"Ese país ya no existe, pero Cuba todavía está aquí. ¿Cuba vive o sobrevive? ¿Qué sobrevivirá de ella?, me pregunto mientras camino por sus calles, algunas recuperadas, otras en ruinas..."
por : Cristián Warnken
Ropa colgada en techos que son terrazas, tanques de agua (tal vez muchos
sin la cantidad suficiente para la ducha de día por medio), antenas
para señales escasas o improbables. Y un "zun-zun" -pequeño colibrí del
Caribe- que revolotea en busca de polen: sus movimientos frenéticos y
eficaces sobre la flor, ¿significan que él también ha tenido que
aprender en la escuela de la escasez de esta ciudad que el mar a veces
golpea y a veces acaricia? Al fondo, imponente pero anacrónica, la torre
de lo que fue la embajada soviética en La Habana. Ese país ya no
existe, pero Cuba todavía está aquí. ¿Cuba vive o sobrevive? ¿Qué
sobrevivirá de ella?, me pregunto mientras camino por sus calles,
algunas recuperadas, otras en ruinas.
Me alojo lejos de la zona turística, en casa de unos cubanos que nos acogen con solicitud y esmero. Comemos piña -cuando hay- y guayaba y "bomba" al desayuno y café espeso. Converso con mucha gente. El lenguaje es el gran tema en la isla. La mentira, la verdad, lo que se dice, lo que se calla, el dolor acumulado, la esperanza que espera. "Yo tengo dos patrias: Cuba y la noche", dijo una vez José Martí, cuya figura se multiplica en miles de estatuas en las calles y bustitos en los livings de las casas. Ese verso puede ser leído hoy con otro sentido: ¿hay una oscura noche de alma de Cuba, esa que el turista que solo viene a buscar habanos, ron y jineteras no ve y no verá nunca? ¿Cómo entrar al fondo de estas antiguas casonas que se vienen abajo (como en un hermoso poema de Dulce María Loynaz), pero que resisten milagrosamente en pie? ¿Cómo hacer que hablen, que cuenten toda su verdad, sin que se interponga la verba de los elocuentes guías turísticos? Decido hablar con los poetas de la isla. En la época de la dictadura en Chile, cuando teníamos dieciséis años, leíamos con devoción a Lezama Lima sin entenderlo, el poeta asmático que nunca se movió de su casa de la calle Trocadero. Los poetas dicen la verdad, porque sostienen una palabra que se resiste al poder. "¿Quién habla de triunfos? El resistir lo es todo", dijo una vez Rilke.
Me encuentro con la poeta Reina María Rodríguez en un cafecito a trasmano de las rutas turísticas. Su persona es coherente con su magnífica poesía que ya había leído y que ha logrado decir -con oficio y finura- lo indecible de estos años de escasez y sacrificio. No paramos de hablar. No de política, sino de poesía. ¿Y no es la poesía una forma superior de la política, si por política entendemos lo que fue en su origen, la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos? Los cubanos han sufrido mucho. Pero para que no se trajine, el dolor no se dice o no debe decirse de cualquier forma, eso lo saben los poetas. "Nada tiene que ver el dolor con el dolor.../ la desesperación con la desesperación,/ las palabras que usamos están viciadas/ no hay nombres en la zona muda", dijo el poeta chileno Enrique Lihn, que estuvo en Cuba en la década de 1960, cuando la épica no había degradado todavía en mera sobrevivencia. Se hablaba de Patria o Muerte, grandes palabras, no de conseguir la leche o el pan. "¿En qué momento dejé de vivir?/ Fue hace años ¡ya ni lo recuerdo!/ Entonces comencé a sobrevivir/ a comer lo imprescindible sin masticar/ a fugarme de cualquier riesgo/ a convertirme en una planta parásita/ junto al muro", dice Reina María Rodríguez, que decidió quedarse en La Habana, y que repara su azotea y desde ahí el lenguaje dañado por la grandilocuencia o la mentira.
Pasan las horas en un patiecito interior de este café escondido, no hay celulares en la mesa que interfieran el diálogo, la noche cae sedosa y húmeda. No paramos de hablar, de alma a alma. Lo único que sobra en La Habana es tiempo. Tendré que correr a buscar un hotel donde haya internet para enviar esta columna. "¿Cómo ves a Cuba?"-me pregunta un amigo desde Chile-. Lezama, el asmático universal, abre las persianas de su casa en Trocadero y responde desde la penumbra: "¡Ah, que tú te escapes en el momento en que habías alcanzado tu definición mejor!"
Me alojo lejos de la zona turística, en casa de unos cubanos que nos acogen con solicitud y esmero. Comemos piña -cuando hay- y guayaba y "bomba" al desayuno y café espeso. Converso con mucha gente. El lenguaje es el gran tema en la isla. La mentira, la verdad, lo que se dice, lo que se calla, el dolor acumulado, la esperanza que espera. "Yo tengo dos patrias: Cuba y la noche", dijo una vez José Martí, cuya figura se multiplica en miles de estatuas en las calles y bustitos en los livings de las casas. Ese verso puede ser leído hoy con otro sentido: ¿hay una oscura noche de alma de Cuba, esa que el turista que solo viene a buscar habanos, ron y jineteras no ve y no verá nunca? ¿Cómo entrar al fondo de estas antiguas casonas que se vienen abajo (como en un hermoso poema de Dulce María Loynaz), pero que resisten milagrosamente en pie? ¿Cómo hacer que hablen, que cuenten toda su verdad, sin que se interponga la verba de los elocuentes guías turísticos? Decido hablar con los poetas de la isla. En la época de la dictadura en Chile, cuando teníamos dieciséis años, leíamos con devoción a Lezama Lima sin entenderlo, el poeta asmático que nunca se movió de su casa de la calle Trocadero. Los poetas dicen la verdad, porque sostienen una palabra que se resiste al poder. "¿Quién habla de triunfos? El resistir lo es todo", dijo una vez Rilke.
Me encuentro con la poeta Reina María Rodríguez en un cafecito a trasmano de las rutas turísticas. Su persona es coherente con su magnífica poesía que ya había leído y que ha logrado decir -con oficio y finura- lo indecible de estos años de escasez y sacrificio. No paramos de hablar. No de política, sino de poesía. ¿Y no es la poesía una forma superior de la política, si por política entendemos lo que fue en su origen, la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos? Los cubanos han sufrido mucho. Pero para que no se trajine, el dolor no se dice o no debe decirse de cualquier forma, eso lo saben los poetas. "Nada tiene que ver el dolor con el dolor.../ la desesperación con la desesperación,/ las palabras que usamos están viciadas/ no hay nombres en la zona muda", dijo el poeta chileno Enrique Lihn, que estuvo en Cuba en la década de 1960, cuando la épica no había degradado todavía en mera sobrevivencia. Se hablaba de Patria o Muerte, grandes palabras, no de conseguir la leche o el pan. "¿En qué momento dejé de vivir?/ Fue hace años ¡ya ni lo recuerdo!/ Entonces comencé a sobrevivir/ a comer lo imprescindible sin masticar/ a fugarme de cualquier riesgo/ a convertirme en una planta parásita/ junto al muro", dice Reina María Rodríguez, que decidió quedarse en La Habana, y que repara su azotea y desde ahí el lenguaje dañado por la grandilocuencia o la mentira.
Pasan las horas en un patiecito interior de este café escondido, no hay celulares en la mesa que interfieran el diálogo, la noche cae sedosa y húmeda. No paramos de hablar, de alma a alma. Lo único que sobra en La Habana es tiempo. Tendré que correr a buscar un hotel donde haya internet para enviar esta columna. "¿Cómo ves a Cuba?"-me pregunta un amigo desde Chile-. Lezama, el asmático universal, abre las persianas de su casa en Trocadero y responde desde la penumbra: "¡Ah, que tú te escapes en el momento en que habías alcanzado tu definición mejor!"
María Elena Lavaud: La Habana sin tacones
by
María Elena Lavaud
"La Habana sin Tacones"
es una obra impecable de una aguda periodista venezolana. A través de una
narrativa evocadora y reveladores textos y fotos, Maria Elena Lavaud nos
brinda una brillante meditación histórica. Este es uno de esos raros y
auténticos prodigios: una narrativa fiel a la verdad que produce a la
vez un febril torrente de emociones en el lector. Cuba nunca ha estado
en mejores manos.? Marisol Murano Autora, Harper Collins ?¡Andaaaaaa! Y
tú tan confiadita porque estabas en el país de la revolución verdadera
¿no? Ponte las pilas periodista que aquí en los semáforos no atracan
como en Caracas, pero hay soplones en las esquina mijita?. Esto que me
decía el chofer, es otra de las grandes letanías que casi como un mito
corre por todas partes del mundo acerca de la realidad cubana. Hoy puedo
decirlo: no es cuento, es la pura verdad, y me lo estaban mostrando
crudamente. De entrada es
la crónica de un viaje de placer que hace la autora a Cuba. Captura
situaciones que evidencian un nivel muy alto de opresión y frustración
en la población cubana. Expone lo que ella ve como la hipocresía de un
sistema supuestamente socialmente justo enfrentado a la industria del
turismo la cual crea grandes diferencias económicas entre los cubanos.En
el libro se expone la realidad del pueblo cubano incluso antes de
despegar del avión, queda evidenciada la verdadera cara del gobierno de
los Castros que pretenden vender la isla como una utopía, como el "mar
de la felicidad".