martes, 16 de diciembre de 2014

Vida Extraterrestre: Paradoja de Fermi

¿Por qué no hemos detectado vida extraterrestre? La paradoja de Fermi




Ya lo he repetido unas cuantas veces pero, en respuesta a los e-mails que me siguen llegando, últimamente no tengo mucho tiempo libre para dedicar a Ciencia de Sofá. Esta situación no se alargará para siempre y a partir del mes que viene espero tener menos trabajo y poder volver a escribir más a menudo. Y, por supuesto, tampoco tengo pensado abandonar el blog. Así que, dejando las excusas de lado, vamos al lío.

Paradoja de Fermi.


La paradoja de Fermi es la contradicción entre las estimaciones que afirman que hay una alta probabilidad de existencia de civilizaciones inteligentes en el universo, y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones. Surgió en 1950 en medio de una conversación informal del físico Enrico Fermi con otros físicos del laboratorio pero ha tenido importantes implicaciones en los proyectos de búsquedas de señales de civilizaciones extraterrestres (SETI).


Galaxias a 8.000 millones de años luz de distancia, captadas por el telescopio espacial Hubble. 

No es raro ver en documentales y artículos gente afirmando que el universo está lleno de vida. Al fin y al cabo, se estima que sólo en nuestra galaxia existen entre 200 y 400 mil millones de estrellas alrededor de las cuales orbitan unos 100 mil millones de planetas. A su vez, se cree que existen entre 100 mil millones y 200 mil millones de galaxias. Tirando por lo bajo, eso significa que deberían existir entre 100 trillones y 10.000 trillones de estrellas en el universo, acompañadas por un número parecido de planetas.
La propia inmensidad de estos números parece obligarnos a suponer que por narices tiene que existir vida ahí fuera. Al fin y al cabo, por muy improbable que sea que la vida aparezca en un planeta, existen tantos mundos más allá de nuestro sistema solar que lo mismo que ha pasado en la Tierra debería haber ocurrido en algún otro sitio… ¿No?
Lo cierto es que no podemos afirmarlo. En el fondo, cuando alguien decimos que “hay tantos planetas y estrellas en el universo que seguro que está lleno de vida“, estamos reflejando más sus propias creencias que un dato que se ajuste a la realidad. La razón principal es que nunca hemos observado vida más allá de nuestro planeta y no sabemos cómo de probable o improbable es nuestra presencia en el universo, así que no podemos hacer más que especular.
Aún así, sigue pareciendo lógico e incluso necesario que exista vida extraterrestre por una simple cuestión de estadística: no sabemos con qué frecuencia aparece la vida pero, aún siendo pesimistas y suponiendo que un 1% de los planetas reúnan las condiciones necesarias para originar vida y sabiendo que alrededor de cada estrella orbitan (de media) 1.6 planetas, el universo debería contener casi 16 millones de billones de planetas que potencialmente podrían albergar vida.
Aplicando la misma lógica sólo a nuestra galaxia, deberían existir cerca de 1.000 millones de planetas habitables en la Vía Láctea.  ¿Y en cuántos de estos podrían vivir civilizaciones avanzadas? Aquí entra es donde entra la especulación más descarada. Podemos asumir, por ejemplo, que en un uno de cada 1.000 planetas habitables llega a aparecer la vida. Esta suposición dotaría a nuestra galaxia con unos 10.000.000 de posibles planetas habitados.  Si suponemos luego en el 1% de estos planetas las formas de vida han evolucionado hasta convertirse, como mínimo, en formas de vida con un grado inteligencia parecido al nuestro, entonces habrá unas 100.000 civilizaciones sólo en nuestra galaxia. Extendiendo el mismo razonamiento para todas las galaxias que componen el universo, entonces por muy bajas que hagamos nuestras estimaciones, la conclusión siempre es la misma: el universo debería estar a rebosar de vida inteligente.
Si, encima, además de tener en cuenta lo vasto que es el universo, pensamos en lo viejo que es, las cosas se ponen aún más fáciles para la existencia de posibles civilizaciones avanzadas.
Nuestro se formó hace “sólo” 4.600 millones de años, mientras que el universo lleva existiendo unos 13.700 millones de años. Es decir, que alguna forma de vida que apareciera mucho antes que nosotros y que haya seguido evolucionando y expandiéndose sin descanso durante ese periodo debería llevar mucho tiempo dejando su marca alrededor de nuestra galaxia. En nuestro caso, la tecnología se ha desarrollado a un ritmo exponencial en los últimos 200 años, así que una civilización que nos llevara miles, millones o miles de millones de años de ventaja debería haber colonizado ya la Vía Láctea… Y aún así no hemos encontrado la más mínima señal de que alguien lo haya hecho.
Para hacernos una idea de con qué tipo de inteligencias podríamos estar tratando, es bastante útil la escala Kardashev, que clasifica las civilizaciones avanzadas en varios grupos, según sus necesidades energéticas y grado de desarrollo:
Civilizaciones Tipo 0: aquellas que dependen de recursos fósiles y están confinadas en su propio planeta. Son vulnerables a la extinción vía desastres naturales de gran escala, como el vulcanismo extremo, el cambio climático o el impacto de un asteroide grande. Nosotros estamos en este punto básico de la escala. QUÉ BIEN.
Civilizaciones Tipo I: han aprendido a extraer energía de la fusión nuclear y el mundo se les empieza a quedar pequeño. Han desarrollado el viaje interplanetario y colonizado otros planetas de su sistema solar. Siguen siendo vulnerables a la extinción si se producen cataclismos a gran escala como la explosión de una supernova cercana.
Civilizaciones Tipo II: a diferencia de las Tipo I, estas han colonizado otros sistemas solares y han expandido su burbuja de influencia a través las estrellas más cercanas. Debido a su dispersión a lo largo de un gran volumen del espacio, es casi imposible que un evento catastrófico extinga a una de estas civilizaciones por completo.
Civilizaciones de Tipo III: su dominio se extiende por toda la galaxia y extraen sus recursos de cualquiera de los planetas y estrellas que esta contiene.
Civilizaciones de Tipo IV: pueden colonizar cualquier galaxia y tienen influencia a nivel universal. Su tecnología les permitiría, en teoría, permitirles viajar en el tiempo,  materializar cosas a partir de energía, teletransportarse, modificar propiedades de la naturaleza o mover sistemas estelares enteros.
De entre estos grados de evolución, las más fáciles de detectar deberían ser las civilizaciones Tipo II y Tipo III ya que, en teoría, deberíamos ser capaces de captar sus comunicaciones o incluso ver señales de su presencia en la forma de estructuras como las esferas de Dyson (de las que hablo un poco más adelante en este mismo artículo) en nuestro propio vecindario estelar.
De las posibles 100.000 civilizaciones avanzadas que podrían existir en la Vía Láctea, no sería descabellado pensar que algunas hubieran conseguido burlar posibles eventos capaces de extinguirlas hasta alcanzar el grado de desarrollo tecnológico que la convierta en Tipo II o Tipo III. Suponiendo de nuevo que un 1% de las civilizaciones no se extinguen antes de alcanzar este grado de desarrollo, entonces deberían existir alrededor de 1.000 civilizaciones de Tipo II o Tipo III sólo en nuestra galaxia.
Entonces, si hay tanta vida inteligente a nuestro alrededor haciendo de las suyas, ¿Cómo es que no hemos visto a nadie?
Esta es precisamente la pregunta que plantea la paradoja de Fermi. Como no podemos dar una respuesta concreta a la pregunta, lo único que podemos hacer es plantear algunas hipótesis (explicadas muy bien en este artículo en inglés). Estas hipótesis son las que quería mostraros porque me parecen muy interesantes como ejercicio mental y para enseñar que una pregunta como “¿Estamos solos en el universo?” no es tan fácil de responder como parece.
Respondiendo entonces a la pregunta que plantea la paradoja, existen dos grandes posibilidades.
EXPLICACIÓN NÚMERO 1. No hemos detectado la presencia de vida inteligente a nuestro alrededor porque realmente no existe ninguna civilización Tipo II o Tipo III en nuestra galaxia.
Aquí alguien podría argumentar, “bueno, a lo mejor existen pero simplemente no se dejan ver“, pero esto implicaría que de algún modo todas las civilizaciones se han puesto de acuerdo para no dar señales de vida y siguen esta regla a rajatabla. Esto parece poco probable porque, aunque el 99.99% de las civilizaciones obedecieran esta ley, siempre cabría esperar que alguna se saliera de la norma por intereses propios o por puro desacuerdo o rivalidad con las demás.
Dejando esto a parte, cabrá preguntarse por qué otras razones no hemos detectado civilizaciones de tipo II y III.
Conociendo la historia de la vida en nuestro propio planeta y sabiendo que varias extinciones masivas han hecho peligrar la vida en la Tierra durante toda su historia evolutiva, podemos asumir con bastante seguridad que una especie debe enfrentarse a muchos obstáculos a lo largo de su historia evolutiva, unos más difíciles que otros. Uno de estos obstáculos podría ser común a todos los organismos y particularmente difícil (o casi imposible) de superar comparado con los demás, así que muy pocas formas de vida lograrían salir airosas cuando se topan con él.
A este obstáculo se le llama el Gran Filtro y no necesariamente implica que una especie se extinguirá al alcanzar un cierto grado de evolución, sino que también puede significar que llega un punto en el que es probable que una especie se quede estancada y no siga desarrollándose.


No tenemos ni idea de cuál es este Gran Filtro ni de si lo hemos superado o no, ya que no conocemos otras formas de vida con las que compararnos. Lo único que podemos hacer es plantear hipótesis sobre las posibles localizaciones de este filtro durante la historia evolutiva de una especie. Dependiendo de qué opción sea la que se ajusta a la realidad, nuestro futuro como civilización puede ser esperanzador o pintar bastante negro. Básicamente, existen dos opciones: que la vida en la Tierra ya haya superado el gran filtro en el pasado o que aún lo tengamos por delante y tengamos que enfrentarnos a él en el futuro.
CASO 1. Ya hemos superado el gran filtro. 
En este escenario todo va bien. Habríamos pasado la criba y, en principio, tendríamos el camino despejado para convertirnos en una civilización Tipo III. También significaría que el número de civilizaciones inteligentes en existencia sería mucho menor de lo que imaginamos, ya que la inmensa mayoría de planetas con vida estarían desolados o habitados por especies más primitivas que la nuestra. Si esta fuera la situación, entonces cabría preguntarse: ¿Cuál es el evento al que nuestros ancestros sobrevivieron y que puede resultar cataclísmico para las formas de que aparezcan en otros planetas?
Por un lado, la primera barrera a la que tiene que enfrentarse la vida es el simple hecho de que un montón de materia inerte se una para formar estructuras moleculares autoreplicantes.
Desde mediados del siglo pasado se han realizado experimentos en los que se han simulado la composición química y las condiciones atmosféricas que había en la Tierra poco después de su formación y se obtuvieron una gran variedad de moléculas orgánicas que potencialmente podrían haberse unido para formar ARN, las moléculas que dirigen la síntesis de proteínas en las células vivas.  Si este caso fuera correcto, podríamos esperar que la vida fuera extremadamente escasa en el universo o incluso que estemos absolutamente solos, ya que las condiciones para que esto ocurra se darían con una frecuencia muy, muy baja.



Pero puede que ese no sea ese el paso difícil para la vida. Al fin y al cabo, la inmensa superficie combinada de todos los posibles planetas habitables del universo, la gran variabilidad química que hay entre ellos y el hecho de que lleven miles de millones de años existiendo podría facilitar mucho su ocurrencia.
A lo mejor el obstáculo complicado para la vida es el tránsito de simples moléculas autorreplicantes a algún tipo de células simples (procariotas). Pero hay que tener en cuenta que este tipo de células no son capaces de unirse y adoptar diferentes roles para formar estructuras más complejas, así que tal vez la barrera evolutiva se encuentra en el paso de células procariotas a eucariotas, que sí son capaces de unirse para formar seres pluricelulares que dan lugar a organismos complejos.
Hay que tener en cuenta que, tras su formación hace 4.600 millones de años, la Tierra permaneció deshabitada durante unos 1.000 millones de años hasta que aparecieron las primeras formas de vida, las células procariotas. Pasarían otros 1.600 millones de años hasta que la evolución diera lugar a las células eucariotas más complejas y otros 800 millones de años hasta que apareció la reproducción sexual, lo que facilitaba el intercambio de genes entre organismos y, por tanto, aceleraba muchísimo el proceso evolutivo. Si no hubiera aparecido el mecanismo de reproducción sexual a lo mejor aún estaríamos en pañales, evolutivamente hablando, y tal vez ese podría ser precisamente el paso que representa el gran filtro.
Si cualquiera de estos casos fuera correcto, la inmensa mayoría de planetas habitados estarían poblados por vida unicelular que evoluciona muy lentamente, permaneciendo en ese estado miles de millones de años, tanto tiempo que podría ser fácilmente extinguida por la muerte de su estrella.


Pero a lo mejor todo lo comentado hasta este punto de la evolución no representa un problema para la vida y ocurre con mucha más frecuencia de la que pensamos. Puede que el paso realmente difícil llegue después de que los organismos pluricelulares crezcan para formar seres más complejos y a alguno le toque desarrollar suficiente inteligencia como para empezar a fabricar sus propias herramientas.
Al contrario de lo que parece que la gente piensa, la evolución no tiende a hacer las cosas mejores ni más inteligentes, ya que no tiene una finalidad a largo plazo. La evolución consiste en la transferencia a través de las generaciones de las adaptaciones que ayudan a un organismo a adaptarse mejor a su entorno.
De entre los cientos de millones de especies animales que han vivido en este planeta desde que apareció la vida, sólo resultó beneficioso para los seres humanos desarrollar cerebros más grandes y fabricar herramientas para suplir la falta de recursos que tienen de manera natural. Esto puede sugerir que, aunque un planeta esté habitado formas de vida complejas y muy diversas, no necesariamente tendrá por qué aparecer una especie inteligente en él.
Si esta fuera la barrera que impide el avance de una civilización, en el universo deberíamos encontrar una buena cantidad de planetas llenos de vida, pero muy pocos iluminados por luces artificiales.


En definitiva: si el gran filtro se presenta al principio de la historia evolutiva de la vida será poco probable que existan un gran número de organismos inteligentes en la galaxia capaces de comunicarse con nosotros y aún más improbable la presencia de civilizaciones Tipo II y Tipo III, lo que explicaría que no podamos detectarlas.
Vamos con la segunda opción.
2.El gran filtro está por delante de nosotros. 
Si el desafío que limita el avance de una civilización está aún por llegar, entonces estamos jodidos.


Hay una gran cantidad de situaciones que podrían dar lugar a este escenario como, por ejemplo, las explosiones de rayos gamma que tienen lugar de manera regular y que lanzan chorros de radiación de alta energía al espacio. Estos rayos, aunque muy distantes, son tan energéticos que podrían acabar con la vida en la Tierra de golpe y porrazo si uno de ellos atravesara el sistema solar.
Un evento de esta magnitud borraría del mapa a cualquier civilización que no estuviera suficientemente dispersa por el espacio como para que el chorro de radiación no matara a todos sus individuos.



Si un evento de estas características no es el gran filtro, entonces tal vez sencillamente llegue un punto en el que una civilización está condenada a autodestruirse. Una población creciente requiere de recursos cada vez mayores y, por tanto, de la colonización de otros planetas para dar cabida a todo el mundo. Al fin y al cabo, en el espacio las distancias que hay entre las cosas son inmensas y podría resultar prácticamente imposible para una civilización en crecimiento expandirse con suficiente rapidez antes de quedarse sin recursos.
EXPLICACIÓN NÚMERO 2. Existen civilizaciones Tipo II y Tipo III en nuestra galaxia y hay razones lógicas por las que no las detectamos.
Hay que considerar que, al fin y al cabo, las ondas electromagnéticas que utilizamos para comunicarnos escapan al espacio, pero sólo llevamos 100 años emitiéndolas. Durante estos 100 años, estas señales han viajado a la velocidad de la luz (casi 300.000 kilómetros por segundo), por lo que sólo civilizaciones situadas en el interior de esta esfera de 100 años luz de radio pueden haber recibido noticias nuestras. Teniendo en cuenta que nuestra galaxia mide 100.000 años luz de diámetro, nuestras señales apenas han recorrido una milésima parte de su diámetro.
Esto nos lleva a pensar que puede haber razones lógicas para que, aunque la galaxia estuviera llena de vida inteligente, no estar recibiendo señales de su existencia. Al fin y al cabo, la falta de evidencia de la existencia de vida extraterrestre no es una evidencia de su inexistencia. Aquí van unas cuantas:
1) La galaxia ha sido colonizada, pero vivimos en una especie de zona rural apartada de toda la actividad. Cuando los colonos llegaron a América, los habitantes del remoto norte de Canadá no se enteraron de inmediato de qué estaba pasando, ya que nadie se acercaba allí por las duras condiciones climáticas y no resultaba de interés para los asentadores. De la misma manera, las civilizaciones inteligentes podrían estar concentradas en determinados lugares de la Vía Láctea donde su proximidad facilita el viaje y la comunicación entre ellas y no se molestan en visitar zonas alejadas de la galaxia, debido al esfuerzo que supondría a causa de las grandes distancias que nos separan.
2) El concepto de la colonizar la galaxia puede resultar absurdo para una especie avanzada. Teóricamente, una civilización de Tipo II tendría una tecnología suficientemente avanzada como para abastecerse de energía de sobra como para satisfacer sus necesidades. Una opción sería, por ejemplo, la construcción de una estructura artificial alrededor de su estrella que les permita aprovechar toda la energía que esta emite. Este es el concepto de una esfera de Dyson (nada que ver con la empresa que fabrica aspiradoras del futuro) y tiene esta forma:



Con tanta energía a su disposición, una civilización no tendría motivos para gastar una gran cantidad de recursos expandiéndose por el resto de la galaxia. A lo mejor, teniendo tanta energía disponible, incluso podrían preferir pasar sus conciencias a ordenadores y vivir ahí dentro para siempre.
3) Hay una gran cantidad de señales siendo transmitidas al espacio por civilizaciones avanzadas, pero nuestros instrumentos aún no son suficientemente sofisticados como para detectarlas o están codificadas de manera que no parecen señales coherentes. Esto podría implicar que el lenguaje de otras civilizaciones inteligentes nos resulta totalmente incomprensible o que transmiten señales usando métodos que aún no conocemos. Sería algo así como intentar encontrar señal WiFi con un móvil muy viejo: las señales están ahí, sólo que el móvil no es capaz de detectarlas.
4) Alguna civilización estuvo por aquí hace millones de años, pero nosotros aún no habíamos aparecido. Al fin y al cabo, los seres humanos modernos llevamos 50.000 años en el planeta y el lenguaje escrito más antiguo que tenemos surgió hace apenas 5.500 años. Comparado con los 4.600 millones de años de existencia de nuestro planeta, eso no es nada. Algún grupo de cazadores-recolectores podría haber presenciado cosas muy raras en el pasado, pero no habría tenido manera de dejar constancia de ello.
5) Hay civilizaciones depredadoras ahí fuera y muchas de las civilizaciones inteligentes saben que es mejor no dar señales de vida. Esto no solo sería aterrador, sino que además nos convertiría en completos estúpidos: una de estas civilizaciones depredadoras tan sólo tendría que seguir nuestras señales de radio para encontrarnos.
Joder, si hasta acoplamos una placa en la sondas sondas Pioneer (que ahora andan por los confines del sistema solar) que dice exactamente en qué planeta encontrarnos.


6) Existe una sola civilización Tipo III o Tipo IV que se dedica a eliminar al resto de civilizaciones una vez alcanzan cierto nivel de desarrollo tecnológico para evitar que se conviertan en una amenaza. Probablemente, esta sería la primera civilización avanzada que apareció en la galaxia (o una de las primeras) y aprovechó su ventaja tecnológica para borrar del mapa a cualquiera que le haga la competencia. Como podéis ver, esta perspectiva tampoco resulta demasiado alentadora.
7) Hay un montón de civilizaciones Tipo III a nuestro alrededor, pero somos demasiado primitivos como para percibirlas. De la misma manera que una hormiga que da vueltas por nuestra habitación no entiende qué propósito tiene el lugar donde está ni que son todas las cosas que contiene, una civilización Tipo III podría ser tan avanzada que ni siquiera comprenderíamos qué está haciendo. La misma lógica se aplica en el caso inverso: para una civilización Tipo III podríamos ser tan primitivos que ni siquiera se molestarían en pasarse a hacer acto de presencia por la Tierra, igual que nosotros ignoramos un hormiguero cuando paseamos por el campo.

EN RESUMEN.

De momento, nadie puede afirmar que ninguna de estas opciones sea la que más se ajusta a la realidad. Pero en realidad eso da igual: al final, el día que podamos responder con certeza a la pregunta “¿hay vida fuera de nuestro planeta?” la noticia será arrolladora, independientemente de la respuesta. Tanto si resultamos estar completamente solos en el universo como si descubrimos que hay vida ajena a este planeta a nuestro alrededor, nuestra visión de la realidad cambiará para siempre.
Mientras tanto, espero que las sondas que están explorando Marte encuentren algún tipo de microorganismo fosilizado. Al menos esto inclinaría la balanza hacia la opción de que ya hemos superado el Gran Filtro.

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La Singularidad Tecnológica

El Último Rinoceronte Blanco

"Nadie es una isla completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra y si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida como si fuera un promontorio o la casa de uno de tus amigos o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad, por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. "
                                                                                                   --John Donne

Muere de Angalifu, uno/seis rinocerontes blancos del norte que quedaban en el mundo

Los amantes de los animales lloraban este lunes la muerte de Angalifu, uno de los seis rinocerontes blancos del norte que quedaban en el mundo y que vivía en el zoo de San Diego, en el sureste de Estados Unidos.

Los veterinarios están practicando la autopsia de este animal en peligro de extinción para determinar las causas del deceso, pero todo apunta a que están relacionadas con la edad del rinoceronte, que tenía 44 años, explicaron portavoces del zoo.

"Llevará un tiempo" tener los resultados, dijo una representante del parque de San Diego, Christina Simmons.

Ahora solo quedan cinco miembros de esta especie en el Planeta: una hembra de avanzada edad en el mismo zoo en el que vivía Angalifu, otro en un parque de República Checa y tres en libertad en África.

Los cuidadores del rinoceronte fallecido se sentían este lunes "desalentados" por no haber logrado aparejar a los dos ejemplares que había en San Diego, según palabras de Darla Davis, otra portavoz.

El rinoceronte blanco del norte, una subespecie del rinoceronte blanco, ha desaparecido prácticamente por la caza y el alto valor al que cotizan sus cuernos, y por las guerras que han tenido lugar en África, de acuerdo con la organización World Wildlife Foundation.

El rinoceronte blanco (Ceratotherium simum) es una especie de mamífero perisodáctilo de la familia Rhinocerotidae. Es la mayor de las cinco especies de rinoceronte.



Tras el último rinoceronte blanco 10 AGO 2008



Sus cuernos son míticos. Fueron miles. Hoy sólo quedan cinco ejemplares de rinoceronte blanco norteafricano en libertad. Todos en el parque nacional de Garamba, patrimonio de la humanidad, que dirige el español Luis Arranz. Si no aparecen pronto, se les declarará extinguidos. El País Semanal participó en su búsqueda.


Todos los días, nada más caer la noche, un elefante se desliza silencioso hasta el centro de la plaza arbolada de la estación de Nagero, en el parque nacional de Garamba, rodeada de decadentes y herrumbrosos edificios coloniales, y durante una media hora engulle goloso los mangos caídos al suelo. Tras el banquete desaparece tan sigiloso y tranquilo como había llegado, ajeno a cualquier tipo de miradas o proximidades. Se vuelve a la sabana. La enorme silueta del elefante, atisbada en la penumbra entre los árboles, es para el visitante una especie de ensueño cinematográfico. Como los hipopótamos que poco después resoplan cerca de las tiendas de campaña y el rugir de los leones que retumba hasta el alba.
más información

 

Los elefantes siempre han sido protagonistas en el parque nacional de Garamba, un parque legendario situado en el noreste de la República Democrática del Congo, creado en 1938 en pleno colonialismo belga, y declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1980 (desde 1996 en la lista de patrimonio en peligro). Los elefantes y rinocerontes blancos fueron durante años sus grandes estrellas. Sólo que los elefantes que dieron fama al parque, uno de los pioneros de África, no eran salvajes como el que ahora reclama su ración diaria de mangos, sino amaestrados. El siniestro y avaricioso rey Leopoldo de Bélgica, propietario personal del Congo durante dos décadas y autor del primer gran genocidio de la historia contemporánea (llevó a la muerte a cinco millones de congoleños), hizo traer los primeros elefantes desde India en una increíble odisea que todavía espera su película.

En los buenos tiempos del parque, a mediados del pasado siglo, los turistas lo recorrían a lomos de elefante esperando atisbar el famoso y esquivo rinoceronte blanco norteafricano. Hoy, de los 150 elefantes domesticados que llegó a tener, sólo sobrevive Kiko, una hembra que ronda los 60 años y vegeta solitaria junto a sus cuidadores. Y los rinocerontes blancos están al borde de la extinción. Tanto, que en el mundo sólo quedan cinco ejemplares en libertad, los cinco en Garamba. Teóricamente. El último fue visto en noviembre de 2007. Pero el parque es grande, 12.427 kilómetros cuadrados con las tres reservas de caza o preparque más o menos el tamaño de Asturias, y no resulta fácil atisbar en plena sabana a los dueños de los codiciados cuernos, pese a su nada despreciable tamaño.

Pero las campanillas de alerta han sonado en todo el mundo con un objetivo urgente y prioritario: salvar al rinoceronte blanco norteafricano (Ceratotherium simum cottoni). Por eso, en la segunda quincena de abril pasado, dos de los mejores expertos africanos en dicha subespecie, el veterinario Pete Morkel y el rastreador Jackson Kamwi, de Zimbabue, barrían a diario el parque en batidas aéreas y terrestres intentando encontrar a alguno de los cinco supervivientes o, al menos, las huellas que denotaran su presencia. La intención era colocarles un radiotransmisor en el cuerno y así tenerlos localizados en sus movimientos. El parque vive un momento crucial para su existencia. La mayoría de las poblaciones animales, a excepción del rinoceronte blanco, del que no se puede asegurar su supervivencia, pueden salvarse todavía. Sólo depende del grado de protección que tengan a partir de ahora, asegura el biólogo Luis Arranz.

Luis Arranz, el español que desde enero pasado dirige el parque y se propone recuperarlo en todo su esplendor, lo que incluye numerosas especies algunas como la jirafa del Congo, también amenazada de extinción, hábitat y turismo, no se anda por las ramas. Es directo y pragmático. Si los rinocerontes aparecen, una solución sería cruzarlos con los que hay en dos zoológicos, en la República Checa y San Diego (EE UU), o con rinocerontes blancos surafricanos. Creo que es mejor tener un rinoceronte híbrido que nada. Si no aparecen, tenemos material genético suyo conservado en Suráfrica y quizá podrían clonarse como pretende la Universidad de Edimburgo. Como última solución no lo veo mal, aunque si me dan a elegir entre gastar un montón de dinero en protegerlos o clonarlos, yo opto por la protección. Me parece un poco triste que los niños acaben conociendo a los animales en los parques temáticos o cibernéticos.

La experiencia africana de este biólogo de 51 años, nacido en Canarias y recriado en Segovia (contratado por African Parks Foundation, la institución holandesa a quien el Instituto Congoleño para la Conservación de la Naturaleza encomendó en 2005 la gestión del parque), está ligada a sus últimos 28 años de vida. Pese a que en ellos también flirteó con la conservación en Latinoamérica, acabó volviendo a África, una pasión que se inició con un viaje por el Sáhara al acabar la carrera. No hay nada comparable a ver 800 elefantes juntos. Trece años en Guinea Ecuatorial con ECOFAC (UE), donde creó y fue conservador del parque nacional de Monte Alén, y siete años en la dirección del parque nacional de Zakouma, en el sur de Chad, le avalan. Estos últimos años fueron duros en la lucha contra la sequía y los furtivos con un resultado evidente: situar Zakouma en las rutas turísticas. Y ahora asume un reto, resucitar Garamba, abandonado a su suerte durante los últimos cuarenta años por culpa de las sucesivas guerras civiles congoleñas y las diferentes guerrillas. La última de ellas, la ugandesa Lord Resistence Army (LRA), aún permanece enquistada en el norte del parque, en la parte fronteriza con Sudán, y lo mismo lanza granadas contra los camiones llenos de guardas que tirotea a la avioneta cuando se pone a tiro.

Lo primero es salvar el parque y darlo a conocer, que la gente vuelva a oír hablar de Garamba, repite Arranz, decidido a cumplirlo. Por el momento vive en una tienda de campaña entre árboles frondosos al lado del río. Un lugar por donde los monos pululan de día, y los hipopótamos, de noche. Me parece algo normal, a todo te acostumbras Claro que con los hipopótamos hay que tener cuidado, porque cuando salen a pastar por la noche son peligrosos, cargan cuando menos te lo esperas. Poca cosa, si recordamos que a la piscina de su casa de Zakouma se acercaban por la noche a beber, en época de sequía, leopardos, leones y elefantes.

El ultraligero que pilota Arranz, y con el que a diario vigila el parque al amanecer, el mejor momento del día, está fuera de servicio por culpa de una tormenta, pero sobrevolar Garamba sigue siendo posible en la avioneta Cessna que pilota el francés Stéphane Carré. Mañana y tarde, Carré, junto con el veterinario Morkel, escruta desde las alturas distintas zonas del parque en un intento de divisar los ansiados rinocerontes blancos, que, en contra de lo que puede pensarse, son de color gris claro (la confusión viene de una mala traducción de la palabra holandesa wijde, ancho, que describía su labio recto y ancho, por la inglesa white). Carré, de 44 años, antes instructor de ultraligeros en Chartres, y un apasionado del vuelo la capacidad de volar en un espacio de libertad tan grande como éste es imposible en Europa, es una de las personas que mejor conocen Garamba. La agudeza de su vista para distinguir animales desde el aire sólo puede competir con la del veterano Morkel, que, pegado a la ventanilla del copiloto, parece tener ojos hasta en el cogote.

A las siete de la mañana, las aguas del río Dungu serpentean en una espiral de chocolate claro. En sus orillas, la masa verde oscura de los árboles ofrece el panorama más boscoso de la sabana herbácea. El día está claro, y el clima, tropical, permite a estas horas tempranas un respiro. La temperatura no supera los 24 grados, y la luz, suave, nos permite contemplar desde la avioneta, con toda nitidez, los primeros elefantes cerca del río. Hay dos grupos, el mayor sobrepasa con creces el centenar de individuos. El otro, más pequeño y estirado, una veintena de hembras y sus crías, se desplaza parsimonioso en fila india como si desfilara ante John Wayne, al compás de la música de Mancini, en la mítica Hatari. Hasta 1960, el parque albergaba una población de 70.000 elefantes y 1.000 rinocerontes. Hoy, después de años de un furtivismo codicioso de colmillos y cuernos, y de la gran matanza de 2004, que esquilmó el censo de elefantes y rinocerontes, quedan 3.900 elefantes.

No es fácil ya en África contemplar centenares de elefantes juntos deambulando en estado salvaje. En Garamba es posible. Su situación de frontera entre el bosque y la sabana hace que vivan en el parque animales de ambos territorios, selva y sabana, y también híbridos (los primeros tienen los colmillos más largos; los segundos son más grandes y con colmillos más gruesos). Nadie habla en los vuelos de reconocimiento. Morkel no despega la nariz de la ventanilla. De repente hace una seña al piloto, y la avioneta gira rápida y vuelve a dar varias pasadas sobre un claro. Parece que ha visto algo. ¿Rinocerontes? Falsa alarma. No creo que encontremos ejemplares, si acaso uno o dos, dice Morkel, que ha dejado en tierra el sombrero de alas anchas que proporciona a su físico, enjuto y correoso, un aspecto a lo Clint Eastwood. Aunque encontremos los cinco, serían insuficientes para recuperar la especie. Creo que el rinoceronte blanco del norte de África está muerto.

Morkel cree que se ha esperado demasiado. Se debió actuar hace cinco años, cuando todavía quedaban 35 rinocerontes y era posible hacer algo. Como Arranz, es partidario, si se encuentran, de cruzarlos con los surafricanos. Aunque hay que ser realistas, por lo menos habría que cruzar 10 para tener éxito. El experto recuerda que la primera vez que estuvo en Garamba, en 1992, cogieron 16 rinocerontes y les pusieron un transmisor. Aunque entonces no tuvo éxito, creo que es una buena idea. Tiene claro que la gran amenaza, que ha llevado a la extinción de la especie, radica en el uso de su cuerno por la medicina tradicional china, y no en sus supuestas, y publicitadas, propiedades afrodisiacas. Desde hace 50 años han perdido mucho hábitat en toda África. Primero fueron las guerras; luego, los safaris, los puños de las dagas de los millonarios yemeníes, y ahora, los fármacos chinos En estos momentos hay en China mucho dinero, y muchos chinos en África que son un peligro para los elefantes y rinocerontes.

La avioneta barre con sus pasadas una zona del parque en la que corretean algunas jirafas congoleñas, preciosas y raras, de las que apenas quedan un centenar por culpa de sus preciadas colas. Los furtivos las cazan porque sus pelos se usan, en algunas etnias africanas, como amuletos de fertilidad. Un regalo cotizado. Con los pelos de la cola también se hacen pulseras étnicas que se venden en todo el mundo. Ahora mismo, si no disminuye su número, vamos bien; el paso siguiente es tenerlas muy controladas. Lo bueno es que el hábitat del parque no está desapareciendo porque está protegido. Si logramos erradicar a los furtivos, la jirafa se recuperará, lo importante es que se sepa su situación, repite Arranz como un mantra.

El vado del río Dungu ha crecido con las primeras lluvias hasta el punto de hacerse intransitable. El agua llega casi a las ventanillas del todoterreno, y los cercanos hipopótamos, que resoplan felices sumergidos hasta las orejas, no facilitan el paso. Hay que esperar que descienda su nivel para poder avanzar hasta los dominios de la pareja de leones que tiene su territorio a unos 20 kilómetros de la estación. Desde la pista puede vérselos poco después de amanecer, tumbados y medio ocultos entre las hierbas. La leona ni se inmuta cuando oye el motor del coche. El león se incorpora poco a poco, perezoso y confiado, y planta su poderosa figura frente a los intrusos sin especial preocupación. Simplemente observa. Son sus dominios y se entiende bien por qué se ha ganado el apodo de rey de la selva aunque en realidad es el rey de la sabana. Su potencia y majestuosidad es total. Cuando su curiosidad desaparece, nos da la espalda y se aleja despacio y solitario.

La única pista practicable del parque está bastante intransitable por la lluvia cuando vamos al encuentro de Jackson Kamwi, el rastreador de huellas que busca por tierra a los rinocerontes. Si existen, daré con ellos, repite. Kamwi tiene 47 años y pocos fallos a sus espaldas. Desde muy joven se convirtió, en su aldea de Zimbabue, en uno de los mejores rastreadores de rinocerontes de África. Me gustan más los rinocerontes negros, son muy combativos. Una de sus piernas conserva una cicatriz como muestra de lo peleones que pueden llegar a ser sus preferidos. Intenté subirme a un árbol, pero me embistió con el cuerno.

A las 6.45, después de desayunar arroz con frijoles, la patrulla de seis guardas, armados con fusiles Kaláshnikov y al mando de Atolobako Gasto, se pone en marcha. A la cabeza va Kamwi con una vara en la mano. Se encuentran a unos 70 kilómetros de la estación principal del parque y han pasado la noche en unas viejas cabañas. Las hierbas de la sabana llegan casi a la cintura y están todavía mojadas por el rocío de la noche. Al cabo de un rato, los pantalones acaban empapados. Kamwi camina en línea recta, de claro en claro, siguiendo las pequeñas sendas que van marcando los animales. Detrás, la patrulla. La búsqueda se hace en silencio. El rinoceronte tiene mala vista, pero un magnífico oído y mejor olfato. De tarde en tarde, el zimbabuense señala: Esto es de una hiena, esto es de un elefante. Ni rastro del rinoceronte. Camina mirando hacia tierra y de vez en cuando levanta la cabeza y se fija en los bordes del sendero buscando una señal que no aparece. Los guardas llevan radio, GPS, y no se separan del arma. Son gente curtida acostumbrada al calor y las duras marchas, pero en la sabana, además de animales salvajes, hay furtivos armados.

Se impone un descanso a la sombra de un imponente árbol salchichón (grandes frutos con forma de salchichón cuelgan de sus ramas), especie abundante en el parque, junto con las acacias y los ciruelos negros. Hay que tener instinto de rastreador. A veces, cuando sigues una huella y el animal está cerca, lo sientes, dice Kamwi, que conoce bien los hábitos de estos enormes herbívoros que pueden llegar a medir cuatro metros de longitud y pesar más de 3.000 kilos. En general caminan en línea recta, pero llega un momento en que empiezan a hacer eses y a moverse sin sentido porque buscan comida. Entonces es cuando hay que tener más cuidado, pueden estar muy cerca de ti. En un momento dado, Kamwi se sube a un árbol y, como un guepardo al acecho, otea la vista casi panorámica. Nada se mueve. A las diez de la mañana, el calor arrecia y se inicia el regreso. Otro día más sin rastro del rinoceronte. Nos hace falta una huella, una evidencia, se lamenta el rastreador.

Arranz, pese a que el tiempo corre en contra, no baja la guardia. Con o sin rinocerontes, éste es un parque magnífico, un espacio salvaje de una belleza increíble difícil de encontrar ya en África, y con una fauna y flora variadísimas. Tiene agua todo el año, lo cruzan dos ríos, el Garamba y el Dungu, afluentes y zonas pantanosas. Cierto, porque además de los famosos rinocerontes, elefantes, hipopótamos y leones, Garamba alberga leopardos, búfalos, hienas, chacales, servales, diferentes tipos de antílopes, facoceros y mangostas de cola blanca, entre otros. Y para que no falte de nada, seis especies de primates, entre ellos, babuinos. Y una población de chimpancés bastante desconocida y a la que debería de prestarse más protección, dice Arranz. Por no hablar de las 340 especies de aves que pueden atraer a tantos visitantes como los grandes mamíferos. Desde águilas marciales y volatineras hasta el ibis sagrado, pasando por los coloristas abejarucos escarlata o de garganta roja, y el enorme gran cálao.

Pete Morkel, que conoce la práctica totalidad de los parques africanos, asegura que Garamba es un espacio maravilloso. Algunos parques africanos apenas tienen animales, pero eso no impide que la gente quiera visitarlos porque son enormes áreas de naturaleza intocadas. Garamba, además de los rinocerontes blancos, hipopótamos, elefantes y leones, tiene muchas especies a conservar y es bueno que haya fondos para hacerlo, incluso si se pierden los rinos, porque su naturaleza es de una gran belleza.

El parque se mantiene ahora con aportaciones de la Unión Europea, su principal colaborador (tres millones de euros para tres años y la promesa de otros cinco millones), y una cantidad más modesta (250.000 euros) de la Unesco. Pero tanto la Agencia Española de Cooperación Internacional como el Ministerio de Medio Ambiente español se han comprometido a ayudar a la conservación del parque y a mejorar las condiciones de vida de la población de su entorno. Otras instituciones, como Parques Nacionales y FIDA, también lo tienen en mente, dice Arranz. La cooperación, insiste, hay que planteársela a largo plazo, porque África no va a cambiar en bastantes años. Opinión que refuerza, sin disimulo, el representante del Gobierno congoleño en el parque, Paulin Tshikaya. En el Congo, todos los parques funcionan con ayuda internacional, no hay fondos del Estado. Lo más importante, ahora que tenemos medios y colaboración exterior, es que el Gobierno apoye seriamente la seguridad de las fronteras, y creo que con un poco de presión europea se conseguirá.

Arranz, tenaz, y confiando en que la situación política de la zona continúe tranquila, ha comenzado a construir 10 bungalós, a los que seguirá un restaurante, con vistas a que el próximo año puedan acoger turistas. Entre sus proyectos no descarta la posibilidad de volver a tener elefantes domesticados para uso de los visitantes. Es mucho más natural y ecológico pasear en elefantes que en todoterreno, puedes atravesar los ríos y los hipopótamos no se molestan. Ya se hace en otros parques africanos y nadie se rasga las vestiduras. De momento, el parque tiene un problema general de infraestructuras. Hay pocas pistas y resulta complicado desplazarse por su territorio. El tener una buena red de pistas resulta fundamental para la seguridad, el turismo y los estudios que queremos hacer, dice el director.

¿Cómo viven los congoleños que trabajan y habitan en el parque, unas 130 familias, su resurgir tras años del todo vale? ¿Cuál es su reacción ante una política de mano dura contra el furtivismo, que todos han practicado, que incluye cárcel? De vez en cuando, todavía hay furtivos que matan algún antílope o búfalo, pero en general el furtivismo ha descendido bastante. El verdadero problema es la guerrilla, la LRA ugandesa, que cuando se topa con los guardas tira a matar, insiste Arranz, quien en Zakouma (Chad) tuvo que asistir a la muerte de varios guardas por disparos de furtivos. Ha sido lo más duro, lo peor de mi trabajo en África.

Quizá por eso, Arranz no puede entender que la UE se niegue a financiar armas para los guardas. Es absurdo, dan fondos para todo menos para que los vigilantes defiendan su vida, no tiene sentido. Pero acabamos de sumar 50 guardas a los 137 que teníamos. Los guardas vigilantes van armados y patrullan el parque en grupos de 10 o 12. Un camión les deja en un punto del territorio, que recorren durante quince días comunicando por radio cualquier novedad.

Las cuatro celdas del calabozo del parque están al completo. Ocho furtivos cogidos in fraganti por los guardas, casi todos con piezas pequeñas (antílopes o jabalíes). Pueden trabajar o permanecer en la celda, y la mayoría opta por trabajar al aire libre desbrozando caminos o cavando zanjas en la estación. El de la cárcel es un tema que contraría a Arranz. El problema principal de estos países es que a veces piensan que la cooperación internacional se tiene que encargar de todo. Pretenden que te conviertas en Estado, que hagas de policía, de médico, de maestro, de obras públicas Yo no quiero ocuparme de la cárcel de furtivos, una herencia de tiempos pasados. De la seguridad tiene que ocuparse el Gobierno congoleño. El otro día cogieron a un paramilitar que había matado un elefante para quitarle los colmillos. Lo trajeron aquí, y por la noche se presentaron sus colegas armados hasta los dientes a sacarle del calabozo Los guardas están aquí para vigilar la naturaleza, pero no para jugarse la vida tontamente.

De momento, y en apariencia, la vida en el parque transcurre apacible. Los hombres corretean a diario con las flamantes motocicletas chinas que se han hecho con el mercado congoleño, y las mujeres muelen arroz en el tradicional mortero, a la puerta de las cabañas. Son abiertas, parlanchinas y parecen llenas de fuerza. Sorprende que sólo hayan transcurrido unos pocos años desde las violaciones atroces de mujeres por todo el país un objetivo de guerra que dejaron en toda la RDC una terrible secuela de serpientes (miles de niños que todos repudian). Las mujeres de Garamba no parecen cohibidas, ni ante los extraños ni ante sus hombres, a quienes abroncan con desparpajo. Son la base de la familia y parece que empiezan a serlo, tímidamente, de otro tipo de sociedad.

Entre los 187 guardas del parque hay tres mujeres. La más veterana y pionera, Aimé Nagili, tiene 26 años y, tras cinco de guarda, es responsable de la armería. Casada y con un hijo, estudió primaria y decidió vestir el uniforme para intentar cambiar la mentalidad de mi país. Siempre eran los hombres los que hacían este trabajo y quise tener la valentía de dar ejemplo a otras mujeres. Asegura que no ha tenido problemas con su familia o entorno. Al contrario, están contentos. Nuestro salario es igual que el de los hombres y nos consideran como a ellos. No me importaría quedarme así 30 años. No le preocupa tener que utilizar las armas si es necesario. Estuve tres años de centinela de patrulla, pero cuando hubo problemas con los rebeldes decidieron que me quedara a cargo de la armería.

No sólo Aimé pisa fuerte. Sus colegas Cecile Anani, de 22 años, y Marie Giligu, de 20 casada y con dos hijos también están dispuestas a conquistar un terreno hasta ahora vedado. Si hay furtivos, no dudaré en utilizar las armas, me gusta el parque y quiero defenderlo, asegura Anani. Y Giligu apunta: Sabemos que es un buen trabajo. Todos creemos en la importancia para la región de un buen parque con muchos animales. Sorprende que actitudes como éstas no provoquen el rechazo que cabría esperar. Ahora las mujeres son más fuertes y dinámicas que los hombres, pueden hacer patrulla lo mismo que nosotros sin perturbar al grupo ni ser un problema para la familia, dice Bradi Francas, de 66 años, jubilado el año pasado tras 35 años de guarda en el parque. Sentado delante de su cabaña, Francas sonríe con picardía: Si en Europa hay mujeres militares, ¿por qué no en el Congo?.

Pero los cambios son más lentos de lo que parece. En la escuela de Nagero, el principal poblado del parque, donde viven unos 1.500 habitantes, niños y niñas, vestidos con uniforme azul y blanco, se apretujan en las cabañas de adobe y paja en unos bancos inverosímiles que ellos mismos han tallado. Moko, baramoko, epesi moko, repiten en letanía los párvulos recitando la tabla de multiplicar del uno. La primaria es obligatoria, pero los maestros reconocen que todavía hay muchas niñas a las que sus padres no dejan asistir a la escuela porque tienen que trabajar en casa.

Jean Marie Mafuko se educó en una escuela como ésta. Tiene 30 años y está soltero y orgulloso de ser el médico de un parque africano. Es la primera vez en el Congo. Mafuko, tres años en Garamba, se declara un niño de parque. Nació en el de Virunga, donde su padre era conservador, y luego se trasladó a éste. Conozco bien el medio y me gusta. Es difícil vivir aquí sin buenas escuelas, comercios o teléfono, pero es importante tener una estructura capaz de hacer una medicina básica, porque estamos en una provincia subdesarrollada. No hay cerca hospitales y las carreteras son malas.

Su consultorio, en el que le ayudan tres enfermeras, tiene un pequeño laboratorio donde puede hacer el test de la malaria, uno de los mayores problemas de salud de la zona, junto con las enfermedades respiratorias e intestinales. ¿Y el sida?, el sida, dice Mafuko sin dejar de sonreír, es un gran problema Hay mucha promiscuidad sexual y tenemos un nivel alto de sida en los poblados y en el parque. Hombres y mujeres son promiscuos, y nadie quiere usar preservativos aunque los regalamos. Se niegan a aceptar el problema. Mafuko insiste en la importancia de dotarse de buenas infraestructuras y pistas. Tener un buen centro de salud es necesario para los habitantes de la zona y para los turistas.

Pasan los días y ni rastro de los rinocerontes. Cuando apenas quedan 48 horas para que los expertos suspendan la búsqueda, por la temporada de lluvias, los nervios crecen a medida que disminuyen las expectativas de encontrarlos. El piloto Carré, entre pasada y pasada de avioneta, mantiene que no hay que perder los nervios. En la campaña de recuento de 2006 habíamos trabajado 15 días sin ver ni un rinoceronte, y el último día, en la última hora, cuando ya no esperábamos nada, salió uno. Mientras tanto, el centenar de hipopótamos afincados en La Maternitè retozan en el agua. De vez en cuando, los machos aburridos se pelean, chocan sus bocazas abiertas y empujan al contrincante en un gesto más teatral que amenazador. Parecen inofensivos, pero ¡cuidado! Hay que verlos al amanecer cuando vuelven al río después de pastar toda la noche. Su vista es deficiente, pero si adivinan que hay alguien cerca, sus corpachones emprenden una carrera hacia el río con una agilidad sorprendente. Entonces más vale no interponerse en su camino. Esas moles de patas cortas simplemente embisten y aplastan. En África, hipopótamos y búfalos son los mayores causantes de muertes.

Termina abril en Garamba y, a diferencia del cuento de Augusto Monterroso, al despertar del sueño, el rinoceronte no estaba allí. Pero Arranz no quiere darse por vencido. Tenemos un margen hasta diciembre. Cuando pasen las lluvias seguiremos rastreando por tierra y aire, con la avioneta y el ultraligero, y si para entonces no aparece algún rinoceronte, los daremos por extinguidos. No podemos pasarnos la vida persiguiendo algo que quizá ya no existe.

¿Se ha extinguido el rinoceronte blanco norteafricano? Hasta diciembre queda alguna esperanza.

Tras el último rinoceronte blanco



Sus cuernos son míticos. Fueron miles. Hoy sólo quedan cinco ejemplares de rinoceronte blanco norteafricano en libertad. Todos en el parque nacional de Garamba, patrimonio de la humanidad, que dirige el español Luis Arranz. Si no aparecen pronto, se les declarará extinguidos. El País Semanal participó en su búsqueda.



Todos los días, nada más caer la noche, un elefante se desliza silencioso hasta el centro de la plaza arbolada de la estación de Nagero, en el parque nacional de Garamba, rodeada de decadentes y herrumbrosos edificios coloniales, y durante una media hora engulle goloso los mangos caídos al suelo. Tras el banquete desaparece tan sigiloso y tranquilo como había llegado, ajeno a cualquier tipo de miradas o proximidades. Se vuelve a la sabana. La enorme silueta del elefante, atisbada en la penumbra entre los árboles, es para el visitante una especie de ensueño cinematográfico. Como los hipopótamos que poco después resoplan cerca de las tiendas de campaña y el rugir de los leones que retumba hasta el alba.

Los elefantes siempre han sido protagonistas en el parque nacional de Garamba, un parque legendario situado en el noreste de la República Democrática del Congo, creado en 1938 en pleno colonialismo belga, y declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1980 (desde 1996 en la lista de patrimonio en peligro). Los elefantes y rinocerontes blancos fueron durante años sus grandes estrellas. Sólo que los elefantes que dieron fama al parque, uno de los pioneros de África, no eran salvajes como el que ahora reclama su ración diaria de mangos, sino amaestrados. El siniestro y avaricioso rey Leopoldo de Bélgica, propietario personal del Congo durante dos décadas y autor del primer gran genocidio de la historia contemporánea (llevó a la muerte a cinco millones de congoleños), hizo traer los primeros elefantes desde India en una increíble odisea que todavía espera su película.
En los buenos tiempos del parque, a mediados del pasado siglo, los turistas lo recorrían a lomos de elefante esperando atisbar el famoso y esquivo rinoceronte blanco norteafricano. Hoy, de los 150 elefantes domesticados que llegó a tener, sólo sobrevive Kiko, una hembra que ronda los 60 años y vegeta solitaria junto a sus cuidadores. Y los rinocerontes blancos están al borde de la extinción. Tanto, que en el mundo sólo quedan cinco ejemplares en libertad, los cinco en Garamba. Teóricamente. El último fue visto en noviembre de 2007. Pero el parque es grande, 12.427 kilómetros cuadrados con las tres reservas de caza o preparque más o menos el tamaño de Asturias, y no resulta fácil atisbar en plena sabana a los dueños de los codiciados cuernos, pese a su nada despreciable tamaño.
Pero las campanillas de alerta han sonado en todo el mundo con un objetivo urgente y prioritario: salvar al rinoceronte blanco norteafricano (Ceratotherium simum cottoni). Por eso, en la segunda quincena de abril pasado, dos de los mejores expertos africanos en dicha subespecie, el veterinario Pete Morkel y el rastreador Jackson Kamwi, de Zimbabue, barrían a diario el parque en batidas aéreas y terrestres intentando encontrar a alguno de los cinco supervivientes o, al menos, las huellas que denotaran su presencia. La intención era colocarles un radiotransmisor en el cuerno y así tenerlos localizados en sus movimientos. El parque vive un momento crucial para su existencia. La mayoría de las poblaciones animales, a excepción del rinoceronte blanco, del que no se puede asegurar su supervivencia, pueden salvarse todavía. Sólo depende del grado de protección que tengan a partir de ahora, asegura el biólogo Luis Arranz.
Luis Arranz, el español que desde enero pasado dirige el parque y se propone recuperarlo en todo su esplendor, lo que incluye numerosas especies algunas como la jirafa del Congo, también amenazada de extinción, hábitat y turismo, no se anda por las ramas. Es directo y pragmático. Si los rinocerontes aparecen, una solución sería cruzarlos con los que hay en dos zoológicos, en la República Checa y San Diego (EE UU), o con rinocerontes blancos surafricanos. Creo que es mejor tener un rinoceronte híbrido que nada. Si no aparecen, tenemos material genético suyo conservado en Suráfrica y quizá podrían clonarse como pretende la Universidad de Edimburgo. Como última solución no lo veo mal, aunque si me dan a elegir entre gastar un montón de dinero en protegerlos o clonarlos, yo opto por la protección. Me parece un poco triste que los niños acaben conociendo a los animales en los parques temáticos o cibernéticos.
La experiencia africana de este biólogo de 51 años, nacido en Canarias y recriado en Segovia (contratado por African Parks Foundation, la institución holandesa a quien el Instituto Congoleño para la Conservación de la Naturaleza encomendó en 2005 la gestión del parque), está ligada a sus últimos 28 años de vida. Pese a que en ellos también flirteó con la conservación en Latinoamérica, acabó volviendo a África, una pasión que se inició con un viaje por el Sáhara al acabar la carrera. No hay nada comparable a ver 800 elefantes juntos. Trece años en Guinea Ecuatorial con ECOFAC (UE), donde creó y fue conservador del parque nacional de Monte Alén, y siete años en la dirección del parque nacional de Zakouma, en el sur de Chad, le avalan. Estos últimos años fueron duros en la lucha contra la sequía y los furtivos con un resultado evidente: situar Zakouma en las rutas turísticas. Y ahora asume un reto, resucitar Garamba, abandonado a su suerte durante los últimos cuarenta años por culpa de las sucesivas guerras civiles congoleñas y las diferentes guerrillas. La última de ellas, la ugandesa Lord Resistence Army (LRA), aún permanece enquistada en el norte del parque, en la parte fronteriza con Sudán, y lo mismo lanza granadas contra los camiones llenos de guardas que tirotea a la avioneta cuando se pone a tiro.
Lo primero es salvar el parque y darlo a conocer, que la gente vuelva a oír hablar de Garamba, repite Arranz, decidido a cumplirlo. Por el momento vive en una tienda de campaña entre árboles frondosos al lado del río. Un lugar por donde los monos pululan de día, y los hipopótamos, de noche. Me parece algo normal, a todo te acostumbras Claro que con los hipopótamos hay que tener cuidado, porque cuando salen a pastar por la noche son peligrosos, cargan cuando menos te lo esperas. Poca cosa, si recordamos que a la piscina de su casa de Zakouma se acercaban por la noche a beber, en época de sequía, leopardos, leones y elefantes.
El ultraligero que pilota Arranz, y con el que a diario vigila el parque al amanecer, el mejor momento del día, está fuera de servicio por culpa de una tormenta, pero sobrevolar Garamba sigue siendo posible en la avioneta Cessna que pilota el francés Stéphane Carré. Mañana y tarde, Carré, junto con el veterinario Morkel, escruta desde las alturas distintas zonas del parque en un intento de divisar los ansiados rinocerontes blancos, que, en contra de lo que puede pensarse, son de color gris claro (la confusión viene de una mala traducción de la palabra holandesa wijde, ancho, que describía su labio recto y ancho, por la inglesa white). Carré, de 44 años, antes instructor de ultraligeros en Chartres, y un apasionado del vuelo la capacidad de volar en un espacio de libertad tan grande como éste es imposible en Europa, es una de las personas que mejor conocen Garamba. La agudeza de su vista para distinguir animales desde el aire sólo puede competir con la del veterano Morkel, que, pegado a la ventanilla del copiloto, parece tener ojos hasta en el cogote.
A las siete de la mañana, las aguas del río Dungu serpentean en una espiral de chocolate claro. En sus orillas, la masa verde oscura de los árboles ofrece el panorama más boscoso de la sabana herbácea. El día está claro, y el clima, tropical, permite a estas horas tempranas un respiro. La temperatura no supera los 24 grados, y la luz, suave, nos permite contemplar desde la avioneta, con toda nitidez, los primeros elefantes cerca del río. Hay dos grupos, el mayor sobrepasa con creces el centenar de individuos. El otro, más pequeño y estirado, una veintena de hembras y sus crías, se desplaza parsimonioso en fila india como si desfilara ante John Wayne, al compás de la música de Mancini, en la mítica Hatari. Hasta 1960, el parque albergaba una población de 70.000 elefantes y 1.000 rinocerontes. Hoy, después de años de un furtivismo codicioso de colmillos y cuernos, y de la gran matanza de 2004, que esquilmó el censo de elefantes y rinocerontes, quedan 3.900 elefantes.
No es fácil ya en África contemplar centenares de elefantes juntos deambulando en estado salvaje. En Garamba es posible. Su situación de frontera entre el bosque y la sabana hace que vivan en el parque animales de ambos territorios, selva y sabana, y también híbridos (los primeros tienen los colmillos más largos; los segundos son más grandes y con colmillos más gruesos). Nadie habla en los vuelos de reconocimiento. Morkel no despega la nariz de la ventanilla. De repente hace una seña al piloto, y la avioneta gira rápida y vuelve a dar varias pasadas sobre un claro. Parece que ha visto algo. ¿Rinocerontes? Falsa alarma. No creo que encontremos ejemplares, si acaso uno o dos, dice Morkel, que ha dejado en tierra el sombrero de alas anchas que proporciona a su físico, enjuto y correoso, un aspecto a lo Clint Eastwood. Aunque encontremos los cinco, serían insuficientes para recuperar la especie. Creo que el rinoceronte blanco del norte de África está muerto.
Morkel cree que se ha esperado demasiado. Se debió actuar hace cinco años, cuando todavía quedaban 35 rinocerontes y era posible hacer algo. Como Arranz, es partidario, si se encuentran, de cruzarlos con los surafricanos. Aunque hay que ser realistas, por lo menos habría que cruzar 10 para tener éxito. El experto recuerda que la primera vez que estuvo en Garamba, en 1992, cogieron 16 rinocerontes y les pusieron un transmisor. Aunque entonces no tuvo éxito, creo que es una buena idea. Tiene claro que la gran amenaza, que ha llevado a la extinción de la especie, radica en el uso de su cuerno por la medicina tradicional china, y no en sus supuestas, y publicitadas, propiedades afrodisiacas. Desde hace 50 años han perdido mucho hábitat en toda África. Primero fueron las guerras; luego, los safaris, los puños de las dagas de los millonarios yemeníes, y ahora, los fármacos chinos En estos momentos hay en China mucho dinero, y muchos chinos en África que son un peligro para los elefantes y rinocerontes.
La avioneta barre con sus pasadas una zona del parque en la que corretean algunas jirafas congoleñas, preciosas y raras, de las que apenas quedan un centenar por culpa de sus preciadas colas. Los furtivos las cazan porque sus pelos se usan, en algunas etnias africanas, como amuletos de fertilidad. Un regalo cotizado. Con los pelos de la cola también se hacen pulseras étnicas que se venden en todo el mundo. Ahora mismo, si no disminuye su número, vamos bien; el paso siguiente es tenerlas muy controladas. Lo bueno es que el hábitat del parque no está desapareciendo porque está protegido. Si logramos erradicar a los furtivos, la jirafa se recuperará, lo importante es que se sepa su situación, repite Arranz como un mantra.
El vado del río Dungu ha crecido con las primeras lluvias hasta el punto de hacerse intransitable. El agua llega casi a las ventanillas del todoterreno, y los cercanos hipopótamos, que resoplan felices sumergidos hasta las orejas, no facilitan el paso. Hay que esperar que descienda su nivel para poder avanzar hasta los dominios de la pareja de leones que tiene su territorio a unos 20 kilómetros de la estación. Desde la pista puede vérselos poco después de amanecer, tumbados y medio ocultos entre las hierbas. La leona ni se inmuta cuando oye el motor del coche. El león se incorpora poco a poco, perezoso y confiado, y planta su poderosa figura frente a los intrusos sin especial preocupación. Simplemente observa. Son sus dominios y se entiende bien por qué se ha ganado el apodo de rey de la selvaaunque en realidad es el rey de la sabana. Su potencia y majestuosidad es total. Cuando su curiosidad desaparece, nos da la espalda y se aleja despacio y solitario.
La única pista practicable del parque está bastante intransitable por la lluvia cuando vamos al encuentro de Jackson Kamwi, el rastreador de huellas que busca por tierra a los rinocerontes. Si existen, daré con ellos, repite. Kamwi tiene 47 años y pocos fallos a sus espaldas. Desde muy joven se convirtió, en su aldea de Zimbabue, en uno de los mejores rastreadores de rinocerontes de África. Me gustan más los rinocerontes negros, son muy combativos. Una de sus piernas conserva una cicatriz como muestra de lo peleones que pueden llegar a ser sus preferidos. Intenté subirme a un árbol, pero me embistió con el cuerno.
A las 6.45, después de desayunar arroz con frijoles, la patrulla de seis guardas, armados con fusiles Kaláshnikov y al mando de Atolobako Gasto, se pone en marcha. A la cabeza va Kamwi con una vara en la mano. Se encuentran a unos 70 kilómetros de la estación principal del parque y han pasado la noche en unas viejas cabañas. Las hierbas de la sabana llegan casi a la cintura y están todavía mojadas por el rocío de la noche. Al cabo de un rato, los pantalones acaban empapados. Kamwi camina en línea recta, de claro en claro, siguiendo las pequeñas sendas que van marcando los animales. Detrás, la patrulla. La búsqueda se hace en silencio. El rinoceronte tiene mala vista, pero un magnífico oído y mejor olfato. De tarde en tarde, el zimbabuense señala: Esto es de una hiena, esto es de un elefante. Ni rastro del rinoceronte. Camina mirando hacia tierra y de vez en cuando levanta la cabeza y se fija en los bordes del sendero buscando una señal que no aparece. Los guardas llevan radio, GPS, y no se separan del arma. Son gente curtida acostumbrada al calor y las duras marchas, pero en la sabana, además de animales salvajes, hay furtivos armados.
Se impone un descanso a la sombra de un imponente árbol salchichón (grandes frutos con forma de salchichón cuelgan de sus ramas), especie abundante en el parque, junto con las acacias y los ciruelos negros. Hay que tener instinto de rastreador. A veces, cuando sigues una huella y el animal está cerca, lo sientes, dice Kamwi, que conoce bien los hábitos de estos enormes herbívoros que pueden llegar a medir cuatro metros de longitud y pesar más de 3.000 kilos. En general caminan en línea recta, pero llega un momento en que empiezan a hacer eses y a moverse sin sentido porque buscan comida. Entonces es cuando hay que tener más cuidado, pueden estar muy cerca de ti. En un momento dado, Kamwi se sube a un árbol y, como un guepardo al acecho, otea la vista casi panorámica. Nada se mueve. A las diez de la mañana, el calor arrecia y se inicia el regreso. Otro día más sin rastro del rinoceronte. Nos hace falta una huella, una evidencia, se lamenta el rastreador.
Arranz, pese a que el tiempo corre en contra, no baja la guardia. Con o sin rinocerontes, éste es un parque magnífico, un espacio salvaje de una belleza increíble difícil de encontrar ya en África, y con una fauna y flora variadísimas. Tiene agua todo el año, lo cruzan dos ríos, el Garamba y el Dungu, afluentes y zonas pantanosas. Cierto, porque además de los famosos rinocerontes, elefantes, hipopótamos y leones, Garamba alberga leopardos, búfalos, hienas, chacales, servales, diferentes tipos de antílopes, facoceros y mangostas de cola blanca, entre otros. Y para que no falte de nada, seis especies de primates, entre ellos, babuinos. Y una población de chimpancés bastante desconocida y a la que debería de prestarse más protección, dice Arranz. Por no hablar de las 340 especies de aves que pueden atraer a tantos visitantes como los grandes mamíferos. Desde águilas marciales y volatineras hasta el ibis sagrado, pasando por los coloristas abejarucos escarlata o de garganta roja, y el enorme gran cálao.
Pete Morkel, que conoce la práctica totalidad de los parques africanos, asegura que Garamba es un espacio maravilloso. Algunos parques africanos apenas tienen animales, pero eso no impide que la gente quiera visitarlos porque son enormes áreas de naturaleza intocadas. Garamba, además de los rinocerontes blancos, hipopótamos, elefantes y leones, tiene muchas especies a conservar y es bueno que haya fondos para hacerlo, incluso si se pierden los rinos, porque su naturaleza es de una gran belleza.
El parque se mantiene ahora con aportaciones de la Unión Europea, su principal colaborador (tres millones de euros para tres años y la promesa de otros cinco millones), y una cantidad más modesta (250.000 euros) de la Unesco. Pero tanto la Agencia Española de Cooperación Internacional como el Ministerio de Medio Ambiente español se han comprometido a ayudar a la conservación del parque y a mejorar las condiciones de vida de la población de su entorno. Otras instituciones, como Parques Nacionales y FIDA, también lo tienen en mente, dice Arranz. La cooperación, insiste, hay que planteársela a largo plazo, porque África no va a cambiar en bastantes años. Opinión que refuerza, sin disimulo, el representante del Gobierno congoleño en el parque, Paulin Tshikaya. En el Congo, todos los parques funcionan con ayuda internacional, no hay fondos del Estado. Lo más importante, ahora que tenemos medios y colaboración exterior, es que el Gobierno apoye seriamente la seguridad de las fronteras, y creo que con un poco de presión europea se conseguirá.
Arranz, tenaz, y confiando en que la situación política de la zona continúe tranquila, ha comenzado a construir 10 bungalós, a los que seguirá un restaurante, con vistas a que el próximo año puedan acoger turistas. Entre sus proyectos no descarta la posibilidad de volver a tener elefantes domesticados para uso de los visitantes. Es mucho más natural y ecológico pasear en elefantes que en todoterreno, puedes atravesar los ríos y los hipopótamos no se molestan. Ya se hace en otros parques africanos y nadie se rasga las vestiduras. De momento, el parque tiene un problema general de infraestructuras. Hay pocas pistas y resulta complicado desplazarse por su territorio. El tener una buena red de pistas resulta fundamental para la seguridad, el turismo y los estudios que queremos hacer, dice el director.
¿Cómo viven los congoleños que trabajan y habitan en el parque, unas 130 familias, su resurgir tras años del todo vale? ¿Cuál es su reacción ante una política de mano dura contra el furtivismo, que todos han practicado, que incluye cárcel? De vez en cuando, todavía hay furtivos que matan algún antílope o búfalo, pero en general el furtivismo ha descendido bastante. El verdadero problema es la guerrilla, la LRA ugandesa, que cuando se topa con los guardas tira a matar, insiste Arranz, quien en Zakouma (Chad) tuvo que asistir a la muerte de varios guardas por disparos de furtivos. Ha sido lo más duro, lo peor de mi trabajo en África.
Quizá por eso, Arranz no puede entender que la UE se niegue a financiar armas para los guardas. Es absurdo, dan fondos para todo menos para que los vigilantes defiendan su vida, no tiene sentido. Pero acabamos de sumar 50 guardas a los 137 que teníamos. Los guardas vigilantes van armados y patrullan el parque en grupos de 10 o 12. Un camión les deja en un punto del territorio, que recorren durante quince días comunicando por radio cualquier novedad.
Las cuatro celdas del calabozo del parque están al completo. Ocho furtivos cogidos in fraganti por los guardas, casi todos con piezas pequeñas (antílopes o jabalíes). Pueden trabajar o permanecer en la celda, y la mayoría opta por trabajar al aire libre desbrozando caminos o cavando zanjas en la estación. El de la cárcel es un tema que contraría a Arranz. El problema principal de estos países es que a veces piensan que la cooperación internacional se tiene que encargar de todo. Pretenden que te conviertas en Estado, que hagas de policía, de médico, de maestro, de obras públicas Yo no quiero ocuparme de la cárcel de furtivos, una herencia de tiempos pasados. De la seguridad tiene que ocuparse el Gobierno congoleño. El otro día cogieron a un paramilitar que había matado un elefante para quitarle los colmillos. Lo trajeron aquí, y por la noche se presentaron sus colegas armados hasta los dientes a sacarle del calabozo Los guardas están aquí para vigilar la naturaleza, pero no para jugarse la vida tontamente.
De momento, y en apariencia, la vida en el parque transcurre apacible. Los hombres corretean a diario con las flamantes motocicletas chinas que se han hecho con el mercado congoleño, y las mujeres muelen arroz en el tradicional mortero, a la puerta de las cabañas. Son abiertas, parlanchinas y parecen llenas de fuerza. Sorprende que sólo hayan transcurrido unos pocos años desde las violaciones atroces de mujeres por todo el país un objetivo de guerra que dejaron en toda la RDC una terrible secuela de serpientes (miles de niños que todos repudian). Las mujeres de Garamba no parecen cohibidas, ni ante los extraños ni ante sus hombres, a quienes abroncan con desparpajo. Son la base de la familia y parece que empiezan a serlo, tímidamente, de otro tipo de sociedad.
Entre los 187 guardas del parque hay tres mujeres. La más veterana y pionera, Aimé Nagili, tiene 26 años y, tras cinco de guarda, es responsable de la armería. Casada y con un hijo, estudió primaria y decidió vestir el uniforme para intentar cambiar la mentalidad de mi país. Siempre eran los hombres los que hacían este trabajo y quise tener la valentía de dar ejemplo a otras mujeres. Asegura que no ha tenido problemas con su familia o entorno. Al contrario, están contentos. Nuestro salario es igual que el de los hombres y nos consideran como a ellos. No me importaría quedarme así 30 años. No le preocupa tener que utilizar las armas si es necesario. Estuve tres años de centinela de patrulla, pero cuando hubo problemas con los rebeldes decidieron que me quedara a cargo de la armería.
No sólo Aimé pisa fuerte. Sus colegas Cecile Anani, de 22 años, y Marie Giligu, de 20 casada y con dos hijos también están dispuestas a conquistar un terreno hasta ahora vedado. Si hay furtivos, no dudaré en utilizar las armas, me gusta el parque y quiero defenderlo, asegura Anani. Y Giligu apunta: Sabemos que es un buen trabajo. Todos creemos en la importancia para la región de un buen parque con muchos animales. Sorprende que actitudes como éstas no provoquen el rechazo que cabría esperar. Ahora las mujeres son más fuertes y dinámicas que los hombres, pueden hacer patrulla lo mismo que nosotros sin perturbar al grupo ni ser un problema para la familia, dice Bradi Francas, de 66 años, jubilado el año pasado tras 35 años de guarda en el parque. Sentado delante de su cabaña, Francas sonríe con picardía: Si en Europa hay mujeres militares, ¿por qué no en el Congo?.
Pero los cambios son más lentos de lo que parece. En la escuela de Nagero, el principal poblado del parque, donde viven unos 1.500 habitantes, niños y niñas, vestidos con uniforme azul y blanco, se apretujan en las cabañas de adobe y paja en unos bancos inverosímiles que ellos mismos han tallado. Moko, baramoko, epesi moko, repiten en letanía los párvulos recitando la tabla de multiplicar del uno. La primaria es obligatoria, pero los maestros reconocen que todavía hay muchas niñas a las que sus padres no dejan asistir a la escuela porque tienen que trabajar en casa.
Jean Marie Mafuko se educó en una escuela como ésta. Tiene 30 años y está soltero y orgulloso de ser el médico de un parque africano. Es la primera vez en el Congo. Mafuko, tres años en Garamba, se declara un niño de parque. Nació en el de Virunga, donde su padre era conservador, y luego se trasladó a éste. Conozco bien el medio y me gusta. Es difícil vivir aquí sin buenas escuelas, comercios o teléfono, pero es importante tener una estructura capaz de hacer una medicina básica, porque estamos en una provincia subdesarrollada. No hay cerca hospitales y las carreteras son malas.
Su consultorio, en el que le ayudan tres enfermeras, tiene un pequeño laboratorio donde puede hacer el test de la malaria, uno de los mayores problemas de salud de la zona, junto con las enfermedades respiratorias e intestinales. ¿Y el sida?, el sida, dice Mafuko sin dejar de sonreír, es un gran problema Hay mucha promiscuidad sexual y tenemos un nivel alto de sida en los poblados y en el parque. Hombres y mujeres son promiscuos, y nadie quiere usar preservativos aunque los regalamos. Se niegan a aceptar el problema. Mafuko insiste en la importancia de dotarse de buenas infraestructuras y pistas. Tener un buen centro de salud es necesario para los habitantes de la zona y para los turistas.
Pasan los días y ni rastro de los rinocerontes. Cuando apenas quedan 48 horas para que los expertos suspendan la búsqueda, por la temporada de lluvias, los nervios crecen a medida que disminuyen las expectativas de encontrarlos. El piloto Carré, entre pasada y pasada de avioneta, mantiene que no hay que perder los nervios. En la campaña de recuento de 2006 habíamos trabajado 15 días sin ver ni un rinoceronte, y el último día, en la última hora, cuando ya no esperábamos nada, salió uno. Mientras tanto, el centenar de hipopótamos afincados en La Maternitè retozan en el agua. De vez en cuando, los machos aburridos se pelean, chocan sus bocazas abiertas y empujan al contrincante en un gesto más teatral que amenazador. Parecen inofensivos, pero ¡cuidado! Hay que verlos al amanecer cuando vuelven al río después de pastar toda la noche. Su vista es deficiente, pero si adivinan que hay alguien cerca, sus corpachones emprenden una carrera hacia el río con una agilidad sorprendente. Entonces más vale no interponerse en su camino. Esas moles de patas cortas simplemente embisten y aplastan. En África, hipopótamos y búfalos son los mayores causantes de muertes.
Termina abril en Garamba y, a diferencia del cuento de Augusto Monterroso, al despertar del sueño, el rinoceronte no estaba allí. Pero Arranz no quiere darse por vencido. Tenemos un margen hasta diciembre. Cuando pasen las lluvias seguiremos rastreando por tierra y aire, con la avioneta y el ultraligero, y si para entonces no aparece algún rinoceronte, los daremos por extinguidos. No podemos pasarnos la vida persiguiendo algo que quizá ya no existe.
¿Se ha extinguido el rinoceronte blanco norteafricano? Hasta diciembre queda alguna esperanza.


El resurgir del rinoceronte de Java
Jaque al rinoceronte africano por la caza furtiva
Patrullas especiales para proteger a los rinocerontes en Sudáfrica
Logran grabar a dos de los menos de cien ejemplares de rinoceronte de Java en el mundo
El rinoceronte blanco a punto de extinguirse en la República Democrática del Congo
RTVE.es 25.10.2011

El rinoceronte de Java es una de las especies más amenazadas del planeta. Apenas sobreviven unas decenas de ejemplares en todo el mundo. Hoy, hay menos. El último que vivía en Vietnam ha muerto a manos de los cazadores furtivos que le arrancaron el cuerno para venderlo en el mercado ilegal, según informa WWF.

El cuerno de rinoceronte es uno de los productos estrella de la medicina tradicional china, una creencia que está detrás de la matanza de cientos de ejemplares en los últimos años.

El anuncio se ha realizado tras el análisis de las muestras genéticas recogidas en el Parque Nacional de Cat Tien (Vietnam). Estos confirman que el rinoceronte de Java que se encontró muerto allí en 2010 era, efectivamente, el último de su especie en el país asiático.

El descubrimiento ha sido publicado por la organización ecologísta en el informe  'La extinción del rinoceronte de Java (Rhinoceros sondaicus annamiticus) en Vietnam' (pdf. en inglés) y según WWF marca "el penúltimo capítulo de una especie".

Este rinoceronte se pensaba extinto hasta que en 1988 se descubría una pequeña población en las remotas selvas de Cat Tien. Desde entonces, los enormes esfuerzos de conservación llevados a cabo para conseguir salvar a la especie se vieron obstaculizados por una protección ineficiente en el área que llevó a la caza indiscriminada y finalmente, a su completa desaparición, según denuncia la organización.

    Solo quedan 50 ejemplares de este animal en todo el mundo


Actualmente solo queda una población de estos rinocerontes. Solo vive en el Parque Nacional de Ujung Kulon (Indonesia) y aproximadamente cuenta con 50 indivíduos.

La subespecie de Bengala, Assam y Myanmar (R. sondicus inermis) se encontraba ya extinta. Y la tercera subespecie que originalmente habitaba en Laos, Camboya, Tailandia y Vietnam (R. sondaicus annamiticus), se ha extinguido con la desaparición de este último ejemplar vietnamita.

600 euros para Ana

Quiero mandarle 600 euros a Ana Botín


Luis Fernando Medina Sierra
Doctor en Economía por la Universidad de Stanford e Investigador del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III

Soy socialista. De los de viejo cuño, es decir, de los que quieren "construir el socialismo". Hace años estoy pensando en cómo destruir el capitalismo. No domesticarlo, no reducir las desigualdades con un poquito de gasto público, no subirle los impuestos a los ricos ni nada de esas cosas. Destruirlo. Y ahora tengo un plan para lograrlo. ¿El primer paso? Mandarle 600 euros a Ana Botín. Suena raro pero déjenme explicarles.

En estos días se ha puesto en el centro del debate dentro de la izquierda el tema de la renta básica universal. El tema surgió de la entraña de Podemos, generó alarma en el resto de la sociedad y recientemente dicha formación ha empezado a retroceder insinuando que, en lugar de la renta básica, va a proponer una renta de inserción para personas pobres.

La renta de inserción suena progre. Suena a querer ayudar a los excluidos del sistema. En cambio la renta básica universal suena a, ¡horror de horrores!, populismo, a regalarle dinero a todo el mundo. Y como ahora nadie es populista (yo tampoco, por cierto), resulta que todos ponen el grito en el cielo. La derecha no quiere regalarle dinero a los pobres, la izquierda no quiere regalarle dinero a los ricos. Entiendo la posición de la derecha. Mientras más dinero se le regale a los pobres, menos dinero se le puede regalar a los ricos en rescates bancarios, protección de paraísos fiscales y cosas de esas. Pero en cambio no entiendo la posición de la izquierda. Insisto, si de verdad queremos destruir el capitalismo, el primer paso es mandarle 600 euros a Ana Botín a través de un programa de renta básica universal. Universal. Para todo el mundo.
La derecha no quiere regalarle dinero a los pobres, la izquierda no quiere regalarle dinero a los ricos
¿Qué hay en un nombre? La palabra "renta" es técnicamente correcta en este caso. Pero parece que a algunos les evoca al rentista perezoso. De pronto deberíamos usar otro nombre como el que algunos proponen: dividendo ciudadano. Es decir, si los socialistas logramos adueñarnos de toda la riqueza de la sociedad, logramos declarar que todos los medios de producción, desde el primer banco hasta la última cafetería, son propiedad colectiva, el siguiente paso sería declarar que todos los ciudadanos tenemos derecho a cobrar dividendos sobre toda esa riqueza como lo hacen hoy en día los grandes accionistas. A un accionista de una empresa nadie le pregunta si está trabajando o no, si está buscando empleo o no, antes de pagarle sus dividendos. Se le pagan y ya.

Pero, me dirán, ¿no sería mejor concentrar los recursos escasos en atender a los más pobres y excluidos mediante una renta de inserción? Hay tres razones en contra.

La primera es que con un sistema de renta básica universal Ana Botín y muchísimos más terminaríamos pagando en impuestos más que lo que recibimos con el famoso cheque. Tan es así que en muchos casos el resultado final simplemente sería un cruce de cuentas entre la renta básica y el IRPF para ahorrar gastos de gestión. Personas que estén devengando salarios altos no tendrían por qué enterarse de tales cheques. En últimas, no es que se le esté regalando dinero a los ricos. La renta básica es redistributiva.
Para que la renta básica sea sostenible es importante que no se vea sólo como un programa de asistencia para pobres, sino como un derecho de todos los ciudadanos
La segunda razón por la cual es preferible una renta básica universal a una renta de inserción es que, como dice el viejo aforismo de la política pública, los programas para pobres terminan siendo programas pobres. Aunque la renta básica es redistributiva, también tiene beneficios para las clases medias. Con un sistema de renta básica universal cualquier persona puede retirarse del mercado cuando lo desee y eso es algo que le sirve a todos, no solo a los pobres. Muchas personas, incluso en las clases medias, quisieran poder estudiar un nuevo oficio, trabajar en el sector sin ánimo de lucro, dedicarle más tiempo a un hijo en problemas o simplemente tomarse un descanso para recargar baterías pero, ante el colapso de la negociación laboral colectiva, estos privilegios están solo al alcance de unos pocos. Para que la renta básica sea sostenible a largo plazo es importante que no se vea únicamente como un programa de asistencia para pobres, sino como un derecho que todos los ciudadanos tienen, un derecho que cualquiera, por más laboralmente seguro que se sienta, puede llegar a necesitar.

En algunos sectores de izquierda la renta básica es vista con recelo porque no tiene la pátina obrerista de las luchas de generaciones pasadas. Parece demasiado liberal, de clase media. Pues sí. Es así. Por eso es una buena oportunidad para el socialismo. Por razones que tomaría mucho espacio discutir, los ejes en torno a los que se articulaba la clase obrera a mediados del siglo pasado se rompieron. Pero hasta ahora nadie me ha mostrado una hoja de ruta creíble para reconstruirlos. En el socialismo de hoy abunda la nostalgia, la reivindicación del pasado y cosas de esas que están muy bien (yo también de vez en cuando tarareo La Internacional), pero se necesita un plan para el futuro. El socialismo de verdad, el socialismo que nos ilusionó era eminentemente futurista, miraba hacia adelante. Y resulta que hoy en día, para avanzar hacia un nuevo tipo de sociedad es necesario contar con clases medias cuya experiencia social y cultural no tiene nada que ver con la del proletariado de hace 80 o incluso 40 años.
La tercera razón tiene que ver, paradójicamente, con la hostilidad misma que genera la propuesta. A muchos ciudadanos respetables la idea de la renta básica les ofende su sentido del honor. Ellos nunca aceptarían algo así. Ellos sí son trabajadores serios. Ellos sí son verdaderos pilares de la sociedad. Es gracias a gente como ellos que el mundo se sostiene. Es gracias a gente como ellos que unos cuantos vagos extremistas se pueden dar el lujo de proponer cosas como la renta básica. En los tiempos que corren esa hostilidad puede llegar a ser una energía política saludable. El capitalismo de nuestro tiempo, con su mezcla de globalización, financialización y privatización, vive de invitar a los ciudadanos a abandonar toda identidad colectiva, a retirarse de la esfera pública. Pero esta hostilidad es el comienzo de una identidad colectiva, es una incursión, tímida pero incursión al fin y al cabo, en la esfera pública. Es el momento en que las clases medias se ven a sí mismas no ya como simples piezas de un orden económico impersonal sino como soportes del mismo. Aunque al comienzo esto puede dar lugar a expresiones políticas reaccionarias, las cosas pueden cambiar en tiempos de crisis. De pronto mientras más claro tengan las clases medias que, en efecto, son ellas los pilares del actual sistema, son ellas las que hacen posible que el mundo sea el que es, más airada será su reacción cuando vean quiénes son los verdaderos beneficiarios de lo que ellas están sosteniendo.



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