Mapa de Siria |
Se habla de una inminente intervención militar en Siria. No falta quien lamente que no se haya producido antes, que Estados Unidos y sus aliados no “reaccionaran” hasta ahora. No ha sido desinterés, sino más bien una apuesta estratégica calculada. Muchos intereses, el poder real por detrás de todo esto.
Desde hace dos años diversas potencias occidentales, así como sus aliados en Oriente Medio, intervienen en Siria de forma más o menos subterránea, proporcionando armas e información de inteligencia a los rebeldes. Francia y Estados Unidos, entre otros, han suministrado ayuda militar a los grupos armados de la oposición. La CIA y los servicios secretos británicos trabajan en el terreno apoyando a los rebeldes sirios y aconsejando a los países del Golfo sobre los grupos a los que deben armar. Pero los buitres ya se cansaron de esperar a que el Búfalo muera de sus heridas.
El material bélico facilitado a los rebeldes que luchan contra el Presidente Bashar al Assad ha llegado principalmente a través de los países del Golfo y Turquía, y ha sido medido con precisión desde 2011, para que estos no dispusieran de armamento pesado. De este modo los ‘rebeldes’ han podido herir pero no tumbar el gobierno de Bashar al Assad; han contado con capacidad suficiente para resistir, pero no para vencer. Y así, el conflicto se ha mantenido en un nivel que permite a ambos bandos sobrevivir, desgastándose. Es el punto muerto, la situación indefinida que hasta ahora ha convenido a algunos actores internacionales involucrados de un modo u otro en el conflicto.
Desde hace dos años diversas potencias occidentales, así como sus aliados en Oriente Medio, intervienen en Siria de forma más o menos subterránea, proporcionando armas e información de inteligencia a los rebeldes. Francia y Estados Unidos, entre otros, han suministrado ayuda militar a los grupos armados de la oposición. La CIA y los servicios secretos británicos trabajan en el terreno apoyando a los rebeldes sirios y aconsejando a los países del Golfo sobre los grupos a los que deben armar. Pero los buitres ya se cansaron de esperar a que el Búfalo muera de sus heridas.
El material bélico facilitado a los rebeldes que luchan contra el Presidente Bashar al Assad ha llegado principalmente a través de los países del Golfo y Turquía, y ha sido medido con precisión desde 2011, para que estos no dispusieran de armamento pesado. De este modo los ‘rebeldes’ han podido herir pero no tumbar el gobierno de Bashar al Assad; han contado con capacidad suficiente para resistir, pero no para vencer. Y así, el conflicto se ha mantenido en un nivel que permite a ambos bandos sobrevivir, desgastándose. Es el punto muerto, la situación indefinida que hasta ahora ha convenido a algunos actores internacionales involucrados de un modo u otro en el conflicto.
No es algo nuevo. En los años ochenta, cuando estalló la guerra entre Irán e Irak, Washington proporcionó apoyo, armas e información militar a Bagdad, y de hecho Sadam Hussein empleó gas sarín estadounidense contra población iraní y kurda. Pero en una estrategia de doble juego EEUU también facilitó secretamente armamento a Irán entre 1985 y 1987 a través de una red de tráfico de armas estadounideses e israelíes organizada por la CIA.
Con los beneficios de ese negocio, Washington apoyó a la Contra nicaragüense y a la guerrilla afgana que luchaba contra las tropas soviéticas en Afganistán. La operación fue conocida con el nombre de “Irangate”. De este modo Estados Unidos contribuyó a la prolongación de la guerra entre Bagdad y Teherán, con el propósito de desgastar a dos países estratégicos y con petróleo y de dejarlos fuera de juego. Si ambos perdían, Washington ganaba.
La búsqueda de una partida de Ajedrez en tablas.
En el caso sirio se considera que si algún bando gana, Estados Unidos pierde (y con él, Israel, por supuesto). Es la premisa aceptada en ciertos círculos políticos y diplomáticos occidentales. Por eso se ha apostado por la guerra del desgaste, por el punto muerto, por una situación indefinida. Ahora que Bashar al Assad había tomado ventaja con respecto a sus enemigos, la comunidad occidental anuncia un nuevo nivel de intervención en Siria.
Así lo expresaba esta semana, sin pudor alguno, Edward Luttwak, del Center for Strategic and International Studies, en un artículo publicado en The New York Times:
“Un resultado decisivo para cualquier bando sería inaceptable para Estados Unidos. Una restauración del régimen de Assad respaldado por Irán aumentaría el poder y el estatus de Irán en todo Oriente Medio, mientras que una victoria de los rebeldes, dominados por las facciones extremistas, inaguraría otra oleada de terrorismo de Al Qaeda.
Solo hay un resultado que puede favorecer posiblemente a Estados Unidos: el escenario indefinido. Manteniendo al Ejército de Assad y a sus aliados, Irán y Hezbolá, en una guerra contra luchadores extremistas alineados a Al Qaeda, cuatro enemigos de Washington estarán envueltos en una guerra entre sí mismos...”.
La espuma de las intenciones reales.
Si viviéramos en un mundo idílico podríamos creer en la bondad de la política internacional. Las guerras serían esas misiones de paz de las que tanto hablan los dirigentes occidentales, y los gobiernos se moverían impulsados tan solo por la defensa de los intereses de los ciudadanos. Pero nuestro mundo dista mucho de ser idílico.
La Historia, esa gran herramienta para analizar también nuestro presente, nos demuestra que a veces las versiones oficiales de un gobierno son solo la espuma de sus posiciones reales. Que detrás de posturas públicas aparentemente altruistas se esconden políticas ilegales y criminales. Que por debajo de los discursos oficiales en nombre de la defensa de los derechos humanos se mueven intereses económicos y geopolíticos.
No hace falta rebuscar mucho para encontrar ejemplos:
El apoyo de Estados Unidos a los golpes de Estado y a las dictaduras en la Latinoamérica de los años setenta; las mentiras para invadir y destrozar Irak, las excusas para invadir y ocupar Afganistán, la negación sistemática de crímenes de guerra, de asesinatos de civiles, la creación de centros de tortura diseminados por todo el mundo, la aceptación por parte de Europa de los vuelos de la CIA, el uso de aviones no tripulados -drones- para cometer asesinatos extrajudiciales, el empleo de uranio empobrecido, la venta a armas a gobiernos evidentemente dictatoriales y represores y así un largo etcétera.
Casualmente esta misma semana la CIA reconocía algo ya sabido: Su papel detrás del golpe de Estado que en 1953 derrocó al primer ministro iraní Mohamed Mossadeq, elegido democráticamente y que había nacionalizado el petróleo iraní, hasta entonces explotado por Reino Unido principalmente.
Recientemente también se ha hecho público un contrato por el que Estados Unidos facilitará bombas racimo a la monarquía absolutista de Arabia Saudí, que suministra armamento a los rebeldes sirios.
Los únicos árbitros.
Las potencias occidentales pretenden erigirse de nuevo como árbitro desinteresado al que hay que llamar cuando las cosas se ponen feas. Se presentan a sí mismas como “solucionadoras” de conflictos a través del uso de bombas y del impulso de operaciones militares aparentemente “limpias, justas y breves” (eso dijeron de Irak, cómo olvidarlo).
EE.UU y sus aliados no parecen dispuestos a esperar los informes de los inspectores de Naciones Unidas antes de atacar Siria, lo que sienta un peligroso precedente.
El régimen de Assad es responsable de represión, de miles de muertos, pero en este caso no se ha probado aún que sea el autor del ataque con armas químicas. Podría serlo, de hecho es uno de los seis países que no ha firmado la Convención de control de armas químicas (su vecino, Israel, no la ha ratificado).
Pero lo serio -y lo legal- sería esperar a las conclusiones de la ONU sobre la autoría del ataque y, tras ello, buscar otras opciones alternativas al lenguaje de las bombas. De lo contrario se estará apostando por una guerra nuevamente ilegal, que no contará con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Si hoy Washington y sus aliados actúan como "árbitros" para decidir si hay que atacar o no un país, mañana otra nación puede reivindicar el mismo "derecho".
Las otras "obscenidades morales"
El primer ministro británico, David Cameron, ha dicho que el ataque con armas químicas en Siria es algo “ absolutamente aborrecible e inadmisible”, el presidente francés François Hollande ha anunciado que “Francia castigará a los que han gaseado a inocentes” y el secretario de Estado estadouniense, John Kerry, ha afirmado que el uso de armas químicas es una obscenidad moral.
Cabe preguntarse si el empleo de fósforo blanco en Faluya (Irak) por EE.UU no es una obscenidad moral ni un acto "aborrecible, inadmisible". Es legítimo plantearse si no sería pertinente, por tanto, castigar, tal y como Francia ha defendido, a los que han gaseado a inocentes, como Israel en Gaza o Estados Unidos en Faluya.
Que hable de obscenidades morales un Estado que en tan solo la última década ha asesinado, herido, torturado, secuestrado o encerrado sin cargos a cientos de miles de personas es cuanto menos llamativo. Que potencias que legitiman secuestros, torturas, asesinatos extrajudiciales y cárceles como Guantánamo traten de erigirse una vez más como adalides de los derechos humanos y las libertades resulta un tanto delirante. Y que un Premio Nobel de la Paz vaya a apostar una vez más por la vía militar demuestra el marco orwelliano en el que nos hallamos.
En medio del laberinto de intereses internos, regionales e internacionales se encuentra la población civil siria, castigada por la violencia, dentro de un conflicto del que también son responsables los actores regionales e internacionales implicados desde el inicio.
En estos dos últimos años, la guerra en Siria ha provocado 100.000 muertos y dos millones de refugiados, de los que más de un millón son niños. Pero parece que estas muertes y estos desplazados no eran hasta ahora una obscenidad moral.
Hay muchas preguntas que no se están respondiendo:
¿De qué forma ayudarán las bombas occidentales a la población siria?
¿Cómo van a evitar víctimas civiles (teniendo en cuenta además los trágicos precedentes)?
¿Se ha valorado que una participación abierta de varios países en el conflicto podría elevar el nivel de confrontación en la región?
¿Cómo evitarán el empleo de más armas químicas en en el futuro?
Y después de esos dos días de ataques, ¿qué? ¿De nuevo la guerra de desgaste, el escenario indefinido, la intervención subterránea?
O por el contrario, ¿más bombardeos, más ataques, más guerra presentada, en pleno siglo XXI, como vía para la paz, mientras se da la espalda a otros caminos, a otras políticas?
La Democracia en Caída Libre.
Vivimos en un mundo en el que la guerra asesina ciudadanos con gases neurotóxicos, como ha ocurrido en Siria según certifican Médicos Sin Fronteras. No le quita hierro que ocurriera antes, allí probablemente y en otros lugares. Un conflicto que se inició como revuelta popular ante la tiranía de Al Assad y que derivó en enfrentamiento civil. Una conjura premeditada en opiniones que tildan de ingenua la explicación más evidente. Sea como sea en este complejo entramado de intereses y emociones, durante más de dos años la Comunidad Internacional mostró varias veces su preocupación por el conflicto, pero no hizo nada por resolverlo, ni por los miles de muertos, heridos y desplazados. Ahora –ante la gravedad de los intolerables hechos- varios gobiernos planean atacar Siria sin la ONU, dado que la ONU –para nuestro mal- es absolutamente inoperante. Como les parezca. Lo peor es que desde hace tiempo no hay diplomacia, ni juicios, ni presiones económicas disuasorias de quien puede ejercerlas, ni se cierra el grifo al gran negocio que surte armamento, solo se opta por las bombas. En ese mundo vivimos.
Perplejos nos quedamos –algunos- al ver cómo no se considera golpe de Estado a un levantamiento armado del ejército contra un gobierno salido de las urnas, el de Egipto. Ese ejército masacra a la parte de su pueblo que ideológicamente no le gusta, aunque comparta con ella postulados religiosos. Y no se puede intervenir –ni retirando subvenciones de gobiernos extranjeros por lo menos- dado el tinglado que mantienen, como parte fundamental de la economía egipcia, esas fuerzas armadas con grandes empresas privadas norteamericanas. Y mientras la sangre inunda de nuevo las calles de la destrozada primavera árabe, sale de la cárcel el dictador Mubarak, para que no quepan dudas.
Un mundo en el que el gobierno de EEUU –el país más poderoso aún- espía a otros gobiernos y ciudadanos impunemente. Más aún, con ayudas. La persecución de Edward Snowden, a la que varios países prestaron apoyo fuera de las leyes, resulta muy ilustrativa. El gran delito del espía informático fue –recordemos- divulgar los programas “de vigilancia” de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense que transita por las vidas de cualquiera –en su país y fuera de él- con total soltura. Estamos todos a la intemperie. Menos mal, por cierto, que esto sucede teniendo en la Casa Blanca nada menos que un Premio Nóbel de la Paz. Todo un síntoma.
Todos parecen espiar a todos. Que los ciudadanos se enteren de los tejemanejes, la información, se considera un atentado a la Seguridad, y bien que lo viven en sus carnes Manning y Assange. Agentes de la Inteligencia británica entran en un periódico, The Guardian, a borrar discos duros. Retienen al novio de un periodista como coacción. Todo esto está pasando. Y en la antigua potencia rival -Rusia como cabeza- se puede llegar a pagar con la vida informar y a palos o en ocultamiento la orientación sexual no considerada ortodoxa.
En Europa andamos dilucidando si es lícito y positivo que Alemania nos lleve a todos al pairo. Mientras, su insostenible burocracia no hace otra cosa que emitir comunicados de preocupación también –la eternamente “concerned” UE- ante graves hechos sobre los que debería tomar postura eficaz.
Lo de España es de nota. Siempre significando la diferencia de la caspa pegada a nuestras raíces. Estamos contemplando cómo el presidente se prepara para el curso político y segunda parte de su mandato. Es el mismo que ha elevado la deuda pública como nadie lo hizo en un siglo y aspira -en sus siempre incumplidas promesas-a dejar el paro en 2016 “solo” en un 25 % cuando lo cogió en un insostenible 22,80%. El que ha propiciado el destrozo de la sanidad pública cambiando por completo el modelo lo que puede tener consecuencias de muy difícil reversión. O de la educación. O el que ofrece a científicos y jóvenes la patada en el trasero para que se vayan de España como horizonte profesional y de vida. Y es, por encima aún de ese desastre, el que preside un partido enfangado, a cuyas escaramuzas asistimos como si fueran algo normal. Incluso en este mundo corrompido que vivimos, en muchos otros países Mariano Rajoy estaría fuera del gobierno y su partido obligado a enfrentarse de nuevo a las urnas. En cambio, lo vemos afrontar el futuro como si nada de lo sucedido fuera con él, o con ellos.
No hablemos ya del renacer de la moda franquista –brazos en alto, aguiluchos, loas municipales a los asesinatos de la dictadura- tildados de gracieta. En esa deriva dislocada hacia la ultraderecha un alto cargo del partido en el poder dice “ las consecuencias de la República condujeron a un millón de muertos” y a estas horas sigue en activo. También andan por Europa en similares aficiones a pesar del recuerdo de en qué desembocaron tales prácticas. Estamos tolerando más allá de lo tolerable, mucho más allá.
Suele recordarse como un hito que, en 1972, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon se vio obligado a dimitir por el escándalo Watergate. Por una trama de espionaje y también de corrupción económica. Claro que lo negó previamente. Y se resistió. Y cesó y persiguió a quienes pretendían esclarecer la verdad, por todos los métodos a su alcance. Legales y sucios. Por mucho más, hoy todo está aparentemente tranquilo. En EEUU, en Rusia, en Europa y varios de sus países, en la España del PP. Un cisco descomunal sin consecuencias.
La diferencia básica entre aquella época y ésta es la sociedad que muestra tan pocos escrúpulos hacia la perversión de la democracia. Si ha aparcado su dignidad, la lógica impele al menos a obrar por egoísmo. En su suprema comodidad e ignorancia no calcula las secuelas que puede tener su actitud. Cuando su infantilidad haya de enfrentarse a días muy duros. Las protestas en la calle de los setenta en cambio marcaron época. También hubo entonces objetivos comunes, “ingenuos” y algo más descontaminados de visceralidad ideológica.
La segunda, la comunicación masiva con masivos mensajes idénticos. Apenas independiente –particularmente en España- desinforma y surte las ideas que convienen al poder del que participa. Puede que esa ciudadanía amorfa y sumisa sea el resultado del trabajo ejercido por los medios pero cada individuo debería tenerse en más estima y buscar la realidad. Lo que le afecta a él y al bien común. Bernstein y Woodward, los periodistas del Washington Post se encontraron con enormes dificultades para llevar a cabo su trabajo pero finalmente contaron con el decisivo visto bueno de sus jefes. Hoy su periódico acaba de ser vendidos para darle un cambio bien moderno. Gran parte de los restantes en el mundo entero se enfrentan a crisis y créditos que anteponen al ejercicio del periodismo. Eso en el mejor de los casos, la manipulación deliberada es patente en algunos casos españoles.
Pero por encima de todo en el Watergate fue determinante el valor de personas con poder ejecutivo. Jueces, como John Sirica, que no se dejaron sobornar ni intimidar. Que tomaban el relevo de la dignidad cuando Nixon sacrificaba al colega molesto. Y, desde luego, políticos incluso del Partido Republicano que investigaron a fondo en el Senado qué había ocurrido y exigieron responsabilidades. ¿Dónde están hoy en parte alguna cargos con esa actitud? ¿Dónde están en España? ¿Puede ser cierto que todos avalen lo que está ocurriendo?
No hay excusas para lo que nos sucede. Ninguna. Sobre las ruinas de la democracia solo anidará la barbarie.
Perplejos nos quedamos –algunos- al ver cómo no se considera golpe de Estado a un levantamiento armado del ejército contra un gobierno salido de las urnas, el de Egipto. Ese ejército masacra a la parte de su pueblo que ideológicamente no le gusta, aunque comparta con ella postulados religiosos. Y no se puede intervenir –ni retirando subvenciones de gobiernos extranjeros por lo menos- dado el tinglado que mantienen, como parte fundamental de la economía egipcia, esas fuerzas armadas con grandes empresas privadas norteamericanas. Y mientras la sangre inunda de nuevo las calles de la destrozada primavera árabe, sale de la cárcel el dictador Mubarak, para que no quepan dudas.
Un mundo en el que el gobierno de EEUU –el país más poderoso aún- espía a otros gobiernos y ciudadanos impunemente. Más aún, con ayudas. La persecución de Edward Snowden, a la que varios países prestaron apoyo fuera de las leyes, resulta muy ilustrativa. El gran delito del espía informático fue –recordemos- divulgar los programas “de vigilancia” de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense que transita por las vidas de cualquiera –en su país y fuera de él- con total soltura. Estamos todos a la intemperie. Menos mal, por cierto, que esto sucede teniendo en la Casa Blanca nada menos que un Premio Nóbel de la Paz. Todo un síntoma.
Todos parecen espiar a todos. Que los ciudadanos se enteren de los tejemanejes, la información, se considera un atentado a la Seguridad, y bien que lo viven en sus carnes Manning y Assange. Agentes de la Inteligencia británica entran en un periódico, The Guardian, a borrar discos duros. Retienen al novio de un periodista como coacción. Todo esto está pasando. Y en la antigua potencia rival -Rusia como cabeza- se puede llegar a pagar con la vida informar y a palos o en ocultamiento la orientación sexual no considerada ortodoxa.
En Europa andamos dilucidando si es lícito y positivo que Alemania nos lleve a todos al pairo. Mientras, su insostenible burocracia no hace otra cosa que emitir comunicados de preocupación también –la eternamente “concerned” UE- ante graves hechos sobre los que debería tomar postura eficaz.
Lo de España es de nota. Siempre significando la diferencia de la caspa pegada a nuestras raíces. Estamos contemplando cómo el presidente se prepara para el curso político y segunda parte de su mandato. Es el mismo que ha elevado la deuda pública como nadie lo hizo en un siglo y aspira -en sus siempre incumplidas promesas-a dejar el paro en 2016 “solo” en un 25 % cuando lo cogió en un insostenible 22,80%. El que ha propiciado el destrozo de la sanidad pública cambiando por completo el modelo lo que puede tener consecuencias de muy difícil reversión. O de la educación. O el que ofrece a científicos y jóvenes la patada en el trasero para que se vayan de España como horizonte profesional y de vida. Y es, por encima aún de ese desastre, el que preside un partido enfangado, a cuyas escaramuzas asistimos como si fueran algo normal. Incluso en este mundo corrompido que vivimos, en muchos otros países Mariano Rajoy estaría fuera del gobierno y su partido obligado a enfrentarse de nuevo a las urnas. En cambio, lo vemos afrontar el futuro como si nada de lo sucedido fuera con él, o con ellos.
No hablemos ya del renacer de la moda franquista –brazos en alto, aguiluchos, loas municipales a los asesinatos de la dictadura- tildados de gracieta. En esa deriva dislocada hacia la ultraderecha un alto cargo del partido en el poder dice “ las consecuencias de la República condujeron a un millón de muertos” y a estas horas sigue en activo. También andan por Europa en similares aficiones a pesar del recuerdo de en qué desembocaron tales prácticas. Estamos tolerando más allá de lo tolerable, mucho más allá.
Suele recordarse como un hito que, en 1972, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon se vio obligado a dimitir por el escándalo Watergate. Por una trama de espionaje y también de corrupción económica. Claro que lo negó previamente. Y se resistió. Y cesó y persiguió a quienes pretendían esclarecer la verdad, por todos los métodos a su alcance. Legales y sucios. Por mucho más, hoy todo está aparentemente tranquilo. En EEUU, en Rusia, en Europa y varios de sus países, en la España del PP. Un cisco descomunal sin consecuencias.
La diferencia básica entre aquella época y ésta es la sociedad que muestra tan pocos escrúpulos hacia la perversión de la democracia. Si ha aparcado su dignidad, la lógica impele al menos a obrar por egoísmo. En su suprema comodidad e ignorancia no calcula las secuelas que puede tener su actitud. Cuando su infantilidad haya de enfrentarse a días muy duros. Las protestas en la calle de los setenta en cambio marcaron época. También hubo entonces objetivos comunes, “ingenuos” y algo más descontaminados de visceralidad ideológica.
La segunda, la comunicación masiva con masivos mensajes idénticos. Apenas independiente –particularmente en España- desinforma y surte las ideas que convienen al poder del que participa. Puede que esa ciudadanía amorfa y sumisa sea el resultado del trabajo ejercido por los medios pero cada individuo debería tenerse en más estima y buscar la realidad. Lo que le afecta a él y al bien común. Bernstein y Woodward, los periodistas del Washington Post se encontraron con enormes dificultades para llevar a cabo su trabajo pero finalmente contaron con el decisivo visto bueno de sus jefes. Hoy su periódico acaba de ser vendidos para darle un cambio bien moderno. Gran parte de los restantes en el mundo entero se enfrentan a crisis y créditos que anteponen al ejercicio del periodismo. Eso en el mejor de los casos, la manipulación deliberada es patente en algunos casos españoles.
Pero por encima de todo en el Watergate fue determinante el valor de personas con poder ejecutivo. Jueces, como John Sirica, que no se dejaron sobornar ni intimidar. Que tomaban el relevo de la dignidad cuando Nixon sacrificaba al colega molesto. Y, desde luego, políticos incluso del Partido Republicano que investigaron a fondo en el Senado qué había ocurrido y exigieron responsabilidades. ¿Dónde están hoy en parte alguna cargos con esa actitud? ¿Dónde están en España? ¿Puede ser cierto que todos avalen lo que está ocurriendo?
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