El economista y columnista del New York Times, Paul Krugman, explica de manera sencilla cómo la economía americana pasó en sólo 30 años de tener la clase media más dinámica del mundo a ser un país socialmente polarizado, a pique de convertirse en una nación de ricos y pobres socialmente antagónicos.
Extracto de la conferencia de Paul Krugman en el Instituto de Economía Política en un reciente simposio intitulado Agenda para la Prosperidad Compartida.
...Una de las cosas que he venido notando en los últimos debates sobre políticas públicas –también en el asunto del cambio climático— es que parecen fluir sin solución de continuidad de la negación al fatalismo. Durante 15 o 20 años la gente te dice: “No, lo que estás diciendo no está sucediendo”. Y luego, subitáneamente, esa misma gente se gira y te dice, “Bueno, sí, lo más seguro es que esté pasando, pero nada puede hacerse al respecto”.
Así se desarrolla ahora la mayor parte del debate sobre la desigualdad. Que no hay nada que puedas hacer para frenarla. Que hay una mano invisible que guía este crecimiento hacia la desigualdad, y que no hay nada que pueda hacerse para cambiar. Bueno, tal vez, mejorar la educación. Pero aunque la educación es, con mucho, algo muy bueno, es la manera americana de evadir los problemas. Puesto que todos están de acuerdo en ello, puedes decir que deberíamos tener mejor educación, pero dejando de lado la abrumadora evidencia de que si bien es algo bueno, no marcará ninguna diferencia. Por esa razón hay un sentimiento general de que no puedes hacer nada.
Y no creo que esto sea lo que sugieren los registros históricos. Que, de hecho, cuando observamos el tema, resulta evidente lo que el proceso político puede hacer respecto de la desigualdad. Hay que decirlo, esto resulta obvio. Evidentemente, si miráis los Estados Unidos de ahora mismo, los impuestos y el sistema de seguridad hacen una diferencia enorme.
Pero la dosis de desigualdad en Estados Unidos es sustancialmente menor de la que habría sido si no tuviésemos la mínima imposición progresiva de que aún disponemos, ni la amplia –aunque ni de cerca suficiente— cobertura de seguridad social. Y esto hace una gran diferencia. Ciertamente, si comparamos Estados Unidos con Canadá, el grueso de la diferencia entre los dos países es sólo que Canadá tiene una mejor red de seguridad social financiada con tasas impositivas algo mayores.
Y si de aumentar la progresividad, desde luego yo pienso eso, una gran parte es asunto de técnica ortodoxa, muy difícil de alterar políticamente. Consistiría esencialmente en restaurar la progresividad del sistema impositivo, y en usar los ingresos para mejorar la seguridad social y, sobre todo, el sistema de salud.
Entonces, si preguntáis qué me gustaría si me durmiera profundamente y me despertase dentro de diez años, pues sería descubrir que tenemos un sistema de sanidad pública con el financiamiento necesario proporcionado en parte por altos impuestos sobre mi renta, o de hecho, sobre los contribuyentes con ingresos dentro del 2% más alto de la distribución de la renta. Personas mucho más ricas que yo, por supuesto. Pero los impuestos y la seguridad social no son las únicas cosas que se pueden modificar. Un recorrido por la historia de EEUU sugiere que, en realidad, hay muchas más cosas que podrían hacerse.
Si miráis retrospectivamente los últimos 80 años de los Estados Unidos, lo que veréis es que en la década del 20 perseguíamos propósitos prácticos, todavía en la edad dorada. Esta puede no ser la manera en que los historiadores lo desgranan, pero en comparación con la actual distribución de la renta, en la medida en que podemos estimarla en términos del papel del status y en el sentir general de la sociedad, aún vivíamos en una sociedad monárquica extremadamente desigual.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, nos habíamos convertido en la sociedad de clase media en la que creció la generación de baby boomers de esta audiencia. Nos habíamos convertido en una sociedad mucho más igualitaria. Aquel alto grado de igualdad comenzó a esfumarse hacia finales de los 70, tal vez un poco antes, según las estadísticas que consultéis. Y ahora estamos volviendo básicamente a la era preimpuestos y encaminándonos de nuevo a los niveles de desigualdad que teníamos en 1929.
Entonces tenemos este gran periplo de la clase media: desde de la edad dorada hasta la sociedad de clase media, y de nuevo hasta la nueva edad dorada en la que vivimos hoy. Y hay efectivamente dos rompecabezas sobre esto. Uno es el político, que es por qué en lugar de hacer frente a esta tendencia, la política en realidad la ha reforzado. ¿Por qué la política norteamericana se movió hacia la izquierda durante la época de una sociedad de clase media, y se movió hacia la derecha cuando la sociedad se volvió más desigual?
Una mirada ingenua sobre la política diría: “Caramba, cuando poca gente está ganando mucho y la mayoría de las personas se están quedando atrás, las personas deberían estar votando por más seguridad social y un sistema impositivo más progresivo, no menos”. Tenemos alguna idea acerca de por qué no ha sucedido esto. Tiene que ver con el papel del dinero, el de la organización y todas esas otras cosas que afectan a la política. Esta historia también nos ayuda a entender por qué la política se ha vuelto tan desagradable.
Si miráis alguna de estas métricas –entro ahora en el campo de la ciencia política cuantitativa— sobre las posiciones políticas que arman los politólogos, parece como si el elemento principal que se mueve en el tiempo fuera el partido Republicano. El partido Demócrata no se ha hecho más de izquierda que en el pasado –al menos en el caso de los Demócratas del norte—. No se han movido demasiado durante los últimos 30 años.
Pero el Partido Republicano, que convergió considerablemente con los Demócratas en la época de Eisenhower, se ha movido mucho hacia la derecha. Y resulta que, en efecto, un partido se moviliza con la renta del 5% o del 1% más rico de la población. Esta parece ser la historia. Quiero decir, podemos pensar en las razones por las que esto puede ser verdad. Pero el otro rompecabezas, y aquí viene la pregunta de la conferencia, es ¿qué condujo a estos cambios? ¿Cómo fue que una vez nos convertimos en una sociedad mayormente de clase media? Y ¿por qué nos hemos convertido nuevamente en una sociedad mucho más desigual?
Lo habitual, lo que los economistas gustan decir, es “bueno, todo esto es producto de la mano invisible. Son las fuerzas del mercado”. La historia no parece verlo así, si nos preguntamos cómo fue que se creó la sociedad que teníamos en 1947, que es de donde arranca el grueso de las estadísticas disponibles.
¿Fue por un proceso gradual que se desarrolló la economía, dejando definitivamente atrás los primeros días de la revolución industrial americana, y que nos movimos gradualmente hacia una sociedad de clases medias? Bueno, no, históricamente esto sucedió en un parpadeo. En el clásico artículo de Claudia Golden y Bob Margot, lo llaman la gran compresión. Tan tarde como a fines de la década del 30, la distribución de la renta parecía ser muy desigual.
Por la época en que ustedes nacieron, alrededor de 1946, era ya muy igualitaria. ¿Cómo sucedió esto? En gran parte se debió a una compresión más o menos deliberada de las diferencias salariales durante la Segunda Guerra Mundial. Para si os atenéis a estándares, la oferta y la demanda de diferentes tipos de trabajo, diríais que eso sólo dura mientras duran los controles salariales. En realidad, debería haber retrocedido, pero no lo hizo. Permaneció igualitaria durante al menos otros 30 años. ¿Os preguntáis qué lo apuntaló? En parte, un poderoso movimiento sindical, lo cual constituye, al menos en gran medida, un cambio en el ambiente político, pero luego permaneció en pie por varias décadas más.
De otras cosas no estamos seguros. Pero parece más o menos como una nivelación de la distribución de la renta. Obviamente tenemos que ser cautos en las palabras. Presumiblemente, nadie en esta sala, y ciertamente yo no, está defendiendo a Cuba. No estamos pidiendo una distribución plana de la renta. Pero la igualación relativa que parece haber tenido lugar fue diseñada por una combinación de políticos de todo tipo y organizaciones de base que hicieron que la gente quisiera una sociedad más igualitaria en los 30 y los 40, y la tuvieron.
Y duró un muy largo período. Ahora que esa sociedad ha comenzado a deshacerse desde hace aproximadamente 30 años, hemos tenido un gran incremento de la desigualdad. Como la gente ya probablemente sabe, yo he escrito sobre la parte de este asunto que es más políticamente correcta, a saber: sobre la creciente prima que reciben el personal altamente calificado. Pero esta es sólo una parte. Aun más espectacular es el incremento de la desigualdad del extremo derecho de la distribución de la renta.
Los CEOs (ejecutivos corporativos) y los profesores de escuela secundaria, que tienen aproximadamente la misma cantidad de años de educación formal, no han tenido precisamente el mismo crecimiento de renta durante los últimos 30 años. Entonces, hay un vasto incremento en la desigualdad en la parte superior de la distribución. ¿Qué pudo causarlo? Casualmente, tuve que dar una clase sobre esto. Fue en mi curso sobre comercio internacional, pero estábamos tratando cuestiones de comercio y desigualdad.
La pregunta era: ¿qué creemos que subyace al aumento de la desigualdad en Estados Unidos? Y buscando una metáfora, propuse el “Asesinato en el Expreso de Oriente”. No en relación a lo que sucedió en realidad, sino a la forma como lo describimos. En “Asesinato en el Expreso de Oriente”, alguien resulta muerto y hay 12 sospechosos. La pregunta es cuál de ellos lo hizo, y la respuesta es que en realidad lo hicieron todos. La historia económica oficial sobre el aumento de la desigualdad es una historia con un montón de malvados, y todos parecen desempeñar su papel.
Tenemos un cambio tecnológico sesgado que aumenta la demanda de trabajadores altamente calificados. Tenemos un aumento del comercio internacional con importaciones crecientes de productos trabajo-intensivos que reducen aún más la demanda de trabajadores menos educados. Tenemos la inmigración, posiblemente similar en sus efectos al comercio internacional. Tenemos un valor real del salario mínimo en caída libre, con impacto en la parte baja de la distribución. Tenemos una sindicalización mermada, que contribuye a entender el cambio distributivo. Finalmente, en lo tocante a la distribución después de impuestos, tenemos cambios en los tipos impositivos que, en general, han reforzado la creciente desigualdad.
Todo eso puede ser verdad, pero resulta un tanto ‘alegre’ suponer que todas estas fuerzas tan diferentes operan de consuno en la misma dirección. En el “Asesinato en el Expreso de Oriente”, una elaborada conspiración explica que 12 sospechosos potenciales actuaran en real complicidad. Es un poco difícil entender la manera en que todos los factores mencionados y la economía se hallan en colusión.
Ahora bien; yo creo que sí podemos decir que el ambiente político importa más para la distribución de la renta que los modelos económicos que sabemos manejar, y sugiere más de lo que nuestros modelos pueden captar. Si me preguntáis qué hay que hacer prácticamente, diré que el asunto más importante ahora es, en efecto, trabajar sobre los impuestos y la seguridad social, porque es un tema concreto y puede brindarnos resultados.
Pero hay muchas razones para creer que un cambio de clima político puede hacer mucho más de lo que podría pensarse atendiendo sólo a los impuestos y a la seguridad social. Déjenme darles dos pruebas. Una es un trabajo realmente interesante, aunque intelectualmente perturbador, que realizó mi colega Larry Bartell –del Departamento de Política, en Princeton—, donde observó lo que sucede con el crecimiento de la renta en diferentes puntos de la distribución de la renta bajo las administraciones de los dos partidos.
No debería en principio haber realmente grandes diferencias, porque en cualquier periodo histórico dado las políticas visibles no son tan diferentes. Ciertamente hay un cambio bastante significativo de Clinton a Bush, y hubo, de hecho, un cambio bastante significativo entre Bush y Clinton, previamente. Pero el cambio se concentró en los impuestos, y no debería notarse mucho en la distribución de la renta antes de impuestos. Y lo que Bartell encuentra es que hay una diferencia llamativa. La desigualdad en promedio aumenta bajo las administraciones republicanas. Al menos en el 80% más bajo de la distribución de la renta, disminuye o se mantiene en las administraciones demócratas. El 1% superior se mantuvo en crecimiento. Se observa una correlación robusta y, como mínimo, sorprendente.
La otra cuestión de la que me gustaría hablar es de la sincronización. Hay un claro co-movimiento a través del tiempo entre la desigualdad de renta, por un lado, y la polarización política y la inclinación hacia la derecha de nuestros políticos. Es bastante claro que el aumento de la desigualdad durante los últimos 30 años ha estado asociado a una inclinación hacia la derecha del centro de gravedad político, principalmente porque el Partido Republicano se ha desplazado hacia la derecha.
Podría argumentarse que la causalidad va desde la distribución de la renta hacia la política. Pero si entonces comienzas a mirarlo a través de la historia, la sincronización parece haber sido la inversa. El surgimiento de un agresivo movimiento de derecha, y el aumento de la agresión contra el gran legado que el New Deal hizo a la sociedad, vinieron antes del gran desplazamiento en la distribución de la renta.
El surgimiento de la derecha moderna es algo que obviamente se remonta a Goldwater, pero que se convierte en una fuerza política en los 70. En realidad, no se divisan grandes cambios en la distribución de la renta hasta los 80. Entonces, parece que –en este sentido llano— es la política la que dirige los cambios económicos ¿Cómo pudo suceder esto? Sólo quiero mencionar dos cosas. Sospecho que hay varios canales que no percibimos, pero hay dos que son muy claros. Uno de ellos es la sindicalización.
Obviamente, los sindicatos del sector privado eran muy importantes en los Estados Unidos de hace 30 años, y casi –no completamente, pero casi— han colapsado: están por debajo del 8% del empleo privado. ¿Por qué sucedió? A menudo oiréis gente diciendo: bueno, es por la desindustrialización y por la reducción de la producción manufacturera. Pero esto no es cierto. Y no es cierto en dos sentidos.
Por lo pronto, aritméticamente, la mayor parte del desplome de la sindicalización es un resultado no del deterioro en la participación de la industria, sino de la disminución de la sindicalización industrial en sí misma. Entonces, lo que sucede es que hay un colapso de la sindicalización dentro del sector manufacturero, y también una participación menor de la industria en la economía, pero resulta mucho más espectacular el hundimiento dentro del sector.
En segundo lugar, no está dicho que la sindicalización tenga que ser un fenómeno de la industrialización. En realidad, y en la medida en que se puede contar la historia, lo que sucede es que es más probable que la sindicalización tenga lugar en las grandes empresas. La razón de que la alta sindicalización coincidiera con un periodo en que la industria era el centro del movimiento sindical es que las grandes empresas eran en buena medida un fenómeno de la industrialización. Ahora tenemos una economía de servicios en la que hay muchas grandes empresas en ese sector. Sin entrar en detalles, me pregunto: ¿exactamente por qué motivo Wal-Mart no puede ser sindicalizada? No se enfrenta a competencia internacional. No hay ninguna razón obvia por la que resulte imposible tener un sindicato fuerte en Wal Mart y en el sector de grandes tiendas y otras partes de la economía. Y no hay sino pensar en lo distinta que podría ser la política económica, si las empresas del sector terciario estuvieran sindicalizadas.
No necesariamente todos los efectos tendrían que ser positivos, pero sería, ciertamente, muy, muy diferente ¿Qué sucedió? ¿Por qué se desplomó la sindicalización industrial? ¿Por qué no se sindicalizó el emergente sector servicios? Y la respuesta en realidad es bastante simple y dura. Esto es, la política y el agresivo comportamiento empresariales que toleraron los políticos.
He visto estimaciones de una fracción de los trabajadores que votaron por la sindicalización y fueron despedidos a principios de los 80. Fluctúa entre un mínimo de 1 de cada 20, y un máximo de 1 de cada 8. No hay duda de que la agresiva, y a menudo ilegal, la desarticulación de los sindicatos es la razón principal de la decadencia del movimiento sindical. Y es claro que el cambio de clima político que comenzó en los 70 jugó un papel facilitador.
Bien, ¿qué importancia tiene todo eso? Ya habréis visto muchas estimaciones distintas del efecto de los sindicatos en la distribución de la renta. Es gracioso. A menudo se dice que las estimaciones son pequeñas, y en realidad resultan más o menos comparables en su amplitud a las estimaciones del efecto del comercio internacional en la distribución de la renta, motivo por el cual se consideran secundarias frente a la contribución corrientemente atribuida al cambio tecnológico. Pero ambas son estadísticamente significativas.
Es más: hay muchas razones para pensar que todas esas estimaciones no logran captar una buena parte de la historia. Como la gente que las elabora concederá, lo que básicamente hacen es decir: veamos qué pasa si se paga a los trabajadores, sindicalizados o no, lo mismo que tienen hoy, y procedamos entonces a una especie de análisis de diferencias. Lo que no capta eso –y lo saben, pero no hay modo de hacerlo mejor— es el efecto de un movimiento sindical fuerte en la posición negociadora de los trabajadores que no están sindicalizados.
No capta el efecto de un movimiento sindical fuerte y sus posibles consecuencias disciplinantes, dentro de la empresa, también sobre los ejecutivos y sobre otros situados más abajo en la línea jerárquica. Es probable que sea una historia mucho más importante de lo que podemos pensar. Permítanme contarles ahora la otra parte de la historia, la remuneración de los ejecutivos. Hay un encendido debate ahora acerca de la medida en que las altas compensaciones ejecutivas son autogestionadas, y cuánto de ello se debe a las fuerzas del mercado.
Busqué y miré lo que la gente decía sobre la remuneración de los ejecutivos cuando era baja, sólo unas 40 o 50 veces el salario promedio de un trabajador. He aquí algunas citas: “Los contratos de trabajo de los directivos no son, de hecho, un asunto privado entre empleados y empleadores”. “Los partidos y los sindicatos de los empleados, los grupos de consumidores, el Congreso y los medios crean fuerzas en el medio político que restringen los tipos de contratos”. Y así sucesivamente.
Gran parte de la discusión versaba sobre el papel desempeñado por el clima político, que era básicamente hostil a los escandalosos sueldos, y los limitaba. ¿De dónde vienen estas citas? Proceden de escritos de [los economistas] Michael Jensen y Kevin Murphy, que dicen que la gente se ha quejado de que no hay incentivos suficientes en la remuneración de los ejecutivos. Y lo que defendían era que se necesitaban ejecutivos con más posibilidades de obtener opciones de compra de acciones (stock options) y participaciones en la empresa. Es decir, todo lo que ha venido sucediendo desde entonces.
Así, cuando la remuneración para los ejecutivos era baja, 40 o 50 veces el salario promedio, en realidad eran los defensores de las pagas más altas quienes se quejaban de que las limitaciones no provenían de las fuerzas del mercado. Por supuesto, ahora que este aumento de la paga ha sucedido, el mismo lado del debate dice que es ridículo exigir que las normas sociales y las fuerzas políticas tengan algún papel en ello. Pero pienso que está bastante claro que lo han tenido. Podemos discutir sobre cuál es el resultado natural del mercado. Pero el punto es, de hecho, que hace 25 años teníamos una sociedad en la cual había algunas restricciones impuestas por la opinión pública, por sindicatos fuertes, por un sentimiento general de que había cosas que no se debían hacer.
No es imposible que eso llevara a las empresas a pensar que había una especie de disyuntiva entre “tener unos trabajadores felices con la moral alta” o tener ejecutivos superstar y presionar a los trabajadores todo lo que se pueda. Hubo algunas cosas que inclinaron la balanza en esta última dirección.
Está bien, ¿vamos ahora camino de otra gran compresión? Ojala que no. Digo ‘ojala no’ porque hasta Franklin Delano Roosevelt necesitó de la Segunda Guerra Mundial para poder llevar adelante el tipo de ingeniería social a gran escala que tuvo lugar. No abogo por una repetición de esto. Creo que si nos ponemos serios, como algunos de nosotros esperamos hacer, y experimentamos un desplazamiento en el péndulo político, podemos generar un gran aumento del poder negociador de los trabajadores aplicando muchos pequeños cambios.
Aumentar la capacidad del 80% más pobre de la población para hacerse con una parte mayor de la torta. De eso se trata, y creo que cuando lo logremos, nos sorprenderemos de la facilidad con que conseguimos volver atrás, desandando al menos una parte del camino, y regresando al tipo de sociedad de clases medias en la que creció la gente como yo.
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