domingo, 26 de octubre de 2014

La derecha en problemas consigo misma


"Nadie le pide a la derecha que renuncie a su preferencia por la propiedad y el orden. Lo que se esperaría es que, si considera que la propiedad es funcional a la libertad, se preocupara más de que aquella se distribuya a que se concentre..."




por Agustín Squella
Intelectuales de derecha han empezado a preguntarse por qué tienen perdida la batalla de las ideas, y algunos no han vacilado en admitir, con sorprendente franqueza, que si lo que más te interesa son la propiedad y el orden -un orden funcional a aquella, se entiende-, es que tú mismo te has retirado del terreno de las ideas para quedarte solo con el de tus intereses económicos.

Es tal la confusión del sector que algunos que pretenden ponerlo al día, enfatizando para ello el compromiso que la derecha tendría con la libertad, declaran su admiración por personajes que ocuparon cargos de ministro en un régimen dictatorial. Blanda o dura, la de Pinochet fue una dictadura con uniforme regular, tal como la de los hermanos Castro lo es con tenida verde olivo, y es difícil pensar que un liberal (digo eso, no neoliberal) pueda apoyar un régimen de ese tipo. Si para bien y para mal las biografías personales pesan sobre los individuos, algo similar ocurre con las de los partidos y sectores políticos. La derecha, si bien puede explicar por qué apoyó el golpe de 1973, nunca podrá tener una respuesta aceptable para haber aplaudido a Pinochet durante 17 años, para sufrir como propia su detención en Londres, para celebrar la antidemocrática Constitución de 1980, y para ir a las urnas en 1988 con el fin de validar esos 17 años y dejar al general en La Moneda durante 8 más.

Si de verdad quiere sincerarse consigo misma, la derecha debería asumirse como tal y no como centro derecha. Es sumamente raro que por lo común en ese sector se diga que derecha e izquierda son ya conceptos vacíos y que, segundos después de afirmar algo como eso, el mismo sector se presente como "centro derecha", lo cual vendría siendo "centro nada". Hay un propósito evidente y otro que no lo es tanto para entender por qué la derecha optó por presentarse como "centro derecha". El evidente es que trata de captar apoyo en el centro político, y el otro es que de esa manera procura sacudirse la mala prensa que tiene la palabra "derecha", al estar vinculada con poderes económicos nada transparentes y con las dictaduras militares que países de América Latina tuvieron en el siglo pasado. Pareciera que con el vocablo "centro" quisiera ella atenuar las graves anotaciones que tiene en su papel de antecedentes.

Para que la derecha pudiera ser "centro derecha" tendría que sumar a la UDI y RN (dos partidos de derecha) alguno que fuera de centro (la DC, por ejemplo), pero ese ha sido durante el último cuarto de siglo el sueño imposible del sector: revivir el romance que tuvo con ese partido en dos breves momentos, la elección de Frei Montalva, en 1964, y los meses previos al 11 de septiembre de 1973. La DC es un partido de centro, pero durante la mayor parte de su historia se ha inclinado más del lado de la izquierda que de la derecha. Mal que mal, los jóvenes que fundaron la Falange lo hicieron por malestar con la derecha y por apego a un ideario al que esta última siempre ha tratado con sorna: la doctrina social de la Iglesia.

Nadie le pide a la derecha que renuncie a su preferencia por la propiedad y el orden. Lo que se esperaría es que, si considera que la propiedad es funcional a la libertad, se preocupara más de que aquella se distribuya a que se concentre. Se me ocurre que debería explorar la idea de que cierta igualdad en las condiciones materiales de vida es condición de la libertad, puesto que ningún sentido pueden tener las libertades para personas que no comen tres veces al día, y donde comer alude no solo a los alimentos que nos llevamos a la boca, sino a la satisfacción de necesidades básicas de salud, educación, trabajo, vivienda y previsión. Precisaría familiarizarse con la idea de que no solo el Estado impone servidumbres, y que también lo hacen los agentes económicos, las élites sociales, las tradiciones, y los poderes espirituales que tutelan la vida de millones de personas desde el mismo día de su nacimiento.

Sin ánimo de pedantería, la derecha debería leer más a Stuart Mill y menos a Hayek y Friedman.


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