miércoles, 16 de noviembre de 2011

El consumidor, víctima de gobiernos y empresarios

Apreciado lector hoy te traigo un artículo muy interesante acerca de Finanzas escrito por  el Ing. Boris Ackerman Vaisman, Profesor de la USB. Lean detenidamente este ensayo:
- El mecanismo para defendernos de los abusos del sector privado y funcionarios públicos es la presión social, la defensa efectiva de la verdadera libre competencia
En la línea del frente entre las pésimas leyes creadas por malos gobiernos, en los que funcionarios arbitrarios buscan controlar la vida de las personas, regulando hasta la manera de andar, y algunos empresarios poderosos que solamente se conforman con márgenes astronómicos de beneficios, se encuentra el consumidor, es decir, usted.
Amigo lector, no es sino usted quien termina siendo la víctima que siempre paga los platos rotos, el débil del juego.
Al final de toda la diatriba, tanto el empresario inescrupuloso formal, informal o mafioso, como el funcionario corrupto, terminarán llegando a condiciones perversas para la mayoría. Estas condiciones sin duda traerán enormes beneficios a unos pocos y harán que quien verdaderamente se esfuerza por ganarse el pan de cada día termine pagando por esos beneficios.
Hoy queremos explicarle estos perversos mecanismos.
¿Qué busca el empresario mercantilista?
Muchos empresarios tienden a escudarse en una supuesta libertad de mercado y en la defensa del empleo cuando lo que en realidad plantean son medidas de protección que los dejen multiplicar sus ganancias. ¿Cómo lo hacen? En general, son muchas las prácticas y todas son bastante dudosas desde el punto de vista ético. Algunas de dichas prácticas son la limitación de la competencia, la escasez artificial, los monopolios de sistemas productivos, el control de redes de comercialización (roscas), el acceso a determinados insumos claves, tecnologías o formulaciones exclusivas, etc.
En realidad, todas esas prácticas monopólicas y oligopólicas son mecanismos que buscan lograr que unos pocos se queden con una gran parte de la riqueza que la sociedad genera y, claro está, maximizar los beneficios de esos pocos.
Para eso, individuos con gran afán de lucro se integran en gremios, defienden prácticas que bloquean los cambios en gustos y tecnologías, exigen y luchan de manera despiadada para que no exista verdadera libertad de mercado y aplastan con diversos mecanismos a cualquier competidor que quiera aprovechar las oportunidades causadas por los amplios márgenes que dejan las estructuras poco competitivas.
Si, por ejemplo, surge un nuevo competidor, lo desmeritan, le bloquean su acceso a los mercados, crean modelos en donde se obligue a nuevos entrantes a solicitar permisos y licencias casi imposibles de obtener.
En un medio así, el consumidor termina pagando los platos rotos, al depender de pocos oferentes demasiado costosos.
¿Realmente el regulador nos protege?
 
Piénselo un poco, si los reguladores nos protegieran, los países con mayores niveles de regulación serían los de mayor nivel de bienestar. Lamentablemente, no es así, mientras más regulaciones existan, peores serán las condiciones de la gente, más se dificultará todo, más se promoverán las nuevas iniciativas y más compleja terminará siendo la vida para el ciudadano común.
El regulador y las regulaciones tienden a impedir transacciones comerciales aun cuando ambas partes estén conformes, a limitar el tránsito de mercancías y a regular en ciertos casos los precios a niveles sin sentido, en los cuales los oferentes simplemente se abstienen de participar en los mercados.
Por otra parte, mientras más herramientas de presión y capacidad sancionatoria posea quien regule o supervise, más posible será que este individuo empiece a forzar al comerciante o empresario y le exija dinero a cambio de eliminar o minimizar sanciones.
Claro está, ese dinero adicional será cargado por el empresario al precio del producto y todos los consumidores terminarán siendo más pobres, mientras que funcionarios inescrupulosos multiplicarán sus haberes.
La particular regulación de los márgenes de beneficios puede tener diversas consecuencias, según el tipo de actividad:
Si se trata de una actividad cuyo margen de beneficio es normalmente mayor al regulado, en el corto plazo quizás el proveedor siga ofreciéndola, pero seguramente evitará realizar nuevas inversiones y claramente el servicio o el bien ofrecido sufrirá una severa degradación.
Si se trata de nuevas actividades o actividades inexistentes, es muy posible que el emprendedor se abstenga de iniciarla sobre todo si su percepción de riesgo es alta y el margen que fije la regulación no es consistente con lo que espera ganarse.
En ambos casos, se reduce el empleo, se deterioran los servicios y no entran al mercado nuevos competidores, todo eso causa el empobrecimiento y la falta de opciones para consumidores, profesionales y personas trabajadoras.
Si ya sabemos que los empresarios pueden ser inescrupulosos y los funcionarios no nos ayudan mucho, entonces ¿qué podemos hacer para defendernos?
El mecanismo para defendernos de abusos de empresarios y funcionarios es la presión social, la defensa efectiva de la verdadera libre competencia, la exigencia en cuanto a estándares de calidad y, claro está, tomar una postura que demande transparencia.
El consumidor debe comenzar a tener un rol activo cada vez más crítico, menos crédulo, debe aprender a abstenerse de consumir si algo está demasiado caro, y además, tiene que denunciar prácticas poco éticas como ventas condicionadas o mecanismos de mercadeo que manipulen o fuercen las compras.
Finalmente, como reflexión, lo correcto es considerar que lo único que protege a la gente y construye sociedades más justas es la competencia, mercados en donde existan muchos oferentes y precios competitivos. Es así como las políticas públicas en vez de ponerles camisas de fuerza a los empresarios, deberían más bien facilitar que nuevos competidores salgan a ofrecer bienes y servicios, incentivándolos con tasas de impuestos más bajas, acceso a créditos, formación, información y facilitando la creación de redes.
En la medida en que el estado se dedique a perseguir y controlar la actividad empresarial, el resultado será el empobrecimiento de los más débiles, la falta de nuevos competidores y la carencia de oferta, con el muy posible enriquecimiento súbito de empresarios y funcionarios inescrupulosos. Si, en cambio, se fomenta la actividad empresarial, toda la sociedad comienza a estar un poco mejor.”
Fuente: El mundo. Economía & Negocios

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