precio justo. En cualquier venta informal puede encontrarse un kilo de harina de maíz precocida -regulada en Bs 26- a 100 bolívares; el papel higiénico de 12 rollos, que tiene un costo de Bs 160, se consigue a 1.100 bolívares; los pañales para adultos, que cuestan 615, ellos los tienen en 1.200; los protectores diarios femeninos de 116,40 llegan a 250; fórmulas infantiles de Bs 300 pueden costar hasta 1.000 bolívares y un paquete de caraotas de Bs 55 es revendido hasta en 600.
“Y eso está barato”, espetó César, el vendedor, un adolescente que apenas superaba los 14 años. “Las autoridades siempre vienen, pero nosotros nos escondemos. Guardamos la mercancía (seguramente en el Nova ‘74) y esperamos a que se vayan. Primero se cansan ellos que nosotros”, comentó confiado el muchacho que aseguró ya no asistir al liceo.
Sin duda, los captahuellas, el control por cédula, las sanciones, los bloqueos y la prohibición de colas en la noche pudieron asestar duros golpes en su momento a las redes de bachaqueo, que siempre buscan trampas para las que se amerita nuevas y más complejas formas de combatirlo.
Redes electrónicas. A través de pines, Whatsapp o mensajes de texto; al igual que por Twitter, Instagram, Facebook, correo electrónico y hasta por sitios web de comercio digital, se ofrecen los productos obtenidos a través del bachaqueo. Los especuladores acceden al mercado sin correr los riesgos de los vendedores ambulantes.
Son muchas las denuncias a través de La Red. Basta escribir la palabra “bachaquero” en el buscador para ver los numerosos casos de quienes especulan hasta con vehículos comercializados por el Gobierno Nacional. Las acciones para enfrentarlos existen y las actuaciones de los cuerpos de seguridad y orden público junto al Ministerio Público han sido reseñadas en repetidas ocasiones a través de los medios nacionales en un esfuerzo de conjurar esta práctica que perjudica a todos los venezolanos.
Ciertamente, el bachaqueo no es nuevo y forma parte de la llamada guerra económica; y no han faltado estrategias populares, gubernamentales y empresariales para combatirlo, mientras este fenómeno social de numerosas aristas se transforma y, como destacó Luis Figueroa, jefe civil del Estado Mayor contra la Guerra Económica en Miranda, muta para evadir cada nueva acción y apropiarse del poder de compra de los venezolanos.
Ni Drácula... Los bachaqueros hacen colas desde la madrugada y acaparan los primeros lugares y productos. Por eso no pudimos evitar entusiasmarnos con los recientes decretos regionales (como en el Distrito Capital, Zulia, Trujillo, Falcón o Yaracuy) y ordenanzas municipales que prohíben colas nocturnas con la implementación del “Autobús de Drácula Antibachaqueo”, que se los llevaba para darles una buena charla. Sin embargo, como nos dijo Mariela Ramírez, vecina de Candelaria, la alegría duró poco.
“No, nada que ver, ellos resuelven”, dice Ramírez cuando le preguntamos por las nuevas medidas. “Ahora no hacen la cola en la noche, sino que se reúnen cerca del almacén, escriben listas y apartan puestos para venderlos hasta en mil bolívares. De nada sirve madrugar”, afirma mientras se queja del escándalo que además mantienen en la madrugada.
El equipo de Últimas Noticias la acompañó a hacer cola desde muy temprano y -en efecto- los bachaqueros ya estaban allí.
Ellos saben qué van a vender esa mañana, nos percatamos. Están dateados y presumen de eso. Todos los reconocen y la queja se hace sentir. “Tengo tres días haciendo colas para comprar pañales y leche”, comenta Yajaira Suárez, una morena de unos 25 años con un hermoso chamo en sus brazos. “Esta gente no le deja a uno nada”, nos cuenta.
Si Yajaira quiere descansar puede hacerlo en una de las butaquitas que también alquilan las redes de bachaqueros. Asimismo, ofrecen fritangas y el infaltable té instantáneo.
“Nos va bien”, aseguró entre risas Ricardo, un hombre que también se ofrece para cuidar las bolsas que no dejan entrar en los establecimientos.
En todos lados. Resulta un misterio, pero de alguna manera lo hacen. “Mira -advierte Mariela-, esa señora que está ahí, la de licras negras... -señala con disimulo a una mujer de contextura gruesa, con celular en mano y ademanes de jefa-, la vas a ver aquí, en la farmacia, en el abasto, donde los portugueses; y si vas pa’l Este, también la vas a ver llevándose lo mismo que compra aquí”. Lo cierto, agrega, “es que la doña en cuestión tiene su chofer particular, que la lleva rapidito en moto pa’ todos lados”.
Es que el sistema de compra por cédula les importa poco y la captahuellas -aunque funciona- no está en todos los establecimientos. “Yo creo que ella tiene varias cédulas falsas, porque también compra de domingo a domingo”, cuenta Yajaira mientras mece y protege al bebé del inclemente sol. “Además tiene suerte -ironiza- porque nunca le hacen nada, ni la han bloqueado como a otros”.
Tras cuatro horas de cola, a media mañana, llega el esperado camión. La mujer de la licra llama a tutilimundachi con su teléfono: “¿Dónde estás? Ya llegó el camión, vente”, grita con voz grave, “¡Aquí hay leche, pañales, arroz, azúcar, papel toalé, champú..! ¡Hay bastante!”.
Sus compinches no tardan en llegar, se aglomeran al principio de la cola y no hay reproche ni queja que valga. Imponen su ley. “Yo ahí ni me meto. Eso no lo harían si estuviera la Guardia o la policía, pero no están”, aclara Mariela. “Muchachita, échate pa’ atrás, para que no te malogren al muchacho, puede que estén armados”, le dice a Yajaira que se aparta un poco.
Se forma el desorden, unos empujan y muchos se colean, especialmente los amigos de la mujer de licras. “¡Voy a cerrar el negocio si no se ordenan!”, grita en perfecto castellano el dueño del local, un asiático acostumbrado a lidiar con ellos. Aunque la cola se organiza, ya los bachaqueros se hicieron de su puesto. Con mis amigas de cola estábamos de 20, “ahora estamos como de 100”, calcula Mariela indignada.
La mujer de licra sigue gritando, convocando, amenazando y el destino parece escrito para quienes hicimos la cola desde temprano. “No nos van a vender nada”, suspira Yajaira.
La frustración. Ya a las 11 de la mañana la mujer de licras había hecho su compra y esperaba sentada a que salieran sus amigotes, que le iban entregando lo que compraban.
“¿Ves ese carro ahí?”, señala Yajaira un Nova 74 de cauchos desgastados. “Ese tipo la está esperando. Todo eso que le están dando se lo llevarán a él; pero ella se irá en moto”. Y así fue.
Mientras seguíamos en el puesto 100 de una cola que no se movía, la frustración se apoderó del ambiente. “Estos bachaqueros se llevan todo”, dijo Mariela. “Mañana veremos que lo venden diez veces más caros, ¡qué chimbo!”, respondió Yajaira a la vez que trataba de calmar el llanto de su hijo en brazos. “Y esto no es cosa de Caracas solamente, agregó, yo tengo familia en Maracaibo y Puerto La Cruz, y allá la cosa es hasta peor”.
Los productos se agotan poco a poco. “¡Ya no hay pañales!”, grita el dueño del abasto. Faltan veinte personas y Yajaira se desanima. “¡Ya no hay leche!”, canta diez minutos después y muchacha lo lamenta. “Por lo menos hay papel todavía”, sonrío resignada mientras veía cómo muchos pañales terminaban dentro del viejo carro.
“Es que el chino les pasa el dato”, decían unos. “No vale, ¿qué va a hacer el pobre?, él le vende a los que están en la cola”, lo defendían otros. “Es culpa de los bachaqueros, ellos se las ingenian para pasarle por encima a todo lo que se haga. Para ellos no hay plan que valga”, señaló Mariela, quien además comentó de otros comerciantes y empleados que sí son cómplices de los bachaqueros.
El mercado de la reventa. Superado el mediodía logramos entrar. Compramos arroz y un paquete de cuatro rollos de papel higiénico. Algo es algo.
“Ve a Catia, a la plaza Pérez Bonalde -comentó la joven madre-, allá vas a encontrar todo lo que no pudimos comprar acá”. “O a la Redoma de Petare, pero eso sí, más caro, mucho más caro”, agregó Mariela mientras nos despedíamos.
Al llegar a la plaza Pérez Bonalde, en el oeste caraqueño, no nos sorprendió encontrar el viejo Nova distribuyendo los productos a los vendedores desperdigados por el lugar ante la ausencia de las autoridades. Pañales, champú, lociones, cremas, jabones y fórmulas infantiles; además de jabón de baño, detergente, leche completa, mantequilla, café y hasta papel higiénico pudimos observar. Luego recorrimos la Redoma de Petare y fue igual.
Todos los productos que los consumidores buscan y no encuentran en los establecimientos tradicionales, los bachaqueros los venden allí.
Este monstruo de mil tentáculos ofrece los productos de la cesta básica a precios que superan hasta 10 veces el precio justo. En cualquier venta informal puede encontrarse un kilo de harina de maíz precocida -regulada en Bs 26- a 100 bolívares; el papel higiénico de 12 rollos, que tiene un costo de Bs 160, se consigue a 1.100 bolívares; los pañales para adultos, que cuestan 615, ellos los tienen en 1.200; los protectores diarios femeninos de 116,40 llegan a 250; fórmulas infantiles de Bs 300 pueden costar hasta 1.000 bolívares y un paquete de caraotas de Bs 55 es revendido hasta en 600.
“Y eso está barato”, espetó César, el vendedor, un adolescente que apenas superaba los 14 años. “Las autoridades siempre vienen, pero nosotros nos escondemos. Guardamos la mercancía (seguramente en el Nova ‘74) y esperamos a que se vayan. Primero se cansan ellos que nosotros”, comentó confiado el muchacho que aseguró ya no asistir al liceo.
Sin duda, los captahuellas, el control por cédula, las sanciones, los bloqueos y la prohibición de colas en la noche pudieron asestar duros golpes en su momento a las redes de bachaqueo, que siempre buscan trampas para las que se amerita nuevas y más complejas formas de combatirlo.
Redes electrónicas. A través de pines, Whatsapp o mensajes de texto; al igual que por Twitter, Instagram, Facebook, correo electrónico y hasta por sitios web de comercio digital, se ofrecen los productos obtenidos a través del bachaqueo. Los especuladores acceden al mercado sin correr los riesgos de los vendedores ambulantes.
Son muchas las denuncias a través de La Red. Basta escribir la palabra “bachaquero” en el buscador para ver los numerosos casos de quienes especulan hasta con vehículos comercializados por el Gobierno Nacional. Las acciones para enfrentarlos existen y las actuaciones de los cuerpos de seguridad y orden público junto al Ministerio Público han sido reseñadas en repetidas ocasiones a través de los medios nacionales en un esfuerzo de conjurar esta práctica que perjudica a todos los venezolanos.
Nota Final: ¡Que tristeza como nos destruímos unos a otros!, nos tratamos de una forma atroz. Sin duda la peor plaga
que tiene Venezuela es el mismo venezolano. La "Guerra Económica" no la
hace el Imperio, ni la CIA, ni la burguesía, la estamos haciendo
nosotros mismos, sin saber que cada cosa que revendemos, que acaparamos,
que matraqueamos, se nos devuelve como búmerang en forma de inflación,
desabastecimiento y miseria.
Mi carrera como Blogger, comienza en el preciso instante en el que tú decides pasear por entre mis posts y yo, me siento especialmente orgulloso de caminar junto a ti.
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